Para Nora, Paula o Jorge las vacaciones no están relacionadas con recargar las pilas, nada tienen que ver con descansar, tener tiempo para no hacer nada o estar tranquilos. Ellos las exprimen al máximo con un plan detrás de otro y planifican cada día para tener algo que hacer. La primera tiene 35 años y una niña, la segunda 24 y el tercero 40.
Su forma de abordar el descanso estival es casi unánime para estas generaciones, que no para los más mayores, y nada tiene que ver con los veranos que recordamos de pequeños. Ahora pocos son los que pasan en el pueblo o en el apartamento de la playa el mes entero de vacaciones, ahora vamos de sitio en sitio, queremos conocerlo todo, subimos de avión en avión y nos hacemos fotos con los atardeceres más exclusivos, y más fotografiados.
"Los factores son muchos y van desde el cambio en la organización familiar a la economía, también a los días que tenemos de vacaciones"
El modelo vacacional ha cambiado en los últimos años y las vacaciones han dejado de ser sinónimo de descanso a convertirse casi en un trabajo: el de no dejar ni un segundo libre al aburrimiento. Desde El Independiente hemos hablado con un sociólogo, dos psicólogas y hemos preguntado a varias personas porque buscan hacer de sus días un sinfín de planes, porque ya no queremos descansar como antes; y nos han dado alguna que otra clave.
Como apunta Alberto Martínez Cano, sociólogo, politólogo y miembro de la Junta del Colegio Profesional de Ciencia Política, Sociología, Relaciones Internacionales y Administración Pública de la Comunidad de Madrid; este cambio no tiene una sola lectura. Para él, los factores son varios y van desde el cambio en el tipo de familia o el abaratamiento de los viajes hasta la evolución económica del país.
"Hay que partir de la base de que las vacaciones son una necesidad vital para las personas y después de la pandemia esa necesidad se ha visto incrementada: queremos desconectar por completo de nuestro día a día, de nuestro estrés", comienza y añade que antes "éramos más tradicionales" a la hora de abordar el descanso. "Tendíamos a irnos de viaje con la familia, con nuestros padres. Ahora, sin embargo, los jóvenes, con todo el tema de festivales, Interrail... Hacen planes independiente de sus progenitores. Estás nuevas tendencias hacen que el turismo de familia no sea tan tradicional como antes", explica.
Y añade que hay otro factor clave: la incorporación de la mujer al mercado laboral. "Ha provocado que se tengan que cuadrar los días de ambos y que ya la madre no se vaya con los hijos al pueblo de sus abuelos dos meses y el marido aparezca cuando le den los días libres", explica sobre cómo conseguir quince días en familia, que cuadre para todos, es cada vez más complicado y que ante la falta de tiempo este tiende a exprimirse al máximo.
"El abaratamiento de los viajes, con la aparición de las compañías low cost, ha provocado que estos sean accesibles para mucha más gente"
También que hace veinte años era totalmente impensable "irse a Tailandia, por ejemplo," y que ahora nuestras redes sociales están llenas de jóvenes, y no tan jóvenes, recorriendo medio mundo. "El abaratamiento de los viajes, con la aparición de las compañías low cost, ha provocado que estos sean accesibles para muchas más personas. A esto le tienes que sumar que antes tener una segunda vivienda en la playa o en el pueblo era más común, ahora el precio de estas casas es desorbitado y no tienes dos meses para aprovecharlo así que tiendes a ir cambiando de destino", continúa.
Según Martínez Cano, viajamos mucho en verano y hemos dejado el turismo de descanso anclado en los fines de semana. "Ahora utilizamos los sábados y los domingos para descansar de la carga de trabajo, para la desconexión del día a día y en verano, que ahora la gente no tiene más de quince o veinte días, para las experiencias", argumenta.
Por su parte, la psicóloga clínica Lucía Cuesta expone que esta tendencia también tiene un componente psicológico. "Hay una parte muy importante de evitar la realidad, de no querer enfrentarte a tus problemas. Antes de quedarte relajado y que tu cabeza te lleve a pensar, a reflexionar, pues rellenas tu tiempo con un montón de cosas", explica. Y añade que "hay un término que es ociofobia, que es el temor irracional a tener tiempo libre o tiempo vacío de actividades, a que tengas un día tranquilo y ningún plan, así que queremos tener todos los días ocupados".
"Después de sentirte hiper productivo once meses al año, llegan las vacaciones y creemos que tenemos que seguir siéndolo: queremos no parar, que la máquina no deje de funcionar"
¿Pero por qué nos ocurre esto? Según Cuesta, "vivimos en un día a día donde hay mucha ambición y un punto disfuncional: quiero progresar en el trabajo, promocionar, quiero, quiero y quiero pero siempre desde el hacer no desde el ser. Así que después de sentirte hiper productivo once meses al año, llegan las vacaciones y creemos que tenemos que seguir siéndolo: queremos no parar de hacer cosas, que la máquina no deje de funcionar".
Y añade que las redes sociales también tienen parte de culpa en esta tendencia. "Aquí habría que hablar de autoestima y ego, cuando tu autoestima está bien, el ego, como el reconocimiento externo de tu forma de vida y actos, disminuye. Pero somos una sociedad con una autoestima muy débil así que si entramos en Instagram y vemos que éste está en Colombia, el otro en un festival, esta familia con sus hijos en una isla y a tope de actividades... Pues pensamos: '¿Y yo qué estoy haciendo?' Necesitamos la aprobación de los demás, contar que hacemos cosas, hacer planes que podamos vender al resto".
"Me cargo de cosas para sentir que 'estoy aprovechando el verano', aunque luego llega septiembre y me siento igual de cansada que al empezarlo"
Y esa necesidad de no estar ocioso es algo que la mayoría corrobora. Nora Cajal, de 35 años y con una niña de dos, asegura que en cuanto tiene algo de tiempo libre busca a dónde ir y qué hacer. "Salgo del trabajo y me meto directa en el atascazo, no lo dudo, es cómo que no tengo un segundo que perder. Luego vuelvo siempre un día antes de que se acaben mis vacaciones porque llegó reventada pero es que lo contrario me parece una pérdida de tiempo. Ya descansaré cuando me muera", asegura.
Algo similar a lo que Paula Villa, de 24 años, que afirma que no es capaz de quedarse en casa descansado y que no tiene intención de pasar sus vacaciones cómo un momento para recargar las pilas. Según ella, puede tener algo que ver con el FOMO, la ansiedad a perderse un evento social. "En verano me gusta tener muchos planes porque siento que tengo que hacer todo lo que no he podido hacer durante el año. Así que me cargo de cosas para sentir que 'estoy aprovechando el verano', aunque luego llega septiembre y me siento igual de cansada que al empezarlo, entonces realmente tampoco termino ni de descansar ni de desconectar", confiesa.
"En mis vacaciones quiero acabar con la rutina del no parar que tengo en el día a día. Irme al pueblo, a casa de mis padres, con mis amigos de toda la vida"
Y por esa falta de descanso, algunos deciden hacer lo contrario, aunque parecen minoría. Es el caso de Sofía Tamayo, de 31 años, que rompe con los esquemas de su generación. "En mis vacaciones quiero acabar con la rutina del no parar que tengo en el día a día. Irme al pueblo, a casa de mis padres, con mis amigos de toda la vida. Quiero recuperar esas vacaciones de cuando era pequeña, de llegar a aburrirme para tener ganas de volver a la rutina", asegura.
Dice, además, que no soporta los sitios llenos de turistas "voraces por la foto, haciendo colas para poder publicar en Instagram la imagen cliché que demuestre que han viajado". "Quiero no hacer nada, tumbarme en el sofá (en la piscina o en la playa si hay suerte), recuperar los hobbies para los que siento que no tengo tiempo en el día a día. O simplemente cerrar los ojos y escuchar la tranquilidad. A veces viajo, pero son escapadas puntuales de un par de días", añade.
Ociofobia y niños
Este no parar también afecta a los niños. Hemos pasado de tener que mirar al techo, esperar a hacer la digestión tres horas en el sofá o jugar con cualquier rama a tener que tener actividades todo el rato. "Es que ahora no saben lo que es el aburrimiento ni la paciencia, claro que les afecta. Si tuno tienes tiempo de aburrirte, de no tener nada que hacer, de descanso absoluto... No desarrollas el pensamiento ni la creatividad", comenta Cuesta. Y añade que "parte de la diversión del verano viene de la imaginación, de buscar qué hacer con poco, de no pensar en que luego tienes que hacer esto y más tarde el otro plan y todo minutado".
Algo en lo que concuerda en parte Ana Benítez Dean, orientadora educativa y psicóloga, que aunque asegura como Cuesta que la creatividad viene del aburrimiento y que es necesario ese descanso y los autocuidados para el bienestar de los niños, considera que no tienen el mismo problema que los adultos. "Nosotros vivimos absolutamente estresados y es necesario que paremos para que nuestro sistema nervioso se relaje, se regule... Con ellos es distinto, tienen otro ritmo. No hay problema en que hagan actividades aunque hay que ver muy bien qué tipo de actividades y para que tipo de niños", explica.
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