Después de que el viaje de estado del presidente italiano, el encantador Sergio Mattarella, y su hija, Laura, nos supiera a poco (el COVID lo desluce todo) y que Letizia nos diera un pequeño disgusto vistiendo para la cena de gala un traje de Armani (¿no hay diseñadores aquí?) que encima no le quedaba bien (el marcado escote y los tirantes demasiado largos daban todo el protagonismo a unos brazos que suelen estar bien torneados pero que, esta vez, se vieron excesivamente musculosos), después de este tentempié, insisto, teníamos los ojos puestos en el viaje de los Reyes a Suecia esta semana, aunque sólo fuera porque Sofía había dejado el pabellón bastante alto en la visita que hizo en 1979 y sabemos que Letizia tiene en cuenta este tipo de precedentes e intenta superarlos. Pero sólo lo ha logrado en parte. Me explico.
La reina Sofía no lo tenía nada fácil cuando el 16 de octubre de 1979 aterrizó en el aeropuerto de Arlanda, cercano a Estocolmo. Era la primera vez que unos Reyes de España visitaban oficialmente el país nórdico tras la breve visita que Alfonso XIII había hecho en 1928 y muchos suecos sólo conocían a España como ese país de sol y playa que acababa de salir de una dictadura y adonde, básicamente, ellos iban de vacaciones. Aunque ya se había aprobado la Constitución (en 1978) y se habían celebrado las primeras elecciones generales plenamente democráticas (el 1 de marzo de 1979), las dudas abundaban sobre la supervivencia de las libertades. Por otra parte, en España el país escandinavo era un lugar remoto sólo conocido porque las mujeres llevaban bikini y cantaban canciones de Abba.
Era necesario romper estereotipos y demostrar a los suecos, ciudadanos cívicos y demócratas donde los haya, que España había entrado en una nueva era. En ese sentido, el viaje de Juan Carlos y Sofía fue todo un éxito. Dieron una imagen de juventud y modernidad, ella deslumbró con trajes espectaculares y, muy astutamente, comenzaron el viaje por todo lo alto concediendo, el día antes de partir, una entrevista televisiva en inglés desde la Zarzuela, algo absolutamente impensable hoy en día.
Cuarenta y dos años después, Zarzuela tiene ahora desgraciadamente una política comunicativa mucho más arcaica, insufriblemente hermética y, en muchos aspectos, casposa, con una gestión de medios sociales muy deficiente, incomprensible en el siglo XXI. Lo he dicho muchas veces y lo repito: Casa Real confunde solemnidad (absolutamente necesaria, es cierto) con caspa (algo perfectamente desechable). Se piensan que la comunicación se resume a gestionar notas de prensa. Los discursos están llenos de vaguedades y topicazos —y están, por lo general, muy mal escritos—, los actos siguen siendo somnolientos y, de cara a la galería, vacíos de contenido.
Sobre el viaje a Suecia que acaban de hacer, en Twitter, por ejemplo, sólo han destacado que este viaje de estado ha servido para “reforzar los lazos entre España y Suecia”, así, en genérico, sin dar una sola cifra. Podrían haber explicado, por ejemplo, que aunque lo más conocido entre nuestros dos países sigue siendo el turismo (más del 20% de la población sueca viaja a España habitualmente, ya sea por trabajo, turismo o segunda residencia), nuestros intercambios comerciales ahora tienen que ver más con la alta tecnología que con la sangría y el solecito.
De hecho, nuestras exportaciones e importaciones están concentradas en sectores de gran innovación, como las telecomunicaciones y la tecnología de la información. Pero no lo han hecho. También podrían haber explicado que la literatura sueca goza en estos momentos de gran prestigio en España, sobre todo en novela negra (Stieg Larsson, Henning Mankell, Jo Nesbo, Camilla Läckberg, etc.), pero tampoco lo han hecho. ¿A Letizia no le gusta tanto leer? ¿Por qué no ha hecho un pequeño vídeo hablando en inglés sobre algunos de sus libros suecos favoritos? Estas cosas funcionan muy bien mediáticamente y les hubiese servido de antesala perfecta para el viaje. Pero no, no lo pensaron. Por cierto, qué decir de la lengua española: resulta que la demanda del español por parte de estudiantes suecos de educación básica supera la del alemán o el francés. Pero no. Otra vez tampoco lo han destacado. Luego se quejan de que sólo hablamos de los trajes que llevan.
Por cierto, ¿era muy difícil poner un twit con fotografías de los viajes previos de los Reyes a Suecia? Letizia y Felipe estuvieron oficialmente dos veces en Estocolmo como príncipes de Asturias: en el 2005, cuando inauguraron la nueva sede del Instituto Cervantes, y en el 2010, en la boda de la princesa Victoria con Daniel Westling. Pero Casa Real tampoco se ha dignado a hacerlo. En fin, sigamos. Hablemos ahora de los eventos.
Primer día: salir de España y aterrizar en Suecia
A la una del mediodía del martes, los Reyes aparecieron en el pabellón de Estado del aeropuerto de Madrid para la ceremonia oficial de despedida, algo que no se hace en otros países, pero que aquí incluye soldados, himno, banderas y todo. Letizia suele aparecer en estos actos con ropa bastante cómoda, aunque no siempre apropiada. En esta ocasión, iba con un abrigo rojo de Hugo Boss, pantalones culotte y botas altas de piel negra. El conjunto era excesivamente informal para un acto que no deja de ser institucional y parecía más que iba a coger el autobús para ir a una oficina que a subirse a un avión para emprender un viaje de estado. Por cierto, la combinación de culotte y botas no le quedaba nada bien y le acortaba ópticamente las piernas.
Después de un breve vuelo, a las cinco de la tarde, los Reyes aterrizaron en el aeropuerto internacional de Arlanda. No hay fotos de la llegada, algo incomprensible (los Reyes de Holanda estuvieron hace poco de viaje oficial a Noruega hace unos días y tuvimos imágenes de todo en sus stories de Instagram). Una hora más tarde, los Reyes protagonizaron su primer acto del programa: una recepción a la comunidad española en Suecia. Hay que decir que esta vez Casa Real nos dieron una cifra vía Twitter —¡aleluya!— y, gracias a ella, sabemos que hay unos 12.500 españoles en el país escandinavo. Algo es algo.
El Rey dio un discurso que no estaba mal, aunque bastantes frases fueron demasiado barrocas y enrevesadas, y el tono fue excesivamente solemne y aburrido, cuando lo que se quería transmitir era cercanía y ánimo. La intención era buena y había algunos conceptos muy importantes —que el viaje quería poner a la ciencia en el centro, que había que inspirarse en el modelo de innovación de los suecos—, pero el conjunto no acabó de funcionar y nadie en la prensa ha destacado ni una sola palabra de lo que dijo. La próxima vez que tenga un acto con la colonia española en el extranjero, el Rey debería optar por algo mucho más breve, directo, a poder ser sin papeles y con algún toque personal. Si consigue poner alguna nota de humor sería para aplaudir.
Dado que el discurso pasó sin pena ni gloria, todo el mundo habló del vestido de Letizia, una opción en blanco roto que ya se lo habíamos visto dos veces: en la apertura de las Cortes en el 2020 y en la entrega del Premio Cervantes a Joan Margarit. El traje lleva uno de esos bajos asimétricos que tanto le gustan a la Reina y tan mal quedan en las fotografías. La parte superior porta un escote ribeteado en una especie de pelillos a juego con un cinturón también rematado con los susodichos pelillos. El efecto óptico resultante parece que esté deshilachado o, directamente, descosido. Ha habido un pequeño debate sobre las medias de cristal blancas. Algunos medios incluso se han llevado —exageradamente— las manos a la cabeza. Personalmente, creo que las medias eran lo de menos.
Segundo día: recibimiento oficial
A las once de la mañana, Letizia y Felipe llegaron a las Caballerizas Reales, donde fueron recibidos por los Reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia. Desde allí, partieron en carruajes hasta el patio central del palacio real de Estocolmo, una ceremonia que recuerda un poco a los desfiles que monta Buckingham por el Mall y que resultó bastante vistoso. Suecia, un país muy informal para muchas cosas, le da en cambio mucha importancia al protocolo en cuestiones de estado y exige que los visitantes lleven uniformes (los hombres) y tocados (las mujeres). Por eso, el Rey llevaba el uniforme de gala de la Armada y la Reina, un discreto tocado de plumas, de la marca Cherubina, un complemento que apenas usa.
Letizia vestía un vestido de color rojo anaranjado con mangas de estilo kimono, y guantes, bolso y zapatos en color beige. Todo de Carolina Herrera. Por encima portaba una capa de color camel con cuello de piel (se supone que sintético), también de la diseñadora venezolana. De cara estaba muy guapa y el pelo le lucía radiante, pero el conjunto no acababa de funcionar, seguramente porque la combinación de colores era demasiado forzada (el tono anaranjado del vestido hubiese requerido una capa de color chocolate o, si se quería destacar el color camel de la capa, lo mejor hubiese sido un rojo mucho más borgoña del vestido). Cherubina tiene tocados fantásticos (el que llevó la Reina en Windsor era precioso), pero en esta ocasión el modelo no encajaba con las plumas del cuello. En resumen: por separado las piezas eran interesantes, pero juntas no funcionaban. Personalmente, además, creo que fue un error llevar pieles, aunque fueran sintéticas. Si querían dar una imagen de sostenibles y de defensores del medio ambiente, como parece que así era, llevar pieles no era la mejor apuesta.
Segundo día: exposición de Ramón y Cajal, visita a políticos y al instituto Karolinska
Tras un almuerzo privado donde también acudieron la princesa heredera y su marido, Daniel Westling, y los príncipes Carlos Felipe y Sofía, Felipe y Letizia se desplazaron con los reyes de Suecia a través de un bonito mercadillo navideño hasta el museo de los premios Nobel, donde había una exposición sobre Santiago Ramón y Cajal (premio Nobel de Medicina en el 1906). Era el momento perfecto para que hubiesen dirigido algunas palabras a la televisión —la tradición española de dar magníficos médicos, la heroicidad que han demostrado los sanitarios durante la pandemia, el ejemplo a seguir de Ramón y Cajal, etc.— pero no lo hicieron.
Luego el Rey se reunió en el Riksdag, el parlamento sueco, con su presidente (Andreas Norlen) y el secretario general adjunto (Ringvar Mattson). También se vio con el primer ministro saliente, Stefan Löfven. El día era especialmente complicado políticamente para los suecos: la socialdemócrata Magdalena Andersson, hasta entonces ministra de finanzas, juró el cargo como primera ministra a primera hora de la mañana (era la primera mujer en hacerlo), pero dimitió unas horas más tarde porque su partido no consiguió aprobar los presupuestos. Dadas semejantes turbulencias, las reuniones políticas del Rey pasaron a un discretísimo segundo plano para la opinión pública sueca.
Mientras el Rey hablaba con políticos, la Reina visitaba con la reina Silvia y con la princesa Victoria el instituto Karolinska, el mayor centro académico de investigación médica del país y una de las mejores universidades médicas del mundo. Letizia lleva años dedicada a dar visibilidad a las enfermedades raras y en Suecia le presentaron a Anna Lindstrand (una profesora especializada en este ámbito) y a varios científicos destacados en este campo. Después se sentó para escuchar las explicaciones de un nuevo tratamiento para curar el daño en la médula espinal.
Letizia apenas habló con nadie mientras duró la visita —confunde demasiadas veces solemnidad con frialdad y el resultado con frecuencia es de una desagradable altivez— y, mientras se vio a la reina Silvia y a la princesa Victoria intentar entablar una conversación con las personas que tenían a su alrededor — y a Victoria sonreír ampliamente para crear un clima agradable—, Letizia parecía solo preocupada en mirar a cámara. Es una de sus manías que menos le favorecen.
Letizia, insisto, se quedó sentada y sin ningún papel más que el de oyente. Fue un error. Hubiese sido magnífico que hubiese dirigido unas palabras en inglés a los presentes y hubiese hablado del trabajo en España para luchar contra las enfermedades raras. Insisto: fue un error no hacerlo.
Segundo día: cena de gala
Dado que el día no había dado mensajes de contenido y que sólo había habido desfiles de carruajes, el gran foco mediático se centró en la gran cena de gala con la que los Reyes de Suecia homenajearon a Felipe y Letizia en el palacio real de Estocolmo.
Letizia, consciente de que todas las miradas estarían puestas en ella y que Sofía había triunfado con sus trajes de gala en su visita de 1979, decidió ponerse todo el joyero real. Llevó la tiara Ansorena, la mejor de la Casa Real y la única que Sofía no se había puesto en su viaje décadas antes (Sofía llevó la floral, la prusiana y la Niarchos). La complementó con las pulseras de diamante de Cartier y los pendientes de chatones. El vestido era de la firma sueca H&M y estaba hecho con poliéster reciclado y tenido de azul marino (la princesa Victoria también lo tiene y se lo puso para celebrar su décimo aniversario). El coste, por lo que se ha podido saber, es de unos trescientos euros. Letizia, hay que reconocerlo, estaba espléndida, aunque esta manía de llevar trajes de gala de marcas extranjeras habría que comenzar a erradicarla (hubiese estado bien llevar el diseño de algún creador joven para demostrar que España es mucho más que Zara).
La casa real sueca que, a diferencia de la española, sí tiene cuenta de Instagram y sabe usarla, nos dio algunos detalles curiosos de la velada. Por ejemplo, la mesa principal estaba engalanada con la llamada Mantelería de la Unión, tejida en Francia hacia 1890. El plato de pescado se sirvió en vajillas encargada por la reina Josefina a finales del siglo XIX y el plato de carnes, en la fabricada para la gran duquesa de Baden, madre de la reina Victoria de Suecia, en la década de 1850. La cristalería era un regalo del parlamento y el gobierno suecos a los reyes Carlos Gustavo y Silvia en ocasión de su boda en 1976.
El menú, por cierto, era muy original. Se comenzó con trucha ártica asada con caviar del río Österdalälven, crema agria de cebollino y galleta de pan. Luego se sirvió rodaballo salvaje con guarnición de pulpo sueco, compota de puerros, mantequilla blanca con grosellas y caviar de la ciudad de Kalix. El tercer plato fue montura de reno ahumada con enebro, croquetas de setas, remolacha tostada con café y salsa de ciervo con mantequilla morena. De postre hubo manzanas cubiertas con caramelo, romero y almendras, acompañadas de brioche de hojaldre y helado de vainilla.
Tercer día: seminario sobre lengua y reuniones económicas
Al día siguiente, Letizia apareció por la mañana acompañada por la reina Silvia en la Biblioteca Bernadotte, una magnífica sala dentro del palacio real que acoge más de 100.000 obras. Letizia llevaba un traje rosa empolvado de Pedro del Hierro y, tras mirar algunos ejemplares que le mostraron, se sentó junto con la reina Silvia a escuchar un seminario organizado por el Instituto Cervantes y su equivalente sueco sobre la importancia de traducir obras del castellano al sueco y viceversa. De nuevo Letizia no abrió la boca (la reina Silvia sí pronunció un breve discurso en sueco). Insisto una vez más: esto de que Letizia no hable en este tipo de actos es un error. Aparte, dado que el español está cogiendo tanta fuerza en las escuelas de Suecia, ¿por qué no llevaron a Letizia a una escuela para que hablase con niños pequeños en español o les leyese cuentos?
Mientras Letizia estaba en el seminario, el Rey se centraba en asuntos económicos. Fue primero a un encuentro con empresarios españoles y suecos y luego inauguró el Seminario Empresarial Suecia-España donde, de entrada, pudimos comprobar que el ministro de Asuntos Exteriores español tiene un acento inglés pésimo. Del Rey se podrán decir muchas cosas, pero al menos, habla muy bien el inglés y su discurso lo leyó con aplomo (siempre digo que lee mejor los discursos en inglés que en español). El problema fue que el discurso ante el Seminario Empresarial se quedó corto. Por una vez que enfoca bien el texto, dice frases breves y bien construidas, y resalta argumentos de peso, va y opta por pocos párrafos. Tiene que aprender a juzgar mejor los tiempos.
Después del seminario, el Rey se desplazó hasta el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo (KTH por sus siglas en sueco), una de las principales universidades técnicas y de ingeniería de Europa. Es una visita que tendría que haber hecho con Letizia: ella atrae más a la prensa y el evento hubiese tenido más protagonismo.
La mañana se acabó con un almuerzo en el ayuntamiento de Estocolmo, el lugar donde cada año se ofrece la cena de gala de los Premios Nobel. Letizia se cubrió con un abrigo roja fresa de Carolina Herrera, seguramente la mejor prenda de todo el viaje.
Tras el almuerzo, Felipe visitó la Real Academia Sueca de Ciencias de la Ingeniería, donde asistió a una reunión con expertos españoles y suecos sobre energía sostenible y cambio climático. La intención de la visita estuvo muy bien, pero de nuevo, ni una sola declaración a la prensa (error, error, error). Después, Felipe y Letizia fueron a ver a representantes de la Asociación de Científicos Españoles en Suecia, hablaron un rato con ellos y concedieron el premio Margarita Salas a la investigadora Mercedes Maroto Valer. Si esto fuera Buckingham, le habrían dedicado algún twit o post de Instagram a explicarnos quién es esta señora, pero no lo han hecho. Tampoco hay ninguna referencia a esta científica en la nota-resumen del viaje de los Reyes que hay colgada en la página web de la Casa Real. Por lo que he podido leer en Internet, la doctora Maroto-Valer (Vitoria, 1971) tiene un currículum espectacular y, entre otras cuestiones, es una de las mayores expertas mundiales en sistemas energéticos y, sobre todo, en descarbonización.
Tras este acto, los Reyes agasajaron a los reyes de Suecia en la residencia de la embajada española en Estocolmo. La princesa Victoria fue la más elegante de todas. Letizia optó por un traje perfecto para un acto de tarde, aunque quizás algo serio, pero no para una recepción oficial con reyes extranjeros. Aparte, el color, ese grisáceo azulado, aunque lo repite con frecuencia, no le queda nada bien.
Y con este acto se puso punto y final a un viaje que, en general, estaba plagado de buenas intenciones (poner el foco en la innovación y la tecnología, apostar por los científicos, sobre todo los más jóvenes, defender el papel de la cultura como elemento clave para las relaciones bilaterales), pero que no consiguió en absoluto centrar la atención en estos temas. Y todo por problemas de comunicación que, a estas alturas, Zarzuela ya tendría que tener resueltos.
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