Los retazos que se han podido documentar son suficientes para querer conocer su historia. Los vacíos se pueden imaginar. Basta colocarlos en su tiempo, en su lugar y su circunstancia para recrear cómo pudo ser la parte de su vida desconocida. La de María Josefa Sansberro, ‘Maddi’, es una historia que comienza en un caserío de Oiartzun (Gipuzkoa) y termina en un campo de concentración en Alemania. Por el camino, su vida como contrabandista, como informante de la resistencia francesa, como empleada de hotel de altos mandos nazis y como víctima de la Gestapo.
Esta mujer singular quiso ser parte de algo más grande que el mundo rural en el que nació en aquella pequeña localidad cuasi fronteriza en 1895. El suyo es un viaje vital olvidado que ahora ha aflorado parcialmente y que también incluye episodios de valentía en forma de tabúes rotos como mujer, decisiones arriesgadas, esfuerzos para sobrevivir y una muerte lejana en un campo de trabajo de Brandeburgo a los 59 años.
Su vida permanecía hasta hace poco oculta en archivos parroquiales, en documentos civiles de algunas localidades vascofrancesas y en bases de datos de la resistencia francesa que se enfrentó a los nazis. María Josefa, ‘Maddi’, no fue una mujer más de su época. Nacer en un tiempo que incluiría vivir dos guerras, una civil y otra mundial, en un punto estratégico de los pirineos, en la frontera entre dos países en conflicto, determinó su vida.
Dos vecinos de Oiartzun, Joxemari Mitxelena e Izarraitz Villaluce, llevaban años de investigación, de búsqueda de testimonios y documentos que permitieran recomponer el puzzle de su intensa, dura, compleja, rica y difícil vida. Lo que descubrieron merecía ser incluido en un episodio de la memoria colectiva. ‘Maddi’ fue una mujer que se rebeló a ser campesina, que conoció y ejerció el contrabando de productos y el paso de personas necesitadas de escapar, que obtuvo y filtró información valiosa en tiempos de guerra, que colaboró con la resistencia francesa durante la ocupación nazi mientras servía a los altos mandos alemanes en el hotel que le habían confiscado en el Alto de Larrun, en el País Vasco francés.
"Llegó a ser doloroso"
En noviembre 2001 Mitxelena y Villaluce se citaron con la escritora Edurne Portela. Debían contarle todos sus descubrimientos para que ella les diera forma, relato y memoria. Portela sería la persona adecuada para empatizar con aquella mujer, pensaron, con aquella vida conocida con certeza sólo en alguno de sus periodos pero que podría ser recreada, imaginada, en los restantes.
Es lo que más pudor, temor incluso, le suscitó a la autora de ‘Maddi y las fronteras’ (Editorial Galaxia Gutenberg): “Imaginar es también destruir, porque al elegir narrar a ‘Maddi’ de alguna manera, desechas a otras ‘Maddis’ posibles. Imaginar es dar vida, pero también dar muerte”, se justifica Portela. Novelar su vida se le antojaba un ejercicio arriesgado y éticamente delicado. Por eso investigó, leyó e imaginó con prudencia cómo podría haber sido esa parte de la vida que no se pudo rescatar. Cuál fue su voz, sus miedos, sus pensamientos y anhelos. Con la información conocida era suficiente para saber lo esencial, su actividad, sus amores y sus circunstancias vitales. Ponerles alma, pensamiento y miedos le obligó a empatizar al máximo, tanto que “llegó a ser doloroso por momentos”, asegura.
La vida de ‘Maddi’ no fue sencilla. A los cuatro años la familia abandonó el caserío de Oiartzun en el que vivían “probablemente de alquiler”. El campo en aquel lugar no daba suficiente para mantener a los cuatro hijos. Al otro lado de la frontera, la localidad vascofrancesa de Senpere sería el nuevo destino. Después vendrían otros municipios de la zona. El contrabando de productos era una realidad demasiado común en sus vidas para no caer en ella. Más aún una mujer como ella, inquieta y necesitada de buscarse otro medio de vida más seguro y rentable que el de sus padres. En torno a 1930 le llegó la oportunidad de trabajar en un hotel ubicado en el alto de Larraun, en el Collado de San Ignacio. “Aquello suponía romper con lo que se esperaba de una mujer. Aquel era un punto fronterizo, con lo que eso conlleva de contrabando y trasiego. Se supone que ella ejerció y utilizó el local como punto de intermediación de productos de ida y vuelta”, señala Portela.
Fue ahí donde años más tarde vivió la Guerra Civil española, con el trasiego de personas que huían en plena frontera. Poco después, la contienda mundial puso patas arriba Europa y el avance de las tropas nazis llegó hasta las mismas puertas del hotel que regentaba. En esa situación comienza a tomar decisiones arriesgadas y complicadas: “Maddi fue excepcional porque tomó decisiones que no sólo no correspondían a su género, sino que tampoco a su clase ni educación. Fue valiente y capaz de posicionarse con los más vulnerables”.
Mujer contracorriente
Ver y escuchar con discreción era lo más valioso que pudo hacer. La información que logró recabar era importante y ansiada por la resistencia francesa con la que colaboró: “Ella optó por implicarse y colaborar con la resistencia. Ella estaba en medio de todo aquel trasiego en un punto tan estratégico”.
Algunos de los documentos que se han podido localizar le sitúan como una mujer de profundas convicciones religiosas, católica pero que no dudó en separarse de su primer marido y casarse por lo civil poco después con el propietario del hotel, Louis Nicole, en 1938. Incluso accedió a adoptar a un niño nacido en el hotel y que una huésped abandonó. Lucien sería su única descendencia: “Fue una mujer poco común, tomo decisiones vitales a contracorriente en aquellos años, decisiones arriesgadas, desafiantes o escandalosas para la época”, asegura Portela.
Las traiciones en la guerra son fruto del odio y la supervivencia. ‘Maddi’ también las sufrió. Compaginar esa doble vida de empleada de hotel para los nazis e informante para la resistencia que quería expulsarlos de Francia se hizo cada vez más complicado. Fue así como la Gestapo llegó a conocer qué hacía aquella mujer cuando no estaba asistiendo a los altos mandos alemanes. Su colaboración con la resistencia, su actividad en la frontera le costarían caro. Fue detenida y enviada a un primer campo de trabajo. Después vendrían varios más hasta el último, el de Brandeburg, en el que murió el 13 de noviembre de 1944.
Partidas de nacimiento, de matrimonio, fechas de detención, documentos de la Gestapo y algún testimonio lejano son ahora parte de la verdad documentada. El resto, es una verdad más empática que cierta: “He intentado completar todo lo que los documentos no me explican. Éticamente ha sido complicado poner voz a una persona que existió. Lo he hecho desde el mayor de los respetos y cuidado. No nos quedan cartas de ella, ni apenas familiares”, señala la autora de ‘Maddi y las fronteras’.
Portela se ha puesto en la piel de aquella mujer con intensidad para que nunca más caiga en el olvido: “Quiero que se recuerde bien a esta mujer, el trabajo que hizo. Ella representa a muchas mujeres que la historia ha olvidado. Lo he pasado mal escribiendo, cuanto más te acercas al personaje más lo sientes”. La autora asegura que en realidad “la verdadera ‘Maddi’ nunca sabremos cómo fue”. Ahora, al menos, conocemos una parte cierta de ella y otra, posible y sentida.
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