La calle te va jalando -te va arrastrando-, es como el mar, sin darte cuenta estás en medio del océano y no sabes para dónde tirar”. La vida de Jordan apenas suma tres décadas, y cerca de la mitad ha sido absorbida por el agujero negro de las bandas latinas y la cárcel. Llegó de adolescente a España cuando el país vivía la fiesta de la burbuja del ladrillo huyendo de la violencia de Colombia. Vivía en Valencia y allí una mala tarde en un parque le marcó para toda la vida.
No se llama Jordan, ni damos datos concretos o correctos de su vida en España. No pueden reconocerle en nuestro vídeo, ni nuestro texto puede dar más información de la necesaria de su vida. Su testimonio es de la calle, de quienes viven una realidad que no es ni la de quien lee este texto, ni de quienes lo hemos trabajado. Su vida se ha desarrollado en paralelo a la nuestra, está detrás de los titulares de las reyertas y de las bandas latinas que engrosan la historia de los barrios españoles que apenas pisan los políticos ni quienes contamos lo que ocurre desde los medios. "Una cosa es lo que dicen en la tele y otra es la realidad. Yo no voy a decir que no hay violencia y que se hacen cosas malas, pero esto es un problema para los que lo viven”, afirma.
Ha pasado “3 o 4 veces” por la cárcel, las tiene bien contadas, pero mantiene la imprecisión de su biografía. Las veces que ha cumplido condena ha recorrido las celdas de gran parte de la prisiones del país y en algunas de ellas ha coincidido con personalidades que en la España de los 2000 eran prohombres del milagro español por el que su familia cruzó el charco para buscar un futuro mejor.
Una tarde se fue a un parque donde había varios grupos de chicos latinos, él era, prácticamente, un recién llegado. Una mirada, un vacile, una provocación… Da igual. Una pelea entre adolescentes en la que su contrincante sale muy mal parado. “Muy mal, muy mal”. Un centro de menores se convierte en la primera institución española que conoce. Allí gobiernan los servicios sociales, pero su mundo empieza a ser ordenado por una banda: los trinitarios.
La gente latina ya no vive en España, sobrevive. El hambre empuja a la calle".
“Yo acabé en el reformatorio y allí me metí en la banda contraria del chico con el que tuve el problema. Todos mis amigos me decían que me iban a hacer daño y dije bueno, me apunto con los contrarios”. Un comienzo dentro del centro de menores que sería por muchos años. “Sales del reformatorio y te dicen 'si sales de permiso ve a tal sitio hermano, que tengo allí amigos'. O ellos mismos te buscan, vamos a tal sitio y tal. Acabé yendo a sitios con gente que yo no conocía y hay chicas y tal. Te acabas metiendo y ves que a las chicas les mola el rollo”.
Así fue como las bandas le jalaron la existencia hacia una vida de violencia y delitos. A qué se dedica ahora: “Hago de todo y nada bueno”. Pero nos quiere hablar, nos quiere contar qué pasa en la calle “porque en los medios no salen las cosas como son”. Y como son, como las ve él, no han cambiado mucho en veinte años. La calle sigue arrastrando a chavales hacia las bandas y la violencia va a seguir. “Va a ir a más”, asegura. “Esto va a ser como Estados Unidos”. Ha partido mucho bacalao y muchas caras en su vida de pandillero. Tiene tres hijos y no de la misma madre, un ciclo vital, el suyo, que se repite ahora mismo en los barrios de toda España.
Las reyertas recientes cree que van a continuar, pero asegura que la Policía mantiene mucha fuerza. “Si la Policía quisiera acabar con las pandillas lo haría. Con los Latin King metieron [en la cárcel] a todos los que estaban en la banda, por eso acabaron. Cumplieron aunque fueran tres meses, porque en un mes, ahí dentro, la vida se te frena. Tienes problemas, los abogados, la familia preocupada… Cuando te cierran te ves solo y jodido”.
En los centros [de menores] les dan mucha rienda suelta, van allí a comer, a dormir, cumplen unas normas, pero cuando salen a la calle no se enteran de lo que hacen".
Los chicos de su barrio que ahora viven lo mismo que él hace años ya son en su mayoría españoles, nacidos aquí, -hijos de españoles, también- y marroquíes y africanos. Todos caben bajo el título de banda latina. Parte de la explicación de la violencia la encuentra en que “siempre ha habido rivalidades como las de nazis contra punkis”. Violencia callejera que en su particular análisis sociológico está arraigado en la pobreza. Exclusión de toda la vida que él llama “una hambre que flipas”. “Mucha gente por la pandemia se ha quedado sin trabajo. La gente latina ya no vive en España, sobrevive. El hambre empuja a la calle”.
Ha pasado por dos bandas y pasaba de un coro de un barrio a otro (cada coro es una representación territorial de una banda). Pero él lo hacía por las chicas, asegura. Salir de las bandas dice que es posible, pero mantiene que hay que cumplir, que si tú has necesitado a la banda y luego la banda pide tu ayuda, lo suyo es cumplir.
Si para él el reformatorio fue el acceso directo a las bandas hace 15 años, ahora cree que no supone ninguna diferencia. “En los centros [de menores] les dan mucha rienda suelta, van allí a comer, a dormir, cumplen unas normas, pero cuando salen a la calle no se enteran de lo que hacen. Es como que les dicen 'tú tienes que venir a dormir, pero el resto del día'... No es como cuando yo estaba, que había más actividades y tenías que cumplirlas”, asegura.
En la calle cuando salen no hay nada. Estén en centros de menores o no, la denuncia de Jordan es que los chicos no tienen alternativas. “Lo único que hacen es porros en un parque. Porros y porros y porros”. Es una salida fácil, asegura, porque “no te puedes apuntar a una escuela de fútbol porque te cobran, no puedes ir a natación porque te cobran, te apuntas a un gimnasio y te cobran”.
Los ves en las redes sociales. Ves la sonrisa, ves tal, pero no ves que este chaval entre semana no tiene ni para comer".
En las calles de su barrio de Madrid donde vive hace años, y no podemos precisar, las niñas se quedan embarazadas muy jóvenes, los chicos populares son los pandilleros. Los cantantes de drill, un tipo de hip-hop, mueven a chicos y chicas. Las redes sociales se llenan de música de los barrios que hablan de la vida de las bandas, de peleas y de drogas. Pero la realidad es muy diferente. “A lo mejor hay tres de una banda en un videoclip, y los demás son chavales del barrio que se han apuntado a salir. Las redes sociales han hecho mucho daño”.
En Instagram se suben las fotos de la noche, cada fin de semana. “Tú los ves en las redes sociales. Ves la sonrisa, ves tal, pero no ves que este chaval, entre semana, no tiene ni para comer. Y las niñas ven eso y dicen buah, ese está todo el día en la discoteca y graban las botellas... Y es postureo, es todo postureo, hay un hambre que flipas”.
Con toda su experiencia vital a las espaldas, intenta advertir a otros de que no se metan en bandas y que no tengan hijos tan pronto. “Son críos que terminan llorando en la cárcel”. Vidas de chavales que se ven arrastradas por la calle que Jordan conoce bien y en la que no quiere ver a sus hijos. “Nadie quiere que lo malo que le ha pasado en la vida le pase a su hijo”. ¿Si tu hijo te dice que se va a meter en una banda? “Le doy una galleta que no se la cree ni él”.
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