La Universidad CEU San Pablo cumplirá 100 años en el 2033. Y lo hará convertida en una de las instituciones de enseñanza de referencia en España. Pero sus raíces tradicionales, aunque se mantienen, han evolucionado mucho con el paso del tiempo. Y en una época de tanto cambio, El Independiente ha entrevistado a Rosa Visiedo, rectora del centro, para hablar en profundidad sobre la salud del sistema universitario español y sus retos presentes y futuros.

Pregunta. ¿Considera que los estudiantes españoles salen bien preparados de la universidad en comparación con los del resto de países?

Respuesta. No soy capaz de establecer comparaciones, pero hay una serie de indicadores por los que sabemos que salen muy bien preparados. Por ejemplo, la tasa de desempleo de los estudiantes universitarios es unos 20 puntos menor que la de los jóvenes que solo tienen estudios básicos. Y los estudiantes españoles, sobre todo en algunos ámbitos profesionales como el sanitario, son muy demandados en el extranjero. Encuentran trabajo casi sin buscarlo. En comunicación y humanidades también reciben una formación muy superior a la de otros países europeos. Y, por si fuera poco, otro indicador es que cada vez tenemos más estudiantes extranjeros que deciden venir a estudiar a España. En nuestra universidad han ido creciendo progresivamente, y actualmente constituyen alrededor de un 20% del total.

P. Aún así, ¿cree que es interesante para los alumnos hacer estancias en otros países antes de acabar la universidad?

R. Creo que es muy necesario y muy enriquecedor, y les ayuda también a interpretar el mundo, a ser ciudadanos más globales y a conocer otras culturas y otras formas de entender la vida. Y eso siempre es interesante. Nosotros en nuestra universidad pretendemos ofrecerles un entorno global donde puedan convivir con estudiantes de diferentes culturas, países y religiones, y es una de las propuestas formativas más importantes para nosotros en este momento, tanto para los estudiantes que vienen de fuera y que nos eligen como para los estudiantes españoles. Encontrarse con este entorno sin salir de casa es una de las ventajas de la internacionalización.

P. ¿Qué cree que le aporta a los alumnos una educación universitaria católica?

R. Una educación universitaria católica de una universidad de calidad, como pretendemos ser nosotros, les aporta antes que nada una buena formación. La posibilidad de formarse en la disciplina que hayan elegido, y además de formarse bien. Pero además, y esta es la diferencia, les aporta también una formación en valores, y nosotros procuramos hacerlo desde el primer momento. Es una determinada forma de entender el mundo en el que vivimos y de afrontar la vida con los valores que forman parte de nuestro proyecto educativo, que son propios del humanismo cristiano: el compromiso, la honestidad, la familia, la defensa de la vida, la vocación de servicio... Todo eso les ayuda a ser ciudadanos mejor preparados y dispuestos a dar lo mejor de sí mismos.

P. Con la pandemia las universidades tuvieron que digitalizarse en tiempo récord. ¿Qué cosas de las que llegaron entonces ya se han quedado?

R. Creo que varias, y además bastante importantes. Sin lugar a dudas la tecnología que incorporamos a nuestro quehaceres cotidianos, a nuestras aulas y a nuestros servicios, que nos permitió que pudiéramos impartir clases durante el confinamiento y también cuando nos fuimos reincorporando a las aulas con aforos limitados. Pero también se han quedado algunas actividades que nos ayudaron a seguir desarrollando toda la actividad universitaria tanto en las aulas como en temas de administración y servicios. Por ejemplo, las reuniones virtuales, que fueron un descubrimiento, o actividades formativas que empezamos a hacer en ese momento para sustituir la imposibilidad de realizar movilidades internacionales.

Tenemos el convencimiento de que lo digital y lo presencial no están reñidos, que cada uno tiene puede tener su lugar y que muchas veces utilizar recursos digitales para la docencia lo que hace es enriquecerla y hacer que la formación y que el rendimiento de nuestros estudiantes sea mejor.

P. ¿Qué le hace falta a España para dejar de ser uno de los países con más paro juvenil de Europa?

R. Seguramente si lo hubiera descubierto alguien ya no estaríamos en esos niveles. Pero la lógica y la experiencia nos dan algunas pistas. Tal vez lo principal sería una buena colaboración entre las universidades, las empresas y la Administración pública. En el caso de esta última diseñando y ejecutando políticas que impulsen el empleo juvenil, pero que no se hagan coyunturalmente, con motivos electorales, sino que se mantengan en el tiempo y tengan unos objetivos claros que incluso pasen, como se está haciendo en los últimos años, por prestigiar la formación profesional y por abrir ahí un amplio abanico de posibilidades para que los estudiantes se formen según las necesidades del mercado laboral.

Por parte de las empresas creo que es imprescindible ese acercamiento hacia las universidades para trasladarles sus necesidades y saber qué tipo de profesionales necesitan, con qué formación y con qué competencias, y hacerlo además de una forma activa. Y la otra cara de la moneda serían las universidades, que también necesitan ese acercamiento a las empresas, ese trabajo conjunto y esa escucha activa para ofrecer a nuestros estudiantes la formación que les prepare para lo que las empresas están demandando.

P. Lo que estamos viendo también es que muchas veces a las empresas les cuesta dar esa primera oportunidad a los jóvenes. ¿Cree que el nuevo estatuto del becario puede incentivar la contratación juvenil?

R. Hay que decir que el estatuto del becario todavía no existe. Es un proyecto legislativo en el que se está trabajando desde hace tiempo y que ha tenido mucha repercusión, pero todavía no se ha trasladado a un real decreto o a una normativa. Lo que hemos visto han sido preborradores, y haciendo un análisis inicial de ellos te diría que no creo que ayude nada a que las empresas contraten a más jóvenes. Al final el estatuto del becario, mal llamado así porque los estudiantes en prácticas formativas no son becarios, parte de un supuesto que creo que es que es erróneo, y es que las empresas de alguna forma hacen trampas y mantienen a estudiantes en prácticas para no contratarles.

Estoy convencida de que a lo largo de la historia de las prácticas formativas ha habido empresas que han hecho trampas, pero son pocas. En general las prácticas formativas han funcionado muy bien durante mucho tiempo. Era una cosa que estaba muy bien autorregulada tanto por las empresas como por las universidades, y no hacía falta mucha más regulación. Dicho esto, creo que un estatuto del becario no adecuado a la situación real puede incluso provocar menos contratación juvenil por parte de las empresas, porque uno de los efectos negativos no deseados que podría tener es limitar el número de prácticas y el número de horas de prácticas que pueden hacer los estudiantes. Y eso no es bueno, porque para muchos son la puerta de entrada al mundo laboral. Así que limitar las prácticas es limitar su acceso al mundo laboral.

P. Hábleme un poco de la labor de acompañamiento que hacen desde la universidad con sus alumnos. Los últimos estudios dicen que uno de cada cuatro jóvenes en España sufre soledad no deseada, no sé si una universidad puede ayudar también en esto.

R. Una universidad puede ayudar mucho en este en este tema de la soledad, de la salud mental y del bienestar emocional de los estudiantes. Al final tiene que constituir una red de acompañamiento durante toda la carrera, desde que los alumnos están en primero y tienen tutores individuales hasta que terminan pasando por una serie de servicios como el de orientación universitaria, al que pueden acudir cuando tienen problemas de integración, de bajo rendimiento, de ansiedad o de estrés. Y al final de la carrera, los mentores que les ayudan a enfocar su salida al mundo profesional.

Más allá de todo esto, en nuestra universidad desarrollamos una serie de actividades durante todo el año que ayudan a la integración de los estudiantes. Por ejemplo, los que llegan en primer curso, muchos de fuera de Madrid e incluso de otros países, puede que se encuentren fuera de su entorno familiar, y no tienen a sus padres ni a sus amigos. Pero pasan mucho tiempo en la universidad. Por eso procuramos generar una intensa, variada y rica vida académica a través de actividades deportivas, culturales y sociales que les permiten conocer a más gente y encontrar un nuevo entorno en el que sentirse acogidos y acompañados, lo cual influirá a su vez en su mejor rendimiento académico.

P. Hay que preguntarle también sobre la inteligencia artificial, que parece que es una revolución. Está creando muchas oportunidades, pero también hay mucha incertidumbre. ¿Cómo cree que va a transformar la educación y el empleo?

R. Cuando miras cómo está evolucionando te das cuenta de la velocidad a la que cambia el mundo. Creo que la inteligencia artificial y la tecnología en general es una fuerza de una capacidad transformadora enorme, y tenemos que estar preparados para los cambios que va a provocar. No podemos estar de espaldas, debemos de tenerles respeto y asomarnos a ellas sabiendo que van a influir en nuestra forma de enseñar y en la forma de aprender de nuestros estudiantes. Tenemos que saber utilizarlas con responsabilidad y de una forma ética.

En las universidades manejamos una cantidad enorme de datos de nuestros alumnos, y creo que con la IA podremos personalizar más la enseñanza para mejorar el rendimiento de cada uno de nuestros de nuestros estudiantes. Nos permitirá que el proceso sea más más ágil, dinámico e interactivo. En el caso del empleo, y esto es evidente porque ya está pasando, van a desaparecer puestos de trabajo, porque este tipo de herramientas permiten automatizar algunos procesos que son rutinarios. Esto en sí mismo no es no es malo, porque permitirá que ese tiempo lo podamos emplear en tareas de más valor añadido. Así que también se crearán otros muchos trabajos. Es un reto, pero también es una oportunidad.

P. En el caso de una universidad como la suya, ¿cómo controlan que los alumnos no hagan un mal uso de la inteligencia artificial? Y pongo el ejemplo clásico: un estudiante que hace un trabajo entero con ChatGPT.

R. Yo no soy muy especialista en la materia, pero sé que ya hay algunos softwares que detectan si alguien ha usado inteligencia artificial para realizar un determinado trabajo, o incluso que permiten detectar también patrones de lenguaje que suelen utilizar estas tecnologías. Y luego, por supuesto, hay que introducir elementos sancionadores igual que se ha hecho toda la vida, con faltas más o menos graves que tengan sanciones muy determinadas.

En cualquier caso, aparte de estas tácticas coercitivas y punitivas, lo que hay que hacer es enseñar a nuestros estudiantes a utilizar bien esas herramientas y a ser responsables, para que ellos sepan que pueden usarlas en un contexto determinado, con unas normas determinadas. Y luego, desde el punto de vista de la docencia y de la evaluación, hay que valorar si el trabajo que te ha presentado el estudiante usando IA de verdad lo tiene interiorizado y es capaz de explicarlo. Nosotros hemos creado un manual de uso de la inteligencia artificial, y tenemos un comité que vela por su uso ético y responsable. Hay que crear un contexto adecuado.

P. Una universidad también es importante por su faceta investigadora. ¿Cuál es la apuesta del CEU San Pablo en este sentido?

R. Nuestra apuesta en materia de investigación no es nueva, siempre hemos sido una universidad investigadora, sobre todo en determinados ámbitos. Y queremos seguir siéndolo. No se puede enseñar bien si no se investiga, y en eso debemos seguir insistiendo. Pero sobre todo apostamos por la investigación relevante, que realmente tenga un impacto en la sociedad y que nos permita resolver los grandes retos y problemas de la sociedad actual como el clima, el hambre, la sostenibilidad, la familia, la defensa de la vida... Algunos temas son muy nuestros porque forman parte de nuestra identidad como institución. Nosotros aportamos ahí la visión propia de nuestro proyecto educativo, fundado en los principios del humanismo cristiano y de la doctrina social de la Iglesia.