Llevan con idéntico orgullo unas banderas que consideran compatibles. “La arcoíris es una bandera universal porque precisamente incluye todos los colores, al igual que es de todos la enseña de España. Los partidos no pueden adueñarse de ninguna de las dos”, comenta Elena Sánchez, policía nacional de 44 años. Es primera hora de una tarde fría de enero. Elena nos cita junto a otros tres uniformados en un parque de Madrid. Son los rostros visibles de LGTBIpol, la asociación que representa a los agentes que reivindican la diversidad en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
“En el último desfile del Orgullo llevábamos ambas banderas porque no son incompatibles”, alega Arantxa Miranda, miembro de la policía municipal de la capital. Trabaja en la unidad de diversidad de género, un departamento que investiga los delitos de odio. “Es una unidad pionera y hemos necesitado tiempo para darnos a conocer. Asemejo el fenómeno a la violencia de género. Al principio era desconocido, a las mujeres les costaba mucho denunciar, se cuestionaba la veracidad de los hechos y con esta unidad lo que hemos hecho es eliminar estas barreras”, subraya la agente de 42 años.
Unos 200 miembros de las fuerzas de seguridad pertenecen a una asociación fundada hace seis años que se halla extendida por todo el país y en todos los cuerpos, desde las policías nacional o local hasta la Guardia Civil o los agentes autonómicos, como Ertzaintza o Mossos d'Esquadra. “Tenemos absolutamente de todo, pero hay mucho guardia civil y, especialmente, masculino. Nos faltan femeninos”, admite Sánchez, que llega a la entrevista con su perra Onyx, "una jubilada del cuerpo” que una vez trabajó en la unidad de estupefacientes de la policía.
Como representante de La Benemérita, acude José Pedro Sageras, de 37 años. “Durante años llevé una doble vida. Una era mi vida como guardia civil y, cuando salía del trabajo, era otra persona completamente distinta. Sufrí bastante desgaste. Hice mi papel”, narra. Las contradicciones terminaron por señalar el camino de salida del armario. “No era yo mismo y eso te acaba costando problemas psicológicos en tu vida privada y profesional. No me aceptaba y llegó un momento en el que necesité dar el paso”, explica.
Un pasado conservador y tradicional
Rompió el silencio hace año y medio. “Me sentí liberado al contarlo, aunque hubo reacciones de todo tipo. El cuerpo es muy diverso. Hubo quienes se lo tomaron bien y otros regular pero lo importante es cómo me sentía yo y el momento en el que, por fin, me conecté conmigo mismo. Es lo único que me importa ahora”, comenta.
El cuarto en liza, Rufino Arco, es un policía nacional de 39 años “abiertamente gay”. “En las fuerzas y los cuerpos de seguridad, al igual que en la sociedad, hay personas homofóbicas o machistas, pero no se puede generalizar y decir que una institución lo es o no”, replica. “Es cierto que en el pasado eran instituciones tradicionales y conservadoras, pero es verdad que en los últimos años se ha visto un avance muy fuerte y se ve que hoy contemplan otras realidades”, apostilla.
En las fuerzas y los cuerpos de seguridad, al igual que en la sociedad, hay personas homofóbicas o machistas, pero no se puede generalizar
RUFINO ARCO, POLICÍA NACIONAL. 39 AÑOS
Su presencia, cada vez más visible entre sus propias filas, es la constatación misma de una transformación, de los “grises” que perseguían a los homosexuales en virtud de la ley de vagos y maleantes a la de un aparato policial en el que sus miembros reivindican con cierta naturalidad su orientación sexual. “Yo me siento afortunado porque he tenido una buena experiencia. Lo dije hace 13 años en la academia de Ávila y hace 8 en mi oficina. Mis compañeros se lo tomaron bastante bien”, confiesa Arco.
“Existen otros testimonios de personas que forman parte de la asociación que cuentan circunstancias menos agradables. Aunque considere que se ha avanzado muchísimo, son cuerpos masculinizados donde se da valor a ciertas circunstancias. Un chico con pluma posiblemente lo lleve un poco peor y sufra más burlas o más comentarios a sus espaldas que un chico que pueda pasar por hetero”, arguye el policía nacional. “En el tema de las lesbianas, las chicas que son más masculinas no tienen ningún problema porque es alguien con quien mola ir en el coche patrulla. Pero luego alguien que pueda asociarse a lo tradicionalmente femenino no es tan bien aceptada”.
El camino hacia la visibilidad
Miranda, que se considera bisexual, no ha olvidado su salida del armario, a raíz de su llegada a la unidad de diversidad de género y en forma de una campaña de publicidad que la convirtió en una de las modelos. “Salía vestida con el uniforme y con el eslogan: ‘Soy lesbiana, ¿y qué? Tengo derechos’ Fue una salida brutal”, detalla. “Me llamó la atención que una jefa mía a la que tenía mucho cariño me preguntó por la necesidad de exponerse tanto. Tuve algunas críticas, pero fueron en redes sociales y de gente que no dio la cara. Así que no lo tomé en cuenta”.
Fue una salida del armario brutal. En un anuncio donde aparecía con un ‘Soy lesbiana, ¿y qué? Tengo derechos’
ARANTXA MIRANDA, POLICÍA MUNICIPAL DE MADRID. 42 AÑOS
“A nadie de mi entorno, mayoritariamente heterosexual, le pareció mal. Mi mujer estaba de acuerdo y tanto a mi hija como a los hijos de mi pareja les parecía bien y era lo que más me importaba”, añade. La ausencia de referencias públicas fue una de las razones que alumbraron LGTBIpol, Agentes de la Autoridad por la Diversidad. “Muchas personas del ámbito LGTBi nos manifestaron que les daba respeto acercarse a la policía para contar que habían sufrido un delito de odio. Detectamos también una falta de uso del lenguaje inclusivo y una serie de carencias que daban lugar a no entenderse bien con la diversidad. Fue entonces cuando nos animamos a dar el paso al frente y decir: vamos a hacer algo para mejorar esto”, recuerda Sánchez.
No siempre su exposición pública ha sido entendida por sus colegas de fatigas. “Siempre hay una serie de resistencias. Existe una forma de funcionar un poco anclada y resistente a los cambios, que son vistos como una amenaza. Se cuestionan mucho y se reciben con poca gana. Por lo general cuesta mucho abrirse. Incluso en tema del uso de las tecnologías, vamos un poco atrasados”, reflexiona la policía nacional, que lo atribuye al “clasismo”. “Empieza en algunos jefes ya dinosaurios, por así decirlo, y jóvenes que han entrado con mentalidad dinosaurio, pero las cosas tienen que evolucionar en favor de la igualdad y de los derechos humanos. Es que no hay otra”.
Y Sageras asiente. “El que haya sido una profesión que pasara de padres a hijos sigue pesando todavía”, aduce. “Una de las razones por las que no hay más gente LGTBi en las fuerzas de seguridad es, porque al ser normalmente de corte conservador, la gente LGTBi que nace en una familia de corte conservador no lo suele decir. Es como la pescadilla que se muerde la cola y ha sido cuando ha llegado la democratización de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, cuando ha empezado a valorarse que entrara todo tipo de gente y ha crecido la diversidad”, recalca Arco.
La formación, la asignatura pendiente
Una de las misiones de la asociación, constituida legalmente, es precisamente formar a sus compañeros de cuarteles y comisarías. “Participamos en talleres y resulta curioso, por ejemplo, cuando se habla de las personas transexuales. No son muchas personas, pero es algo anecdótico que se repite. La gente que está más en la línea de partidos que abren el debate sobre cosas ya aceptadas ven peligro donde lo hay, como en la autodeterminación de género”, expone Arco. “Nosotros somos apartidistas y procuramos no entrar nunca en debates partidistas. No tenemos problemas con ningún partido, salvo que nos pongan la zancadilla o que intenten de alguna manera mermar todos los logros que se han conseguido”, advierte Sánchez.
El que haya sido una profesión que pasara de padres a hijos sigue pesando todavía
JOSÉ PEDRO SAGERAS, GUARDIA CIVIL. 37 AÑOS
Y agrega: “Es un error convertirlo todo en ideología. Y por eso España está polarizada. No aprendemos de nuestro pasado y lo queremos borrar. Es el pasado el que nos puede enseñar a cómo ser mejores. Hay que aprender de nuestros errores para ir avanzando”. Los cuatro entrevistados, que saldaron en su día las deudas pendientes y decidieron hacer pública su condición sexual, coinciden en que los comentarios homófobos siguen presentes, alojados hoy en “grupos de WhatsApp y Facebook”. “Algunos comentarios son auténticas perlas”, dice Sánchez y ríe. “Todos los que te puedas imaginar”, contesta reacia a reproducirlos. “Cuando desfilé en el Orgullo, me llamaron en redes sociales ‘la teniente bolli’”, asevera Miranda. “A veces parecen jugar con la sutileza y la cuelan como broma”, desliza Arco.
Unas experiencias diarias que, reconocen, no casan bien con el lema de “servir y proteger”. “Al ver el trato que algunas víctimas han recibido en algunas comisarías, nos preguntamos: ¿Cómo vamos a servir y proteger a una sociedad que no conocemos, a la que ponemos en duda, prejuzgamos y a la que cuestionamos su existencia?”, se interroga Sánchez, preocupada por las consecuencias. “¿Cómo hacer para no doble victimizar? El mero hecho de que inconscientemente tus prejuicios salgan a la luz en forma de opinión que no tienes que dar bajo ningún concepto mientras esa persona está interponiendo una denuncia de delito de odio hace que la víctima se plantee irse sin denunciar”.
Pese a los progresos, reina la unanimidad entre los cuatro acerca de la formación de quienes se encargan de vigilar y perseguir el delito. Sageras ha llevado hasta el Congreso de los Diputados sus demandas de “una formación de sensibilización y conocimiento del protocolo de actuación para los delitos de odio” y adoptar medidas que ayuden “a poner solución a la lacra que suponen los delitos de odio y LGTBIfobia”.
Temor a los retrocesos
Ninguno oculta su temor a que, en uno de los países que se situó a la vanguardia en los derechos del colectivo con la legalización del matrimonio homosexual, puedan registrarse retrocesos. “Ha habido una lucha muy dura, se ha quedado mucha gente por el camino. Nosotros por suerte somos privilegiados porque no hemos tenido que vivir en la época de los vagos y los maleantes o de la ley de peligrosidad social”, replica Sánchez. “Hay mucha gente que ha sufrido y que sigue sufriendo hoy en día como para que todo lo que se ha logrado hasta ahora sea revertido. Quien nos dice eso de ‘mientras no seas visible, no pasa nada’. Mi respuesta es: ‘A ti nadie te ha guardado antes en el armario. Nosotros hemos estado dentro del armario hasta que hemos podido salir y ahora nos quieren volver a meter en el armario. Eso no puede pasar”.
¿Cómo vamos a servir y proteger a una sociedad a la que ponemos en duda y prejuzgamos?
ELENA SÁNCHEZ, POLICÍA NACIONAL. 44 AÑOS
A su juicio, contar como ministro con alguien como Fernando Grande-Marlaska, un juez que hizo pública hace años su homosexualidad, posee claroscuros. “Tiene que ir con más tiento”, admite Arco. “Al ser abiertamente LGTBI, no puede libremente defender nuestra causa. Y lo están machacando a nivel global. Nadie se atreve a decir el verdadero motivo por el que lo atacan, pero lo hacen por su condición sexual”, considera Sánchez, que también encuentra esa doble vara de medir en las comisarías. “Al gracioso se le permite llegar 10 minutos tarde. A quien es homosexual se le mira con lupa. Es como si algo no encajara”.
La asignatura pendiente, además de apostar por la visibilidad de los agentes del mundo rural, sigue estando entre los muros de los cuarteles. “Si en alguna ocasión me he sentido un poco más rechazada ha sido precisamente con mis compañeros del cuerpo que quieren seguir dentro del armario. Lo pagan con los que somos visibles”, sostiene Miranda. “Los insultos han llegado de ese tipo de personas que no se reconocen a sí mismos. Proyectan y atacan a las personas que son visibles porque dejan patente lo que no quieren dejar patente”, concluye Sánchez.
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