“Los hombres hacen 10 dominadas fácilmente. Yo también podía hacerlas. ¿Pero sabes lo que nunca pude hacer? Levantar pesas de más de 100 kilos”. Si Martina Navratilova se hubiera decantado por ser Vigilante de Seguridad Privada en España, su tribunal le habría ahorrado, o impedido hacer, según se mire, entre 2 y 4 dominadas.
“No lo entiendo. Yo puedo hacer las mismas dominadas que un hombre. ¿Por qué no realizamos la misma prueba?”, se pregunta Carmen Gámez, Coordinadora de Vigilantes de Clece Seguridad en Sevilla. La sustitución de las flexiones por el lanzamiento del balón medicinal es, para esta profesional, ese poquito de discriminación que queda en el sector de la seguridad privada. “En los 400 metros no podemos hacer la misma marca porque los hombres tienen más músculo, las piernas más largas, respiran más rápido, y por lo tanto, corren más. Aunque hay excepciones en ambos sexos”, señala.
El criterio profesional formado por Carmen es proporcional a su experiencia. Además de sus dotes de mando para ordenar una plantilla mixta de 30 vigilantes destinados en el Centro Cívico del Ayuntamiento de Sevilla, dispone de licencia C del Reglamento de Armas y ha trabajado en servicios armados con perros detectores de explosivos.
La creencia de que un vigilante de seguridad privada debe ser alguien muy fuerte para enfrentarse a muchos peligros, se ampara en el desconocimiento de cómo debe actuar un buen profesional. Lo afirma sin ambages Juan Carlos Carracedo, Director de Seguridad de Campofrío: “Nunca, ni antes ni ahora. Cuando necesito contratar vigilantes, jamás pido que sean chicos o chicas. ¿Por qué habría de hacerlo? Para mí, la mujer en vigilancia es muy buena. En nuestros servicios funcionan al 100% y, en muchos casos, mejor que los chicos. No es que lo diga yo, lo afirman los responsables de las fábricas y el departamento de RR. HH. de la compañía. A mí, la plantilla mixta me supone una ventaja”, asegura.
Un caso de éxito en los hospitales públicos de Cádiz
Un hospital es un foco de incertidumbre, tensión y angustia que puede derivar en conflictos y situaciones de amenaza para sanitarios y pacientes. Justamente por eso, el responsable de la seguridad privada en los hospitales del Servicio Andaluz de Salud en Cádiz, Jorge Juan Ramos Padilla, decidió otorgar el protagonismo a las mujeres vigilantes de su equipo, como parte de la estrategia para rebajar la tensión previa a un posible conflicto y para mediar en caso de conflicto declarado.
“En una actividad tan masculinizada, las mujeres aportan un plus al servicio. Su figura en una actividad tan complicada y expuesta, destaca en la mayoría de las situaciones de conflictividad que requieren de gran mediación con el usuario. Negocian muy bien y no son percibidas como una amenaza violenta, así que reconducen mejor un conflicto. Aportan soluciones diferentes y tienen magníficas habilidades sociales”, revela.
La presencia de mujeres en el sector de la seguridad privada ya está normalizada, 11.000 mujeres representan el 13% del total de los vigilantes en España.
Son conclusiones que obtuvo a través de la observación y los resultados, y que puso en juego en el momento preciso: “Tuvimos que trabajarnos la iniciativa de que hubiera mujeres vigilantes en todos los hospitales, y lo logramos. Pero no nos quedamos ahí: ahora estamos aplicándonos para conseguir que haya, como mínimo, una vigilante en todos y cada uno de los turnos de estos centros tan sensibles y expuestos al día a día del Servicio Andaluz de Salud”, afirma Ramos Padilla, el Jefe de Clece Seguridad en la provincia de Cádiz, que vela por la Vigilancia y Seguridad de 6 hospitales y 150 centros sanitarios dependientes del Servicio Andaluz de Salud, a través de unas 185 personas vigilantes de seguridad, 18 de ellas, mujeres, a las que está ofreciendo puestos de responsabilidad en estos centros sanitarios.
La armonía de los 4 "mixtos" del CETI
En el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla conviven entre 1300 y 1400 personas de 30 nacionalidades, múltiples lenguas, distintas culturas, religiones, creencias, ritos y costumbres. Entre los 40 profesionales que velan por la seguridad de los residentes hay 4 mujeres.
“Aquí, a veces hay problemas, la verdad”, admite Ana López Vargas, Vigilante de Clece Seguridad en el CETI. “Roces, conflictos por la convivencia, como en cualquier comunidad. Recuerdo una vez que sí ocurrió algo peor. Fue un altercado en la calle que, desgraciadamente, terminó con dos víctimas. El resto de residentes se alborotaron, se pusieron fuera de tono. Ese día sentí miedo, pero solo por unos momentos”, reconoce.
Ana forma parte de uno de los cuatro equipos mixtos. “Aunque mi condición es femenina, aquí vamos todos a una. A pesar de que solo hay una mujer por turno, todos somos iguales, no hay distinción. Si hay un problema con una mujer, primero acudimos nosotras, pero eso forma parte de nuestro cometido. En los 16 años que llevo de vigilante en el CETI, nadie me ha tratado de otra manera por ser mujer. Jamás he sentido que me discriminen, menosprecien o excluyan. Somos cuatro mujeres en el servicio y creo que ninguna de ellas diría otra cosa. Me gustaría que hubiera más en mi grupo ¡pero no porque tenga queja de mis compañeros! En los cuatro equipos hay total armonía, lo puedo asegurar”, exclama.
El vigilante ideal
Su vigilante ideal tendría habilidades de comunicación, empatía y conciliación, sería capaz de trabajar de forma organizada y en equipo, aceptaría bien las órdenes sin perder iniciativa, tendría mucho arrojo, valentía y una sobresaliente forma física. Un patrón difícil de encontrar en su totalidad. “El vigilante ideal no existe. Tú no me vales de nada si eres como "Rambo", pero no sabes trabajar en equipo, careces de compañerismo o no asumes la cadena de mando, porque los problemas que vas a generar provocan la inoperancia del servicio”, sentencia Carmen Gámez.
“Si las mujeres sobresalen por su capacidad de prevención, negociación y control del riesgo, y los hombres son más fuertes y veloces, entonces el vigilante ideal sería mitad hombre, mitad mujer, ¿no?”, concluye entre risas.
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