En mi profesión siempre se ha dicho que, si la televisión es como una novia apasionante, llena de estímulos y aventuras, pero casi siempre efímera, la radio es como una madre: constante, acogedora y siempre dispuesta a alimentarte durante décadas. Mamá hace ya un tiempo que se ha convertido en abuela. Además, ha cumplido un siglo.
En Barcelona, hubo un tiempo en el que bastaba con subir a un taxi y decir “a la radio” para que, sin preguntar, te llevaran directamente a la calle Caspe número 6, la sede histórica de Radio Barcelona. En aquel pequeño edificio del centro de la ciudad fue donde me formé como profesional de este medio, aún sin títulos universitarios, pero facultado gracias a una enorme dosis de trabajo y pasión. Cada día, al entrar, me encontraba con un rótulo solemne en letras metálicas sobre madera que leía con respeto y orgullo:
“1924 – 14 de noviembre. EAJ-1 Radio Barcelona lanza al mundo el primer mensaje de la radiodifusión española”.
Llegamos al 14 de noviembre de 2024. Un siglo después, la radio, como toda creación humana, ha evolucionado adaptándose al signo de los tiempos y reflejando las visiones de quienes la mantienen viva. La ceremonia de entrega de los Premios Ondas de este año no podía reflejar otra cosa.
Sinfonía azul
Hace exactamente 20 años, tuve el privilegio de subir al escenario para recibir un caballo alado junto a mi equipo de Anda ya. En 2011, la vida me llevó de nuevo al majestuoso Liceo de Barcelona, esta vez como presentador. Sin embargo, en esta ocasión, mi única tarea consistía en saludar, sentarme, observar para contarlo aquí y aplaudir... que, por cierto, se aplaude mucho.
La imponente construcción que alberga estos premios es una prueba fehaciente de que en siglos anteriores ya era posible crear espacios físicos que usan psicología avanzada para generar sensación de fascinación al poner marco incomparable a las creaciones humanas. Ese Gran Teatro siempre impone. Y sin duda esto ayuda a que lo ofrecido esté a la altura. Sin telón, vimos a la Orquesta Filharmonía del Conservatori Isaac Albéniz prepararse para interpretar la Sinfonía Azul de Mompou, que la SER ha adoptado como himno institucional y que reconozco que logró arrancar mi primera lágrima.
Miguel Maldonado y José Luis Sastre, en una continua complicidad como hilo conductor, supieron ser dignos sucesores de quienes tuvimos la fortuna de conducir semejante evento. Es imposible despegarnos de la labor periodística del medio; escenario y público fuimos uno al recordar a los muertos en Valencia. Sastre obvió deliberadamente algo que la mayoría de la sala sí sabía: él es valenciano.
La radio musical no existe
Precisamente esa labor informativa parece ser, junto a las ficciones sonoras, la única no solo reconocida, sino presente durante la noche. La radio musical, por su parte, brilló por su ausencia en este centenario. No hubo ni un solo premio, ni una mención, salvo una breve frase de Massiel en la exquisita producción de vídeo que introdujo los galardones. Un trabajo impecable que ofreció un magnífico repaso a los 100 años de estrecha relación entre la radio y la Historia, dos compañeras inseparables a lo largo del tiempo.
Es habitual, casi endémico, que ocurran estos despropósitos, incluso cuando plataformas como Movistar Plus dedican espacio al medio con producciones como Las voces de la radio, donde se ensalza únicamente a los grandes nombres del ámbito... convencional. Y no será porque emisoras como Los 40 o Radio 3, por ejemplo, no hayan sido también reflejo de nuestra juventud y, por ende, de nuestras vidas. Mecano, Alejandro Sanz o Joan Manuel Serrat recibieron en su día sus respectivos Premios Ondas, pero parece que las páginas dedicadas a ellos han sido arrancadas de la historia de la radio por quienes siempre consideraron de segunda categoría el trabajo de los que, en su momento, les ayudamos a alcanzar el éxito.
Como dijo en su discurso de agradecimiento el maestro Manuel Alejandro, su primer trabajo consistió en hacer “ruidos” en la radio, y ahora le premian por haber hecho “ruidos” durante toda una vida. Ruidos. Nótese la fina ironía.
Un muro de lamentaciones
Esta reivindicación la hago yo, cómodamente parapetado desde un periódico y con la perspectiva privilegiada que da una butaca de platea en la gala. Pero ya se sabe que, desde los tiempos del “No a la Guerra” en los Goya, cualquier entrega de premios es también un escaparate para la reivindicación. Desde el aclamado “Mazón, dimisión” de Jordi Évole hasta la sutil defensa de Julia Otero, desde el patio de butacas, de la naturalidad en la coexistencia de las lenguas del reino, pocos discursos escaparon de ser altavoces de alguna demanda.
Algunos apelaron a la empatía y la verdad en el periodismo; otros, a la reparación –aunque imposible– de las víctimas del 11-M, del terrorismo en general, o de los abusadores que aún siguen en libertad. Esos mensajes colocan a los medios en su sitio: como parte esencial de una sociedad que, sin embargo, rara vez los valora en su justa medida.
El otrora follonero fue fiel a su estilo y usó la ironía para abordar el tema desde otro ángulo. Nos hizo reflexionar sobre la lista de las profesiones “más valoradas” por los españoles, donde, según bromeó, los periodistas ocupamos una digna medalla de bronce, por detrás de los influencers y los árbitros del VAR.
Fue llamativo que, en varias ocasiones más, las reivindicaciones fueran para pedir más medios… para los medios. Valga la redundancia. Pero esas voces que se alzan para exigir cambios quedarán como un eco estrellándose contra el Excel de los presupuestos. Y seguramente, quienes deberían tomar nota y cambiar algo estarán en la misma tesitura, esforzándose por cuadrar las cuentas.
Se destacó la importancia de la radio local, esa que apuesta por la cercanía. Pero seamos claros, salvo contadas excepciones, como las emisoras premiadas por su cobertura de la DANA, esta cara de la radio está prácticamente muerta en poblaciones pequeñas. El modelo radiofónico ya no es el de un magnate haciéndose de oro mientras explota a sus trabajadores. Ahora es un medio atrapado en una crisis monumental, sin soluciones fáciles. Los modernos estudios en edificios inteligentes ya no sirven como se esperaba y hay más jefes que indios en este western. La propia SER es el ejemplo perfecto: pertenece a un grupo que necesita financiación para poder pagar la financiación que pidió para pagar la financiación que pidió… para, a su vez, pagar a los trabajadores, esas estructuras, sus jefes… y el recibo de la luz.
Tampoco es un detalle menor el de la energía eléctrica que consumen los medios tradicionales. Poco se critican desde el ecologismo los millones de kilovatios al mes que requieren los centros emisores de radio y televisión para llevar la señal a lugares donde, en su inmensa mayoría, ya hay cobertura móvil. Eso sí, el tema sale cuando interesa. A un buen amigo mío, sin ir más lejos, estos mismos jefes se lo sacaron a relucir como excusa para justificar cinco años sin subirle el sueldo, a pesar de tener unos datos de audiencia extraordinarios. “Pagamos demasiada luz…”, le dijeron, con toda la solemnidad del mundo. “Costes estructurales” es el término elegante que se utiliza como justificación para que al realizador que da la cara le llegue apenas una gota del enorme caudal que las marcas invierten cada año en los medios. A los influencers, esto no les pasa.
Abrió fuego Àngels Barceló, pidiendo condiciones dignas al equipo.
Esta batalla contra los presupuestos alcanza también a los medios públicos, siempre bajo la lupa por las polémicas que generan sus gastos en fichajes millonarios, pagados con el dinero de todos los contribuyentes españoles. A propósito, Broncano y su equipo pusieron el broche final a la gala. Por los pelos, la reciente estrella del Ente Público, fichada para competir con Pablo Motos, trató de justificar su contratación multimillonaria envolviéndola, con más o menos éxito, en la bandera del servicio público.
Reconozco que no soy un seguidor fiel de su espacio, pero lo poco que he visto me deja dudas sobre si realmente contiene las suficientes dosis de servicio público como para justificar su existencia. Ahora bien, si su propósito, igualmente válido, es simplemente entretener, no puedo negar el inmenso talento de Grison, uno de sus colaboradores, que cerró la gala de forma memorable con un potentísimo beatbox que puso a todos a aplaudir sin dudarlo.
¿Dónde están los jóvenes?
Pretender atraer a jóvenes talentos a la radio sin disponer de dinero para pagarles no parece, precisamente, la estrategia más efectiva, especialmente cuando muchos de ellos tienen claro que les renta mucho más triunfar en redes sociales. Y si además queremos que pierdan cualquier interés por este medio, podemos seguir eliminando la música moderna –Ginebras aparte– para dedicar homenajes a Estopa por su trayectoria. Eso sí, ellos mismos aceptaron encantados lo que podríamos llamar el “premio pureta”, otorgado con todo el cariño por “la Academia”.
Tampoco suena muy actual el reconocimiento a Los Chichos. Eso sí, reconozco que su actuación fue entrañable y muy celebrada por el público.
No en vano esa juventud criticada tuvo que ser defendida por parte de “los Javis” en su discurso de agradecimiento por el premio a “La Mesías”.
Beatbox final aparte, el momento más celebrado por la chavalada fue, sin duda, la entrega del galardón al mejor pódcast, interpretada de forma brillante a cuatro voces entre los ganadores y los presentadores. Una excelente reivindicación, desde el ejemplo, para los pódcast independientes que, por su propia naturaleza, no pueden generar ingresos desde el principio. Por suerte, en producción cuentan con varios trofeos ficticios para la gala, que luego se canjean por el auténtico. Ingenioso y práctico, como todo en la radio.
La emoción del comunicador
Carlos Alsina, con quien tuve el privilegio de colaborar durante algunas temporadas en su Más de uno, no pudo evitar emocionarse. El aparentemente imperturbable entrevistador, maestro en manejar con destreza una mano de hierro en guante de seda durante sus serenas y meticulosas entrevistas, dejó entrever su lado más humano. Y eso que es de los que de verdad intentan contenerse. Pero fue inevitable al recordar sus recientes días en el auténtico fango.
Me quedo con el agradecimiento de Alsina al legado de las grandes voces de la radio de siempre: al ahora callado Luis del Olmo y, sin duda, al mejor, Iñaki Gabilondo. Porque, en palabras del madrugador de Onda Cero, ellos nos enseñaron que la radio tiene una inmensa capacidad para emocionar.
Se habló del primer centenario de este medio, pero no parece probable que haya un segundo en 2124, al menos no tal y como lo conocemos hoy. Para lograrlo, la radio deberá despertar esa audacia y creatividad que, aunque hoy parezcan dormidas bajo toneladas de presupuestos, todavía laten en su esencia.
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