Ángela Ponce, la Miss España 2018, ha revolucionado la imagen de marginación de las mujeres transgénero con su corona de reina de la belleza. Es la Cara A de un colectivo invisibilizado hasta ahora, que empieza a abrirse paso en la sociedad española. Astrid Daniela es la Cara B de esa historia. Esta transgénero colombiana ha recorrido todos los pasos del viacrucis que durante años han acompañado a una parte nada desdeñable de este colectivo. Una historia de marginación y violencia que a sus cincuenta años pone ante el espejo a una persona con muchas dudas sobre su identidad y unas cuantas conclusiones propias sobre su género. "Ya no soy un hombre, pero tampoco soy una mujer; la Iglesia se ha pasado siglos debatiendo sobre el sexo de los ángeles, yo debo ser eso, un ángel".
Recuerda que de niño, le llamaban Robin Hood: no dudaba en robar, pero tampoco en compartirlo con sus compañeros de infancia en las calles. "Yo les decía que prefería a Juana de Arco". La religión siempre estuvo ahí, y finalmente fue un grupo religioso el que le dio el empujón necesario para dejar de hacer la calle en los aledaños del Camp Nou.
Con un cuerpo cargado de cicatrices -56 puñaladas y tres balas alojadas en sus piernas- y demasiadas batallas a sus espaldas, esta mujer que llegó a atesorar una pequeña fortuna con la delincuencia y la perdió a manos de su familia en Colombia, ha dicho basta, y lo explica en "Transformada, de la sombra de Pablo Escobar a la luz de Medjugorje".
El cocinero de Pablo Escobar
Era un niño menudo, "de pelo indio y voz fina, me confundían con una niña" recuerda. Con nueve años le robó la bolsa a una mujer convencido de que llevaba un pollo asado, pero era un vestido de niña "con sus mediecitas, sus calzones y los zapatitos". Se lo probó, se sintió a gusto y se dirigió a la zona de Medellín donde trabajaban las prostitutas transexuales, a las que conocía bien. Y desde ese momento dejó de ser Daniel, para pasar a vivir como Astrid Daniela.
Ella está convencida de que su destino estaba marcado desde mucho antes. Su padre, el cocinero en la Hacienda de Nápoles y más tarde reclutador del narco más famoso de la historia de Colombia, Pablo Escobar, quería una niña. Después de tres varones amenazó a su madre con abandonarla si era un niño y le prometió comprar una casa, fuera de la hacienda de Escobar, si era niña. Cumplió la amenaza, y la madre de Daniel nunca le perdonó a su cuarto hijo haber "provocado" la ruptura familiar.
Aseguran sus familiares que "mi papá era un buen padre" aunque ella nunca llegó a conocerlo como tal. "La plata daña el corazón y corrompe la mente, ese fue el caso de mi papá" tras ser reclutado por Escobar, concluye. Años más tarde, ya adulta y operada, buscó a su padre y se presentó ante él. "Aquí tienes a la hija que querías" asegura que le espetó.
Infancia rota
A los cinco años fue violado por primera vez por uno de los sicarios -miembros también, como no, del cartel de Escobar- que vivían al final de su calle, en la Medellín despiadada de los años 70. Y la paliza posterior de su madre le llevó a huir por primera vez de su casa. Pasó por un reformatorio, en el que sufrió abusos sexuales sistemáticos por parte de reclusos y carceleros, hasta que consiguió volver a huir. A los siete años Daniel era un experto superviviente en la calle con un sueño: "ver el mar". Y lo hizo realidad, en autostop, de camión en camión.
A los siete años Daniel era también un niño sin miedo, ya había sufrido más que la mayoría en varias vidas, y había aprendido a defenderse con la máxima de su madre grabada entre las cejas: "hágase respetar, que nadie le pegue, la única persona que le puede pegar soy yo porque soy su madre". Una máxima que la ha acompañado siempre, frente a sicarios, policías o clientes predispuestos a la violencia. "Cuando un cliente se metía con alguna de mis compañeras en el Camp Nou, así yo me bajaba de los tacones, alzaba los puños y le decía, vamos a pelear, yo también soy un hombre" explica entre risas recordando su pasado más reciente.
En la calle cantó, limpió bares y robó para mantenerse y dejar cuando podía algunos billetes bajo la puerta de su madre. Con los años, no demasiados, también empezó a prostituirse, y asegura con un brillo de orgullo en los ojos que llegó a ser la trans más famosa de su ciudad. Pero su carácter orgulloso y peleón le granjeó cada vez más enemigos entre delincuentes y policías. Unos, por sus negativas a hacer de mula o a entrar en alguno de los clanes. Otros, por su agresividad incluso ante policías armados.
"Estoy más remendada que un costal, ya nada me importa ni le temo a la muerte" retaba a quien se interponía en su camino. Las drogas, desde el pegamento a la coca, ayudaron en un proceso de degradación que tenía sus bases en esa infancia durísima. Y con algo más de veinte años, superada la adicción a la coca y una tuberculosis, se convenció de que había acumulado demasiados enemigos en Colombia y juntó los más de dos mil dólares necesarios para dar el salto a Europa. En Italia hizo fortuna de nuevo como prostituta, llegó a ganar mucho dinero, asegura, que perdió de regreso a Colombia, y volvió a pasar por la cárcel.
Me operé y me vestí de mujer para vengarme de los hombres" asegura ahora Daniela
Echa la vista atrás y resume su vida entre los intentos por recuperar el cariño de su familia y por vengarse de los hombres. "Me operé y me vestí de mujer para vengarme de los hombres" por los que asegura no sentirse atraída, sino vejada. Ella está cómoda con las mujeres, "pero yo no soy una mujer" advierte convencida. En cuanto a su familia, les colmó de regalos, como de niño intentó hacer con su madre, hasta que le avisaron de que sus primos querían secuestrarle para robarle el dinero ganado en las calles de Italia. "Les compré casas y les di mucho dinero, intentaba comprar su cariño, pero el amor no se paga con plata".
Ahora ha encontrado una nueva "familia" de la mano Ignacio Sánchez, su "rescatador" en el Camp Nou, y el pequeño grupo que él lidera para ofrecer apoyo y vías de escape de las calles de Barcelona. Con ellos, sigue visitando a sus "compañeras de la calle" para ofrecerles también una salida, convencida de que su supervivencia contra pronóstico entre tanta violencia tiene así un sentido.
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