El principal objetivo de la política social de Clece es la inserción de colectivos vulnerables. Personas con discapacidad y en riesgo de exclusión social. Y también, especialmente, víctimas de violencia de género. El pasado mes de noviembre, coincidiendo con el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Clece lanzó una campaña de contratación cuyo objetivo inicial de cincuenta contrataciones se superó con creces y llegó hasta las 136.
Pero los esfuerzos de la compañía para la inserción de este colectivo vulnerable van mucho más allá de las fechas señaladas. Es un trabajo diario y constante, desarrollado desde un programa específico de empleabilidad para víctimas de violencia de género.
Lo explica Javier Gallego Zugasti, responsable Acción Social de Clece para la Zona Centro. «Llevamos más de diez años trabajando directamente y apostando firmemente por la integración de las víctimas». Durante sus 28 años en la compañía, Gallego ha sido técnico y responsable de selección e integración de personas vulnerables y conoce de primera mano su problemática.
Autoestima e independencia
«Se trata de restaurar la confianza de estas mujeres y empoderarlas a través de un puesto de trabajo. Que consigan la autoestima y la independencia económica necesarias para salir de la situación de violencia y sometimiento que padecen». Y para ello es importante escucharlas y «acompañarlas durante todo el proceso. Son personas que con frecuencia, cuando llegan a la entrevista de trabajo, no son capaces de mirar a los ojos a su interlocutor, especialmente cuando es un hombre. Es muy duro cuando alguien llega en esas condiciones. Son todo inseguridad».
El protocolo de integración laboral de estas mujeres implica a profesionales de fundaciones y asociaciones del llamado tercer sector, al equipo de técnicos de selección y de las unidades de apoyo de Clece, así como a los mandos intermedios y responsables de los servicios a los que se van a incorporar laboralmente, que reciben formación continua para atender las necesidades de estas trabajadoras. El empleo funciona, así, como un elemento clave en la red de apoyo interno y externo que necesita la víctima para superar su situación.
Mano a mano con las asociaciones
Clece colabora con más de 350 entidades para vehicular la inserción de colectivos vulnerables. Solo en Madrid y Castilla-La Mancha trabaja con 35 asociaciones específicas de violencia de género, desde las cuales se envía a las candidatas para los puestos de trabajo que oferta la compañía. «El contacto con las fuentes de reclutamiento es diario, directo y muy cercano. Somos compañeros de viaje», asegura Javier Gallego. «Ellos son parte de nosotros y nosotros de ellos porque el objetivo es compartido».
Las candidatas son evaluadas por técnicos de selección de personal formados para detectar el tipo de perfil y el puesto idóneo para cada una de ellas y encargados de buscar la vacante que más se adecúa a su situación, procurando en la medida de lo posible que se les puedan ofrecer contratos de larga duración.
Apoyo y acompañamiento
El primer día de trabajo la empleada acude acompañada por personal de la unidad de apoyo de Clece, que se ocupa de presentarla a quien será su responsable directo y comprueba in situ las necesidades que pueda tener. Los responsables son una figura clave en este proceso de adaptación, y por ello reciben una formación específica para favorecer la integración de estas personas.
Hace falta flexibilidad para que los turnos sean accesibles, y en ocasiones proporcionar ayuda adicional
javier gallego (clece)
«Desde el departamento de formación continua damos pautas para trabajar con colectivos vulnerables, y el de las víctimas de violencia de género tiene unas necesidades muy concretas», reitera Gallego. «A veces se trata de familias monoparentales en situación muy precaria y con varios hijos a su cargo. Hace falta flexibilidad para que los turnos sean accesibles, y en ocasiones proporcionar ayuda adicional».
Recuperar la autonomía
Patricia, madre de dos hijos, trabaja desde noviembre en una filial de Clece dando soporte administrativo y realizando vigilancia de la salud y prevención de riesgos laborales. Accedió al puesto a través del programa de empleabilidad de víctimas de violencia de género tras un penoso itinerario personal que comenzó en 2014, cuando interpuso una primera denuncia contra su marido y entró con su hija pequeña en un centro de acogida.
Su historia es la de una profesional cualificada en su país, México, que aterrizó en España hace más de diez años. «Empecé a buscar trabajo un año antes porque no quería venir sin un empleo. Para mí tener autonomía y estabilidad laboral siempre ha sido muy importante. He trabajado desde los 18 años. Me desvinculé económicamente de mi padre para estudiar lo que yo quería».
Llegó a España sin trabajo. Y las cosas se empezaron a complicar. «Al no tener independencia y con dos hijos a mi cargo no tomé las decisiones lo rápido que hubiera querido. De haber tenido trabajo antes no hubiera pasado por determinadas situaciones».
En busca de una oportunidad
Después de la denuncia, los trámites de divorcio se prolongaron hasta 2018. Su hijo mayor volvió a México. Tras dos meses en el centro de acogida, Patricia alquiló una habitación para ella y su hija. Encadenó trabajos eventuales en la limpieza y cuidando personas mayores. «No me suponía ningún problema realizar cualquier tipo de trabajo, pero siempre aspiras a que se valoren tus estudios, a que alguien te dé una oportunidad y puedas demostrar de lo que eres capaz».
Cuando no tienes trabajo, el estrés, la ansiedad y las preocupaciones se multiplican
patricia, víctima de violencia de género
Patricia llegó al borde de la depresión. No podía acceder a determinados trabajos porque rara vez le ofrecían la flexibilidad horaria que precisaba para atender a su hija. «Cuando no tienes trabajo, el estrés, la ansiedad y las preocupaciones se multiplican. Sobre todo si tienes a una criatura que depende de ti y a la que tratas de mantener al margen de los problemas de los adultos».
En 2020, después de superar el Covid y con su hijo mayor de vuelta a España, Patricia comenzó a cubrir bajas administrativas por la pandemia a través de la Fundación Integra. Y en noviembre, gracias a la campaña de contratación de Clece, accedió a su empleo actual. «Teniendo trabajo soy feliz. Tengo otra dinámica, estoy más contenta, no le debo nada a nadie y tengo la posibilidad de cubrir mis gastos y los de mis hijos. El resto de los problemas los ves desde otra perspectiva».
El orgullo de trabajar
Rosa trabaja actualmente en el servicio de limpieza de Clece en un hospital. En enero de 2020 entró en un centro de acogida tras sufrir malos tratos por parte de la que entonces era su pareja. Ella, inmigrante sin papeles, no tenía trabajo y era económicamente dependiente. Rosa llegó al centro de acogida «muy mal, aporreada, psicológicamente destruida. En mi país había estado casada durante 28 años, antes de separarme había construido un hogar bonito y bien formado. Nunca pensé que me pudiera suceder algo así». Pasó casi cinco meses en el centro, recibiendo atención psicológica y apoyo para su reinserción.
En abril del año pasado, en plena pandemia, Rosa fue contratada para el refuerzo del servicio de limpieza del hospital. Por su actitud positiva y la calidad de su trabajo se ganó la confianza de sus responsables. En noviembre, coincidiendo con la campaña de inserción laboral de víctimas de violencia de género de Clece, pudo acceder a un puesto estable. Desde enero tiene un contrato indefinido.
El caso de Rosa está todavía pendiente de juicio. Ella sigue en tratamiento psicológico. «Este problema me ha hecho sentirme una mujer insegura y temerosa». Pero tener un trabajo y volver a ser independiente le ha permitido volver a ser la mujer que era. «Estoy muy agradecida. Yo tenía mi carrera en mi país, ahora soy limpiadora y estoy muy orgullosa de serlo. Amo mi trabajo. Tengo dos hijas allí, una ya terminó la carrera y otra está estudiando medicina gracias al dinero que les envío. Este verano espero poder visitar a mi familia. Hace cuatro años que no les veo».
Lección de vida
Fátima tiene 29 años y es madre de tres hijos. Trabaja para Clece como auxiliar de ayuda a domicilio. Denunció a su pareja por primera vez en 2019. Poco después volvió con él y se quedó embarazada de nuevo. Dio a luz en enero de 2020, en vísperas de la pandemia. Cocinera de profesión, después de su baja por maternidad no encontró trabajo. Entretanto, la violencia se reanudó. En agosto de 2020 volvió a denunciar a su marido y se separó definitivamente.
Ingresó en un centro de acogida con sus tres hijos. «Necesitaba otro trabajo como fuera». Llegó entonces, a través de los servicios sociales de su ciudad, la oportunidad de entrar a trabajar para Clece después de recibir la formación oportuna. Ahora tiene ingresos y confía en poder alquilar un piso y rehacer su vida. «Estoy muy bien. Si estás trabajando no te sientes inútil. Puedes luchar, pensar en salir adelante».
Las historias de Fátima, Rosa y Patricia, nombres figurados de mujeres reales que han tenido la generosidad de compartir su historia con El Independiente, confirman la importancia del trabajo y de la independencia económica para superar una situación de maltrato. «Cuando ven que se les da una oportunidad tienen una actitud muy positiva», insiste Javier Gallego. «Y cuando han dejado atrás al maltratador y han rehecho su vida, la oportunidad y la lección de vida nos la dan ellas. Nosotros solo somos los guardianes para que el proceso de inserción funcione».
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