"Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto", dice Joaquín Sabina en 19 días y 500 noches. Y como él, Taylor Swift en August, La Oreja de Van Gogh en La Playa o John Travolta y Olivia Newton-John en Summer Nights. Amores que fueron y que se fueron, que huelen a aftersun y tinto de verano y que se convierten en un "Uf, ¿te acuerdas..?" a la vuelta de las vacaciones. Desde una perspectiva u otra, todos se refieren a la misma situación: los amores de verano.
Relaciones intensas pero fugaces que empiezan en la época estival y terminan con la llegada de septiembre. Pero la situación va más allá de canciones, anuncios de cerveza, o libros de tapa blanda. De acuerdo a una encuesta de la app de citas Adopte, el 43% de los españoles ha vivido un amor de verano y el 14% confiesa haber experimentado varios a lo largo de su vida.
Ya nos lo advirtieron Sonia y Selena: cuando llega el calor los chicos se enamoran (por la brisa y el sol, ya se sabe). Pero, ¿son realmente tan idílicos o pueden convertirse en germen de futuros dolores de cabeza?, ¿romantizamos demasiado los amores de verano?
¿Se puede llamar 'amor' a algo tan corto?
Mireia Cabero, profesora de los estudios de Psicología y Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), prefiere referirse a ellos como romances: "Romances que pueden consolidarse perfectamente en amor, pero el tiempo y dedicación que requieren no siempre pueden consolidarse y materializarse". Aunque a veces sí se sienta de esa manera: el 19% de los españoles que ha vivido un amor de verano asegura que se enamoró perdidamente frente al 42%, que lo describe como una pasión totalmente física. Destaca el 39% de los encuestados, quienes afirman tener "mucha confusión" al vivir el idilio con tanta intensidad.
La afectación psicológica depende de nuestra autonomía emocional y de cómo generamos relaciones, si con dependencia o independencia relacional
Mireia Cabero, profesora de los estudios de Psicología y Educación de la UOC
Los hay quienes comienzan el amor de verano con la seguridad de que va a tener un fin y por tanto hay que explotar cada minuto al máximo, y quienes piensan que esa situación puede convertirse en una futura relación que simplemente "comenzó" en verano. Pero si tuviésemos que establecer un perfil concreto de aquellos que están dispuestos a vivirlo, Cabero lo resume en "personas enamoradizas".
Habla de aquellas que "se entregan a los romances con facilidad, sin dar importancia a factores externos como el tiempo del que disponemos". Pero no se basa únicamente en querer dar amor sin pensar más allá, sino también en la necesidad de recibir, personas con "dependencia emocional, que buscan ser queridas, o seducir y tener éxitos románticos", afirma.
Empezar algo que tiene fecha de caducidad
Y como todo lo que ocurre cuando se mete el corazón, las consecuencias emocionales de experiencias tan intensas y a la vez tan fugaces no tienen por qué ser tan felices como se suelen describir. Ni tampoco traumáticas. Todo depende de "nuestra madurez adaptativa, de nuestros recursos y de la capacidad de comprensión del escenario que estoy viviendo", defiende Cabero. "La afectación psicológica depende –continúa– de nuestra autonomía emocional y de cómo generamos relaciones, si es con dependencia o independencia irracional".
Teniendo esto en cuenta, cabe preguntarse: ¿para qué empezar algo que desde el principio sabemos que va a terminar? Y la respuesta se reduce en que es algo "fácil". O, al menos, más fácil que otras relaciones más comprometidas. "Requiere poco compromiso, poca consolidación y poca toma de decisiones", explica Cabero. Una relación estable implica trabajar en ella para que perdure en el tiempo, mientras que un amor de verano ya tiene un final marcado, así que no tiene sentido preocuparse por su futuro.
Eso si podemos controlarnos para no enamorarnos. Bueno, ¿eso se puede? "Cognitivamente sí, emocionalmente no", asegura la profesora. "El enamoramiento es una emoción que se gesta en el cerebro emocional más allá de nuestra voluntad cognitiva". Es decir, que por mucho que nuestra voz interna diga que no tiene sentido que nos enamoremos, si lo hacemos, lo hacemos.
Lo que pasa después de agosto
"Pero no todos los amores de verano se quedarán en unos arrumacos desde junio hasta agosto", podemos pensar. Y efectivamente, no se puede generalizar. Pero lo cierto es que sí es lo que ocurre en la mayoría de los casos: el 47% de los españoles terminaron la relación tras acabar el verano, frente al 24% que pasó la prueba de fuego y mantuvo una relación estable después de agosto. Una cifra que podría ser mayor en este segundo caso, si el 29% de las personas que intentaron que funcionase hubiese tenido éxito.
Sentimientos quedan, o por lo menos recuerdos. El 38% de los españoles reconoce que nunca llegó a olvidarse de ese amor, y el 22% afirma "buscar esa sensación" en sus próximas relaciones. Pero el sentir general está claro: el 78% de los españoles no toma lo que vivió como "la norma" y, por tanto, no pretende que sus siguientes relaciones se sientan de la misma manera.
Como cada circunstancia es diferente, también lo son sus consecuencias emocionales. Pero en cualquier caso, se conviertan en idilio o delirio, los amores de verano siguen siendo protagonistas de canciones y libros. Por algo será.
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