Le tocó nacer en un país rico en petróleo y escaso de alimentos, de oportunidades, de derechos. Con una esperanza de vida de 44,90 años, al menos pudo ir al colegio durante un tiempo y aprender inglés, lengua oficial de su país, cuyo territorio desaconsejan visitar los organismos internacionales salvo por razones de extrema necesidad, las mismas que empujaron a Okechukwu Anaso, aquel joven de 17 años a dejar atrás su hogar, en el este de Nigeria, y emprender un viaje infernal para luchar por su vida, por la de sus padres y hermanos, por la de su futura esposa y los hijos que vendrían. “Allí no había trabajo ni comida, necesitaba conseguir dinero para salvar a mi familia”, rememora Anaso. Cuando era un chaval quería ser futbolista profesional. Con sus cualidades físicas, fortaleza psíquica y en plena juventud, quién sabe, pudiera haber tenido oportunidad. De corazón merengue y devoto del fútbol, tenía claro adónde se dirigiría y hasta dónde quería llegar, intentar llegar a España. Se atrevió. En su apellido llevaba el designio: Anaso, como todos le llaman, quiere decir Tierra Prometida.
A finales de 2002 el joven de 17 años se dirige hacia el desierto cargado de incertidumbre y miedo. Abrazado a su sueño, evitando pensar en lo que dejaba atrás, cogió un coche hasta la frontera con Níger. Una vez allí, hubo de continuar a pie hasta encontrar un vehículo. A pie, otro vehículo, a pie. Así fue cruzando fronteras, así llegó hasta Marruecos: superando adversidades, sorteando amenazas, confiando en sus recursos. Y así sobrevivió treinta días en un bosque a la espera de una oportunidad para cruzar el Estrecho. El 2 de febrero de 2003, fue rescatado por la Guardia Civil en una playa de Algeciras.
Partió de Nigeria solo y sin contactos. Una vez en camino, se fue uniendo a otros jóvenes como él. Algunos también alcanzaron España. “El camino no se puede hacer solo”, afirma con gravedad.
Anaso pertenece al grupo de migrantes que llegan a España, desde África, sin perder la vida en el intento. En lo que llevamos de año, 209 personas han perecido o desaparecido en la ruta del Mediterráneo occidental. Otras muchas mueren en el desierto o en las fronteras, no se sabe cuántas. Según fuentes de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), no hay medios de supervisión para realizar un conteo fiable.
En la tierra prometida
Anaso fue acogido en un centro de protección de menores de Málaga. Cuando cumplió los 18 tuvo que abandonarlo. También a sus compañeros, a los trabajadores sociales, a los psicólogos: el equipo humano que le protegió y le dio los primeros consejos para buscar trabajo y un nuevo hogar.
Con “los papeles para trabajar” y “un curso de camarero” en la mochila se encaminó a Baza para emplearse en un restaurante. Muy ilusionado, ya tenía trabajo. Aguantó dos años y medio. La pregunta por la razón de su marcha la resuelve Anaso con un elegante eufemismo: “Quería cambiar de sector”.
Los profesionales de servicios sociales supieron darle un empujón
Los siguientes años no fueron mejores. Trabajos precarios, de sol a sol. Cursos de formación para el empleo, trabajo de aparcacoches. Más cursos de camarero. Dos años y medio en los invernaderos de Almería. Otro curso. Al fin, se instala en Granada tratando de mejorar su suerte.
Habían pasado los años y Anaso no tenía empleo estable y suficientemente remunerado para seguir luchando por su familia. Se desesperó. Los profesionales de servicios sociales de la Junta de Andalucía en Granada supieron darle el empujón que necesitaba para sacar fuerzas de flaqueza y le dirigieron a Arca Empleo, una ONG que trabaja por la inclusión social de las personas más vulnerables.
Allí, arroparon a Anaso y analizaron su caso. Lograron convencerle para que realizara un itinerario formativo con Clece, empresa aliada de esta ONG para ofrecer programas de empleo. La idea era que dejara de asistir a cursos para formarse en un oficio. Dicho y hecho. En 2017 comenzó su capacitación profesional en el Curso de limpieza de grandes instalaciones. En 2018 se presentó a las pruebas de selección de Clece, que superó con creces. Mientras realizaba las prácticas, se buscó la vida aparcando coches junto al estadio de fútbol del Granada y cumplió con los contratos eventuales que le fueron ofreciendo, la mayoría de 3, 4 o 5 días para reforzar servicios de limpieza.
Daniel Osado, su formador y encargado de limpieza de Clece en el Hospital Universitario Virgen de las Nieves de Granada, era muy consciente del potencial de Anaso. “Es un portento, en mi vida he conocido una persona más perseverante”, exclama. Tanto Daniel como la gerencia de Clece en Granada apostaron por él cuando surgió la oportunidad de un contrato indefinido en el Hospital Universitario Virgen de las Nieves. “Es que es el número uno: responsable, agradable, puntual y buen trabajador”, se reafirma Osado.
Desde que llegó a Algeciras, pasaron 4 años antes de que Anaso pudiera viajar a su país para ver a su familia, que se mantiene con el dinero que él envía. En 2011 celebró su boda en Asaba, Nigeria. Al año siguiente volvió para conocer a su primer hijo, pero regresó enseguida a España, donde se alimentaba de fútbol. Ese agosto se animó con el debut de Luka Modrić con su equipo. Dos años después volvió a su tierra para recibir a su segundo hijo. Al tercero, un bebé de 8 meses, aún no ha podido mecerlo.
Anaso tiene 34 años. Un contrato indefinido y un oficio que le encanta: “Este trabajo lo hago con el corazón, me sale con cariño”, reconoce. También tiene tiempo libre. Y juega al fútbol en una liguilla local. Ha establecido su residencia en España y se siente muy agradecido porque lo está logrando. “Ahora, mi sueño es traer a mi familia a Granada”.
Un sueño que está a punto de hacerse realidad.
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