“Todos sufren en la sombra. No pueden ser todas las aristas que realmente son. Sienten que se están muriendo por dentro”. Quien habla es Naser Mohamed, el primer qatarí en declarar públicamente su homosexualidad. Y lo que dice describe, a su juicio, el sentimiento de la comunidad LGBTI que permanece en los confines de Qatar, el anfitrión del Mundial de fútbol y uno de los tantos países del mundo árabe donde los gays sufren décadas de marginación y ostracismo.
Desde hace semanas Naser recibe por redes sociales los mensajes de gays, lesbianas y transexuales qataríes que residen en el país y que comparten su angustia. Por primera vez su voz comienza a ser escuchada, en mitad de un torneo que ha colocado en el centro la precaria situación de los homosexuales, a pesar de las restricciones impuestas por la FIFA, que ha negado a los equipos la opción de lucir un brazalete arcoíris durante los partidos. “Qatar es un país de homófobos. El discurso del presidente de la FIFA fue honestamente muy desagradable. Estaba comparando la persecución que sufrimos con el acoso por llevar el pelo pintado de rojo”.
Naser conoce bien las historias que le llegan de sus compatriotas. Hace siete años fue él mismo el protagonista de una de ellas, tristemente similar. Desde entonces reside en Estados Unidos, donde tras serle denegado el asilo político espera ahora la solicitud de nacionalidad. “Nací y crecí en Qatar. A los 24 años, tras concluir mi formación médica, decidí marcharme. La principal razón es que soy gay y no había opción alguna de vivir allí”, evoca.
Es un tema que es ignorado. Cuando se lo dije a mi madre, se enfadó mucho. Pensó que era una desviación y luego consideró que los estaba deshonrando
El joven volvió a Doha en varias ocasiones más. La última, en 2014. “Estuve una semana y, en cuanto regresé a Estados Unidos, solicité protección”, relata en conversación con El Independiente. Tardó un año más en comunicarle su homosexualidad a su familia, bajo la tranquilidad que proporciona la distancia. “No me sentía seguro para hacerlo en persona. Después de aquello hablamos en alguna ocasión más, pero en 2016 fue la última vez que supe algo de ellos”, confiesa.
“Mi madre no tiene los recursos para entender qué significa ser gay porque en Qatar el tema está completamente censurado. Ni siquiera puedes encontrar nada en Netflix. Es un tema que es ignorado. Cuando se lo dije, se enfadó mucho. Pensó que era una desviación y luego consideró que los estaba deshonrando”.
Una década de renuncias
Y, más tarde, el silencio, el que se ha mantenido durante el último lustro. Naser no ha regresado a Doha y se ha convertido en el rostro de los silenciados y los excluidos. De una minoría que durante estas semanas asiste al Mundial desde el mutismo. “Todos comparten ese sentimiento de desesperación, de no poder ser ellos. Resulta imposible navegar y vivir en una dictadura que desde la cúspide ejerce una persecución activa hacia los homosexuales a través de la legislación, de los arrestos, las vejaciones entre rejas y las terapias de conversión patrocinadas por el Estado”, explica Naser desde su refugio estadounidense.
Ahora que ha decidido quebrar su silencio y contar su historia en nombre de quienes no pueden hacerlo, le persiguen las amenazas. “He recibido numerosas amenazas de muerte. La última era un mensaje de voz en el que con todo lujo de detalles me explicaban cómo iban a matarme. Fue realmente triste escuchar cómo una persona que no me conoce de nada quiere hacerme daño porque, para él, no soy un ser humano. Y eso es lo que sucede. En Qatar los homosexuales no son considerados seres humanos”, agrega.
La realidad de la homosexualidad en la monarquía de los Al Zani es más compleja que un titular. “Si eres extranjero, no vas a sufrir la cacería que sí padecemos los qataríes. Pero aún así, incluso siendo extranjero, puedes arriesgarte a perder tu trabajo o ser deportado. Depende, además, de tu procedencia. Las autoridades son aún muy racistas. Es realmente diferente el trato que pueden darle a un gay estadounidense o británico que a uno egipcio, iraquí, filipino o indio. Para la población local es aún peor”, replica.
“Los testimonios que he ido recibiendo últimamente hablan de personas que son secuestradas por las fuerzas de seguridad y mantenidas en aislamiento durante semanas o meses; agredidas físicamente a diario y, en el caso de los transexuales, sometidos a inspecciones genitales en contra de su voluntad”, narra Naser. “Sus teléfonos móviles son espiadas ilegalmente y son tratados como animales. Comen en el suelo y malviven en condiciones higiénicas deplorables. Tampoco se les permite el acceso a representación legal y atención sanitaria”.
Existe una terapia impulsada desde el Gobierno, por lo tanto consideran que la homosexualidad es un problema de salud mental. Lo sostienen y no aceptan el consenso sobre el asunto de la comunidad médica
Amenazas de muerte
Al activista qatarí, el único de la diáspora homosexual que ha salido del armario, le inquietan las alargadas sombras, todo aquello que se desconoce. “Me han llegado denuncias de crímenes de honor pero es muy complicado de demostrar. Si alguien lleva a sus hijos al desierto y los asesina, ¿cómo se puede probar que eso realmente sucedió?”, se interroga.
Desde que le fuera adjudicado el Mundial, el comité organizador ha insistido en que se toleraría la homosexualidad pero ha recordado que en las calles de Doha la exhibición pública de los afectos está prohibida, tanto para parejas heterosexuales como homosexuales. Las declaraciones hace unas semanas de uno de los embajadores de la competición, el ex futbolista qatarí Jalid Salman, calificando la homosexualidad como “un daño mental” han reabierto la controversia.
“Creo sinceramente que lo que dijo es lo que piensa la élite del país. Una de las pruebas es que existe una terapia de conversión impulsada desde el Gobierno, por lo tanto consideran que es un problema de salud mental. Lo sostienen y no aceptan el consenso sobre el asunto de la comunidad médica. Lo rechazan de plano. Y no solo lo piensan sino que actúan de manera muy agresiva”.
A juicio de Naser, existe un control férreo que se despliega incluso en las aplicaciones de citas, a las que se accede con sistema de desbloqueo VPN. “Es que el régimen nos considera sus sujetos; somos técnicamente suyos. Les pertenecemos. Es poder y control”, responde. Al mismo tiempo, y esa es una de las aristas, la fachada desaparece en las aplicaciones de citas, que también usa la población local, incluidos padres y madres de familia. “Hay muchas historias que suceden en la sombra. En público, sin embargo, tienen que mostrar que son parte del grupo”.
Naser, que conoce a una docena de compatriotas gay viviendo en el extranjero, observa con tristeza la sucesión de partidos. Es, admite, demasiado tarde. “El boicot se debería haber producido hace cinco años, porque habría añadido presión para cambiar las cosas. Ahora lo único que podemos hacer es aprovechar la exposición para que se hable del tema; la pequeña ventana que nos han dejado. Y, en lugar de permitirles que se muestren las visiones que filtran sus relaciones públicas, compartir la verdad de lo que sucede y buscar soluciones”, alega.
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