Un toque de color en el duro camino que debemos recorrer”. Para Winston Churchill la boda de la futura reina de Inglaterra, Isabel II, con Felipe de Edimburgo no fue más que un oasis en el desierto de la durísima posguerra europea. Para el resto de los mortales se convirtió en el acontecimiento del siglo, puesto que fue la primera boda real tras la II Guerra Mundial. El 20 de noviembre de 1947 una jovencísima Isabel contraía matrimonio con el príncipe Felipe de Grecia, un apuesto teniente de la marina británica. A la boda real asistieron más de 2.000 invitados, los británicos se lanzaron a las calles para saludar a la pareja y la BBC emitió en directo la ceremonia que fue escuchada por casi 200 millones de personas en todo el mundo.
Aquel delirio de masas vaticinaba lo que estaba por llegar. Desde entonces, las bodas de la familia Windsor han sido todo un acontecimiento mediático (algunas más que otras) y la de Harry y Meghan no se iba a quedar atrás.
Faltan menos de 24 horas para que se celebre el enlace que será retransmitido en directo por muchos países del mundo a través de la señal de la BBC, no en vano se trata de uno de los eventos más mediáticos de la temporada. El castillo de Windsor será el escenario de la boda real que tendrá su punto culminante con el intercambio de votos que se realizará a las 12 del mediodía (hora local).
La historia de amor del díscolo príncipe Harry y la actriz Meghan Markle promete romper de nuevo récords de audiencia
La expectación es máxima, A pesar de que se trata de una boda real de serie B y que los 600 invitados distan mucho de los asistentes a la boda de su hermano, el príncipe William, y Kate Middleton en 2011, la historia de amor del díscolo príncipe Harry y la actriz norteamericana Meghan Markle promete romper de nuevo récords de audiencia.
Harry no ha tenido que comprometerse en secreto como lo hizo su abuela en 1946. Los tiempos han cambiado y mientras que él sí se puede casar con una divorciada, la joven Isabel se vio obligada a convencer a papá, Jorge VI, de que su amor por el apuesto y elegante teniente de la marina británica iba en serio y que no era un capricho de niña mimada. El antecedente de su tío Eduardo y su flechazo con la plebeya Wallis Simpson le puso las cosas muy difíciles a la futura reina.
Si en su día, el arzobispo de Canterbury y el Arzobispo de York oficiaron a pachas la ceremonia religiosa que convirtió a la princesa Isabel y a Felipe en marido y mujer; esta vez el arzobispo de Canterbury, Justin Welby (que en abril bautizó a la novia con agua del Jordán y le dio la bienvenida a la Iglesia Anglicana), estará acompañado por el decano de Windsor, David Conner, y el reverendo Michael Bruce Curry, de la Iglesia Episcopal norteamericana, vinculado al movimiento por los derechos civiles en Baltimore.
El peso de la corona británica cayó sobre la princesa Isabel cinco años después de la flamante boda real. Su padre, el rey Jorge, fallecía víctima de un cáncer de pulmón y con 26 años la princesa se olvidó de su pasado romántico para agarrar con fuerza el cetro y dejar que aquella herencia casual y desafortunada la convirtiera en la dura soberana que, hasta ahora, ostenta el reinado más largo de la historia.
Isabel II arrancó su reinado prohibiendo la boda de su hermana Margarita con Peter Townsend
Arrancó su reinado prohibiendo la boda de su hermana Margarita con Peter Townsend, un ex piloto de guerra divorciado que trabajó como asistente personal del rey Jorge VI y que ella misma heredó. La Ley sobre Matrimonios Reales de 1772 exigía que la Reina autorizara el casamiento, algo a lo que se negó presionada por el Gobierno de Winston Churchill y por la Iglesia Anglicana que se oponía al divorcio.
Años más tarde, de alguna manera, amañó la boda del príncipe de Gales con Lady Diana Spencer. No le importó que toda la familia conociera los amoríos de Carlos con Camilla. Una relación que apadrinó Lord Mountbatten, que consideraba que la joven católica sería “una buena experiencia de aprendizaje” para el príncipe. Por eso, les prestó su casa de campo de Hampshire (Broadlands).
La mayor desdicha en la vida de Diana fue toparse con Carlos de Inglaterra. Corría el verano de 1980. El heredero de la corona británica había cortejado a la hermana mayor de la princesa. Una historia que no cuajó porque, al contrario que Diana, Sarah supo ver que aquello no era más que un paripé en busca de la perfecta figura de la futura reina de Inglaterra. Con 19 años recién cumplidos, la inexperta Diana se dejó camelar por el príncipe de Gales, mientras él mantenía, oculta y a buen recaudo, su relación con Camilla Parker Bowles. Diana fue la diana perfecta. Guapa, educada y de sangre azul, aprobó con nota el examen para princesa.
El 29 de julio de 1981 Diana Spencer entraba del brazo de su padre en la Catedral de San Pablo convertida en una caja de bombones arrugada, luciendo el vestido de boda más feo de la historia de los royalties. Aquello no era más que un presagio de la que se le venía encima. Tímida, cabizbaja, mirando de reojo a su recién estrenado marido, ella fue la verdadera protagonista de una boda retransmitida en directo y que fue vista por más de 750 millones de personas en el mundo.
La boda de Carlos y Diana se retransmitió en directo y fue vista por más de 750 millones de personas en el mundo
Dos millones de asistentes jalearon la carroza de los recién casados. El dispositivo de seguridad contaba con 5.000 policías. Atestiguan los especialistas que, para que nada estropeara el momento, los caballos habían comido un alimento que los hacía defecar heces del color del asfalto. Años después, recordando su boda Diana confesó: “Estaba tan enamorada de mi marido que apenas podía dejar de mirarlo. Me creía la chica más afortunada del mundo”.
Tras un divorcio sonado, Diana murió en París el 31 de agosto de 1997 en un accidente de coche. Carlos y Camilla ya tenían vía libre para oficializar su relación. ¡Cómo cambian los tiempos! El heredero de la corona británica sustituía su status de divorciado por el de viudo y se le permitía casarse con una divorciada católica. ¡Si la tía Margarita levantara la cabeza!
La prensa catalogó la segunda boda real de Carlos de Inglaterra como una ceremonia sin esplendor, un enlace sombrío, gélido, con poco entusiasmo por parte de la reina Isabel II y sin beso final. El fantasma de Diana estuvo presente durante toda la ceremonia. Una ceremonia civil que se celebró en el Ayuntamiento de Windsor, a la que no asistió la soberana y que se aseguró de que jamás Camilla se convertiría en princesa de Gales, título que le correspondería por matrimonio. Todo por respeto a la madre de sus nietos.
El enlace se celebró el 9 de abril de 2005. No representó en absoluto el sueño general de los ingleses. Sólo un 58% por ciento de los británicos aprobaba el segundo matrimonio del heredero, el mismo porcentaje pensaba que Carlos nunca debía ser rey. La cosa se puso aún más fea cuando William, su primogénito, anunció su compromiso con Kate Midleton. La cifra ascendió a un 64%.
La prensa catalogó segunda boda de Carlos de Inglaterra como una ceremonia sin esplendor
La boda de Kate y William recuperó el esplendor y el boato de antaño. El matrimonio del primogénito de Lady Di con la plebeya tuvo todo el romanticismo y la solemnidad que se esperaba. Kate Middleton se convirtió en alteza real y duquesa de Cambridge, al tiempo que William allanaba el camino para asumir la responsabilidad de la corona británica.
Desde que la pareja anunciara su compromiso en noviembre de 2010, con el mismo anillo de su madre, la historia de amor de William y Kate ha sido todo un homenaje tácito a la figura de Lady Di. “Era mi forma de conseguir que mi madre no se perdiese este día, ni la emoción, ni el hecho de que vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos”, confesó entonces el príncipe a la prensa.
La futura duquesa de Cambridge se dedicó a rendir tributo a la que hubiera sido su suegra. Algo que no ha parado de hacer hasta ahora. Aquella mañana del 29 de abril de 2011, Kate llevaba cosido un pequeño lazo azul en su vestido de novia a modo de amuleto de buena suerte y un encaje diseñado a semejanza del de Diana. El diseño de Sarah Burton para Alexander McQueen, que costó unos 360.000 euros y arrastraba una cola de 2,75 metros, llevaba apliques de tréboles, rosas y lirios bordados al corpiño como recuerdo al de Diana. Por supuesto, con mucho mejor gusto que el de la pobre princesa de Gales.
Desde su compromiso, la futura duquesa de Cambridge se dedicó a rendir tributo a la que hubiera sido su suegra
Tanto Diana como Kate llevaban pendientes de lágrima de origen familiar. Ambas novias lucieron tiara. La de Diana era la de los Spencer (una diadema que se remonta a los tiempos de los Tudor y que puede que luzca Meghan Markle como un guiño a Diana); mientras que Kate lució la tiara halo de Cartier que la reina madre recibió como regalo de su marido, el rey Jorge VI, en 1936 y que heredó su hija al cumplir 18 años.
El encargado del sermón en la boda real fue Richard Chartres, obispo de Londres, confidente de la princesa Diana y responsable de presidir su funeral. William y Kate escogieron como himno Guide Me, O Thou Great Redeemer, el mismo tema con el que se cerró el funeral de Diana.
Al igual que la de Harry y Meghan, la boda fue transmitida por la BBC y sentó frente al televisor a 22 millones de espectadores. Harry es el sexto en la linea de sucesión, pero su boda ha generado una atención social y se estima que más de 5.000 miembros de medios de comunicación británicos e internacionales cubran el sábado el enlace del hijo del príncipe Carlos y la fallecida Diana de Gales. Una boda que costará 30 millones de libras, pero que se espera que genere unos beneficios de 1.200 millones, parte de los cuales irán a las arcas de la corona.
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