Su vida pudo haber sido mucho más cómoda, bastaba con mirar hacia otro lado, callar y ser discreto, como hacía la mayoría. Ni siquiera le tocaba de cerca, la suya pudo haber sido una lucha, más cercana a la mina leonesa que a la trinchera vasca. Pero José María Fernández Calleja (León, 1955) nunca fue amigo de atajos, rodeos o eufemismos. Lo suyo fue leer y escribir, ver y contar. Optó por recurrir a la precisión de los hechos y la certeza de las palabras, también las ‘prohibidas’ en aquella Euskadi a la que llegó para ejercer de periodista, para denunciar injusticias y defender valores esenciales como la libertad.
Plantar cara era algo que había visto hacer en casa. La familia de los Fernández Calleja sufrió en primera persona la barbarie de la dictadura franquista. Varios de sus tíos lo pagaron con su vida, el joven José María, incapaz como ellos de cerrar los ojos, lo hizo con meses de cárcel en las postrimerías del régimen. Aquellas manifestaciones por la amnistía de un joven de alma comunista que le llevaron a prisión sólo fueron la primera letra del precio a pagar.
Con el título de licenciado en Historia por la Universidad de Valladolid bajo el brazo se decantó por ejercer como periodista, para ver, oír y contar. Hacerlo con todas las palabras, las precisas y justas, las que describen lo que sucede, las que afloran lo que se oculta y las que siembran justicia y verdad. Donde en aquellos difíciles años años 80 menos florecían era en Euskadi. El primer destino profesional de quien alcanzaría el grado de doctor en Ciencias de la Información fue la Agencia Efe. Después llegó ETB, la prueba de fuego en la que decantarse por la discreción o la exposición.
José María ya era para entonces ‘José Mari’. Había comenzado a percibir aquella extraña sensación de ser extraño en tierra vasca. Años después aún no se explicaba cómo pensaron en él para presentar el informativo principal de la televisión pública vasca. Aquella fue una oportunidad para entrar cada día en los hogares de miles de vascos que no desaprovechó para sacar su particular arma de lucha contra la barbarie: el lenguaje y la condena. Siempre afirmó que bastaba con llamar a las cosas por su nombre, sin aditamento ninguno. Su imagen en pantalla hablando de “terroristas”, subrayando en un calendario los días de tortura de un secuestrado o apareciendo con el ‘lazo azul’ en la solapa.
El lazo azul
Su rostro pronto se hizo familiar, para agrado de muchos y rechazo de no pocos. La popularidad de Calleja creció a la misma velocidad a la que lo hacía el acoso, el laboral y el social. Fue el momento de poner en práctica la difícil máxima que repetía con frecuencia, 'la dignidad debe estar varios peldaños por encima del miedo'. En su entorno de trabajo la incomodidad se convirtió en coacción en forma de mensajes y miradas y en la calle aquel rostro televisivo encarnaba ya el símbolo de la batalla periodística contra la amenaza del terrorismo, “Los asesinos llevan lazo azul”, rezaba una pancarta con su imagen. Calleja había ingresado en el reducido grupo de informadores que poco antes habían iniciado el camino de plantar cara el terror que silenciaba a una sociedad amenazada. Después llegaron 16 años escoltado y la necesidad de abandonar Euskadi.
El virus de la intolerancia intentó acabar con él, pero no lo logró. Lo hizo el virus que en estos tiempos inciertos tiene en vela al mundo. Calleja falleció el pasado 21 de abril a los 65 años víctima del coronavirus y después de una vida de lucha por la libertad, en el franquismo primero y contra ETA después. Su discurso directo y claro lo plasmó en libros e intervenciones periodísticas. Hoy lo recordarán algunos de sus compañeros de profesión y amigos durante el acto que el Colectivo de Víctimas del Terrorismo celebrará en el Palacio de Miramar de San Sebastián. Durante el mismo se hará entrega del XIX Premio Internacional de Covite, a título póstumo, a la familia de Calleja de este reconocimiento anual del colectivo de víctimas al que tan unido estuvo. “Perteneció al reducido grupo de ciudadanos que se manifestaban públicamente y abiertamente contra el terrorismo cuando nadie lo hacía y sin haber sido víctima directa de ETA”, recuerda su presidenta, Consuelo Ordóñez.
Ana Aizpiri: "Llamaba a las cosas por su nombre"
Compartía con él profesión, empresa y amenaza. La periodista Ana Aizpiri, víctima de ETA –la banda asesinó a su hermano Sebastián en 1988-, asegura que Calleja siempre antepuso “su pensamiento ético”, en su vida y en el ejercicio de su profesión. Como él, ella también trabaja en la televisión pública vasca y reconoce el valor que demostró al cambiar el modo en el que a finales de los 80 se informaba de los crímenes de la banda terrorista: “José Mari a quien empuñaba una pistola sencillamente le llamaba pistolero. Él se dejaba de envoltorios ideológicos. Se fijaba en el hecho y llamaba a las cosas por su nombre, algo que entonces nadie hacía. Subrayaba la evidencia, la desnudez de los hechos”.
Destaca el valor que en aquellos tiempos difícil tenía dar ese paso, “sabía que todo eso le pondría en el disparadero y pese a ello lo hizo”: “Sufrió por ser justo y por ponerse del lado de las víctimas”. Aizpiri, recuerda que tenía una posición ética clara y que desde ella ejercía una labor periodística que creía fundamental para luchar contra el terrorismo: “Sabía que el reflejo que de todo aquello dieran los medios de comunicación era vital para luchar contra el terrorismo y poder respirar. La suya fue una forma de resistencia ciudadana. Los terroristas empleaban las palabras como una gasolina propagandística, él para discernir el bien del mal. ¡Qué mejor servicio público podría hacer desde la televisión que ése!”.
Gorka Landaburu: "Fuimos amigos de peleas y funerales"
Fueron amigos muchos años, “amigos de peleas y funerales”, puntualiza el periodista Gorka Landaburu. Como él, en su familia la amenaza por hablar claro, por ejercer el periodismo merodeaba antes de que José Mari la padeciera. Su hermano Ander fue el primer informador que tuvo que abandonar Euskadi y el propio Gorka fue víctima de ETA, la banda le envió un paquete bomba que le provocó graves secuelas en la vista y en una de sus manos. “Creo que nuestra lucha antifranquista quizá nos permitió, nos dio esa fuerza para ir contra ETA. José Mari era un hombre certero en sus análisis y duro en sus palabras”, recuerda, “pero siempre lo rebajaba con el gran sentido del humor que tenía”.
Landaburu asegura que el colectivo de periodistas tardó en reaccionar. Como en el resto de la sociedad, el silencio y la indiferencia, en muchos casos provocadas por el temor a significarse, se habían extendido. “Un grupo de periodistas nos movilizamos para protestar contra las amenazas, nos concentrábamos en el Peine del Viento de San Sebastián y allí siempre estaba él”.
Destaca que siempre supo implicarse de modo directo, cuando no era sencillo hacerlo, “tuvo las cosas claras”: “Nunca fue equidistante. Condenó el terrorismo y defendió con contundencia la libertad y la democracia, fue alguien que se comprometió por la paz en Euskadi”.
Maite Pagaza: "Nos hacía reír, pero tuvo que llorar mucho en soledad"
La eurodiputada Maite Pagazaurtundua, víctima de ETA, considera que a Calleja se le puede asignar el calificativo de “héroe”: “En definitiva, los héroes son los que abren camino y hubo un grupo de periodistas que entonces se atrevieron a decir lo que estaba ocurriendo, contar las cosas tal y como eran. Junto a Ander Landaburu, Chelo Aparicio, José Luis Barbería y otros, él fue uno de ellos”. Dar ese tipo de pasos hacia adelante en tiempos en los que eso suponía poner en riesgo la vida no era sencillo ni algo a lo que muchos estuvieron dispuestos, “si hubiera mirado hacia otro lado hubiera tenido una vida más dulce y sencilla, sin duda, pero no lo hizo”.
Pagazaurtundua lamenta que incluso hoy día, “con cosas menores”, el colectivo de periodistas en muchos casos “se atreve menos a plantar cara al poder”. “Aquel en cambio era un poder siniestro y por plantarle cara José Mari lo pagó caro. A periodistas como él les debemos mucho”.
No oculta que aún le cuesta creer que ya no está, que un virus se lo llevó, “jamás lo hubiera imaginado”. En muchas ocasiones le viene a la memoria su “profunda humanidad, empatía y ternura”: “Se daba mucho a los demás. Ese sentido del humor que tenía ayudaba a pasar momentos muy difíciles, a veces íbamos de derrota en derrota y él siempre nos animaba a los demás a seguir adelante”. Una sensibilidad que cree que también le hizo más consciente de lo que sucedía y del impacto que en su vida tendría, “José Mari tuvo que llorar mucho en soledad, estoy segura, era un hombre tremendamente sensible”.
María Jiménez: "Decía que antes que periodista era ciudadano"
La profesora Jiménez Ramos recurre a Calleja para explicar a sus alumnos cuál debe ser la posición de los periodistas ante hechos injustos. ¿Posicionarse o mantenerse al margen? “José Mari solía decir que antes que periodista era ciudadano y que por eso se puso el lazo azul cuando presentaba los informativos en ETB o hacia un cuenteo diario de los días de secuestro de Iglesias Zamora, por responsabilidad ciudadana”. Jiménez asegura que en más de una ocasión le relató cómo en aquellos años mucha gente se le acercaba por la calle para darle las gracias por su lenguaje claro y directo al relatar lo que sucedía, “menos mal que te escuchamos a ti decirlo, le decían”.
En clase, esta profesora de ‘Género y edición de diarios’ en la Universidad de Navarra recuerda que los conflictos que deben cubrir los profesionales de la información no sólo existen en zonas lejanas, también en situaciones mucho más próximas: “Aquí ha habido periodistas que se han jugado el tipo y él fue uno de ellos”.
En cierta ocasión Calleja le aseguró que había sido ahora, cuando el terrorismo de ETA había desaparecido, cuando fue realmente consciente de todo lo vivido: “Se le vino todo encima. Sentía que durante años estuvo metido en una rueda que le obligaba a seguir adelante”.
Gorka Angulo: "Cambió el 'libro de estilo' de los medios"
Para definir su figura, Gorka Angulo cita una de las frases que repetía como síntesis de motivación, “la dignidad debe estar varios peldaños por encima del miedo”. El responsable de comunicación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo recuerda cómo Calleja concebía la dignidad en términos de “compromiso y valentía y ser uno mismo cuando las circunstancias recomiendan no serlo”.
Angulo considera que una de las mayores aportaciones que hizo José Marí fue cambiar “el libro de estilo” de los medios de comunicación de la época a la hora de informar sobre ETA. Recuerda que mientras la sensibilidad contra el franquismo se había extendido entre amplios sectores del periodismo de izquierda, “esa sensibilidad no se percibía en el modo de abordar el fenómeno terrorista”: “Les preocupaba el riesgo de golpismo y retorno a tiempos pasados pero todo lo que ocurría en torno a ETA se abordaba más como sucesos, accidentes o algo similar. Había un lenguaje distante, sin empatía hacia las víctimas y, sin querer, más cercano a los terroristas. Eso no cambia hasta comienzos de los 80”.
Calleja fue capaz de cambiar el lenguaje empleado hasta entonces en ETB para hablar “sin rodeos” de lo que realmente era la violencia de ETA. “Nada de hablar de ‘organización armada’ o ‘muertos’. Él comenzó a referirse a ETA como banda terrorista y a las víctimas como tales. Simplemente llamó a las cosas por su nombre”.
Angulo recuerda el día que le conoció. Fue durante los cursos de verano de la UPV en el Palacio de Miramar, en 1993: “Era un curso de Ciencia Política. Por aquel entonces estaba secuestrado Julio Iglesias Zamora. Calleja era jefe de prensa de los cursos y le pedí hacer un minuto de silencio en solidaridad con el secuestrado. El accedió, era algo que hasta entonces no se había hecho en aquellos cursos de la Universidad del País Vasco”.
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