Cuando era pequeño, podía trabajar unas pocas horas sin sentir la tentación de la distracción. Ahora, no puedo siquiera estar 30 minutos concentrado. Tecleo furiosamente al escribir porque el sonido que emana es la manera que tengo de reafirmarme en la convicción de que estoy creando algo. Mi cerebro busca una distracción, un estímulo que no le haga estar aburrido.

En Un Mundo Feliz, Aldous Huxley presenta una distopía en contraposición a la de Orwell en 1984. No crea una sociedad fundamentada en la opresión de un grupo dominante que nos obliga a actuar de una determinada manera, sino que presenta una sociedad en la que estamos tan adecuados a la opresión que participamos en ella. Buscamos dopamina y la queremos constantemente. En un mundo de estímulos, todo se nos hace muy largo.

Ahora, consumimos todo tipo de información en segmentos cortos y rápidos. Nos enteramos de lo que ocurre a través de tuits de no más de 250 caracteres y apenas podemos leer un artículo digital entero. Pero no es sólo el modo de recibir información lo que ha cambiado: también lo ha hecho la manera que tenemos de entretenernos.

El contenido de una sociedad audiovisual

Vivimos en una sociedad audiovisual. Estamos expuestos a cantidades ingentes de series y películas que invitan a un consumo en exceso. Cada semana, hay cinco series nuevas en el panorama mainstream para ver. La gran mayoría se lanzan al completo, con todos los capítulos a tu disposición. La palabra serie ya no tiene sentido: son de todo menos secuenciadas.

Netflix popularizó el concepto de maratón al estrenar sus series en bloque. El binge-watching, como lo llaman, está basado en ver el programa entero en un mismo día. En mantener la atención durante 6 o 7 horas en una misma cosa. Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), sostiene que, con este método, "está demostrado que luego es más difícil recordar una serie, sobre todo durante las siguientes temporadas, cuando intentas acordarte de lo que ha pasado en las anteriores".

El mundo digital ha roto la linealidad del contenido. Antes, cuando se veía una serie de televisión, se hacía siguiendo las disciplinas del programador: en un día y hora concretos. "El estreno semanal permitía que esos 42 minutos en los que volvías a ese universo concreto fuesen 42 minutos por y para tu serie. Sabías que hasta el miércoles que viene no ibas a volver a ver a esos personajes ni te iban a ofrecer nuevos datos sobre ellos, por lo que había que atender. Sí o sí", comenta Andy Tavárez, profesor de la Universidad Nebrija de Madrid y director del portal web para amantes de las series Previously Series.

Ahora, lo establecido es lo que se tambalea. Las plataformas de streaming se encuentran, de nuevo, coqueteando con la dinámica televisiva. Se rompen las temporadas por partes o se emite un doble episodio de lanzamiento para, más tarde, volver a la emisión secuenciada. Parece que, lo que en su día definió el modelo, ahora genera dependencia.

Consumo sin compromiso

La conectividad ha transformado el modo que tenemos de consumir contenido. Ahora, podemos hacerlo cuando y cómo queramos. No importa tener una temporada completa si voy a verla con el móvil en la mano. "Estamos tan acostumbrados a tenerlo todo al alcance de la mano que nos hemos perdido en ese control: “puedo echar para atrás”, “puedo volver a verlo”", dice Tavárez. Y esto, en palabras del profesor, provoca montajes de escenas más rápidos, líneas de guion más concretas y ritmos más trepidantes en los episodios.

Ahora, nos da igual. Hay una falta de compromiso enorme con el contenido. El hombre se ha convertido en un sujeto pasivo que sólo recibe. No busca el contenido ni la información, la consume de manera rápida y en altas cantidades, sin poder pararse a tener un pensamiento crítico sobre lo que está consumiendo. Y esto se traduce en una simplificación del contenido.

"Hay claros ejemplos en Netflix de un paso hacia adelante y otro hacia atrás: crean Dark, pero la magnitud de complejidad de la serie lleva a que lo siguiente que hagan los creadores sea más mascado –1899– y más cancelado…; hacen la primera temporada de The Witcher con líneas de tiempo paralelas, pero como un porcentaje de audiencia se pierde, volvamos a la estructura narrativa tradicional que no pierda al espectador. Es desmotivador pensar que los creadores deben sacrificar su historia y simplificar las tramas para que el usuario en el sofá lo tenga más fácil", lamenta Tavárez. Ya no se invita a pensar ni a debatir. Todo es real porque me lo están contando, y todo es real porque lo estoy viendo.

Recibimos estímulos constantemente. Estímulos que generan una sustancia en nuestro cerebro altamente adictivita: la dopamina que, juntada al fenómeno del famoso FOMO ('Fear Of Missing Out', en ingés), el miedo a quedarte fuera, provoca que queramos estar a todo.

"La conectividad ha provocado no que nosotros vayamos al encuentro de la información, como ocurría antes, cuando había una búsqueda activa por parte del usuario; sino que el contenido acceda directamente a nosotros a través de notificaciones push, ordenadores, mensajes de nuestros amigos, notificaciones en nuestros smartwatch... Estamos teniendo constantemente reclamos que demandan nuestra atención", comenta Neira.

No es algo generacional

Y es justo atención lo que no nos sobra. A través de una encuesta a más de 2000 participantes y del estudio de la actividad cerebral de otros 112 mediante encefalogramas, una investigación realizada en 2015 por Microsoft en Canadá llegó a la conclusión que, desde el año 2000, la capacidad de atención ha bajado de los 12 segundos a los ocho segundos. Esto es un segundo menos que la capacidad de atención de un insignificante pez de colores.

En la ficción televisiva, Netflix vuelve a ser crucial respecto a esta falta de atención. "Ha sido Netflix la que intentando romper con el modelo tradicional de consumo planteó una ventana de distribución sin anuncios –único espacio “lícito” para perder la atención–, sin tiempos de espera –como decía, 42 minutos a la semana puedo estar sin una segunda pantalla, pero no continuamente– y sin parrilla televisiva –ahora la parrilla la construimos nosotros–. Vivimos en un oasis en el que parece que tenemos de todo, pero no nos preguntamos si de verdad queremos tanto", explica Tavárez.

Pero esta falta de atención no se trata de algo generacional. No son los pobrecitos jóvenes enganchados a TikTok los que están todo el día con el teléfono. Un programa en directo, por ejemplo, genera mucha doble pantalla. Mientras lo vemos, buscamos qué opina la gente en otras redes sociales. Queremos formar parte de la conversación, buscar opiniones con las que mimetizarnos e, igual así, sentirnos menos solos.

Y ya no es solo en la ficción o en los informativos. Durante un partido de fútbol, un viaje o una cena en casa... anhelamos el móvil y jugueteamos con él entre nuestras manos. ¿Cuándo acabará esta carrera a ninguna parte? ¿Cuándo pararemos de consumir contenidos en masa y empezaremos a disfrutarlos de uno en uno? Tenemos el cerebro frito, y constantes impulsos que nos lo recuerdan.