A rostro descubierto. Sin burka. Con la mirada clavada en nuestra conciencia. Así vemos Mujeres. Afganistán, la exposición que acaba de inaugurarse en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, de Gervasio Sánchez y Mònica Bernabé. La muestra fotográfica, que podrá verse hasta el 27 de noviembre, revela una realidad tan desgarradora como desconocida: la violencia endémica que padecen las mujeres en un país bajo la mirilla de la comunidad internacional desde el 11S.
"El burka no es un problema en Afganistán. Sirve de protección a las mujeres y es un indicativo de seguridad. Cuando lo llevan todas las mujeres en una localidad, sabes que estás en zona de máximo riesgo", explica la reportera Mònica Bernabé, la única periodista española que ha vivido más de siete años en Afganistán. "Pensar que el burka o el burquini son problemas es quedarse en la superficie. La violencia que padecen las mujeres es endémica porque es una violencia aceptada socialmente con raíces en su núcleo familiar", afirma Bernabé, que pone palabras a las imágenes de Gervasio Sánchez. Bernabé y Sánchez han dedicado más de seis años, entre 2009 y 2014, a recopilar las 150 imágenes de la muestra. En un país donde la mujer se casa con quien acuerda su familia, donde los hombres consideran a las mujeres de su propiedad porque han pagado por ellos cantidades astronómicas, y donde dormir una noche fuera de casa lleva a cualquier joven a la cárcel resulta extraordinario conseguir fotos de una suicida o de las jóvenes recluidas en un correccional.
Gervasio Sánchez realizó varios viajes a Afganistán, país que conoce en profundidas. Y Mònica Bernabé, que entonces vivía en el país se ocupaba de preparar el terreno, convencer a las mujeres y a sus familias para que accedieran a dejarse fotografiar, y ha dado forma al relato periodístico que es en suma esta exposición. La denuncia es clara y nos estalla ante los ojos. "He de reconocer que en Afganistán me he topado con lo peor del ser humano, con su incapacidad de sentir empatía y piedad con las víctimas, con niveles de violencia e impunidad difíciles de encontrar en otros países", explica Gervasio Sánchez en el prólogo del catálogo de la exposición. Esa espiral de violencia cotidiana y una impunidad sin límites son las coordenadas en las que se enmarca el infierno que sufren las mujeres afganas. Mujeres como éstas:
Zar Gul, el matrimonio como cárcel en vida
El matrimonio por amor no existe en Afganistán. Las familias acuerdan el enlace y el marido ha de pagar cifras millonarias en afganis (entre 1.500 euros y 6.000 euros) por su esposa. El sueldo medio de un funcionario son 160 euros al mes. Otra fórmula es el badal, o trueque de mujeres entre familias. Zar Gul se vio obligada a casarse a los 15 años con un hombre 30 años mayor. A cambio de Zar Gul el hombre, que ya tenía una primera esposa, entregó a dos de sus hijas para que se casaran con hermanos de Zar Gul. Fue un matrimonio forzado, como el de muchas menores de 16 años. En 2008 Unicef calculaba que el 57% de las menores de 16 años eran obligadas a casarse. Contradecir al padre significa el ostracismo y sin familia en Afganistán la mujer queda en la indigencia. La pobreza y la guerra agravan esta deriva. Zar Gul tiene 20 años y dos hijos de cinco y dos años. Está en una de las poquísimas casas de acogida que existen en Afganistán. Quiere divorciarse pero su padre se opone porque sus hermanos perderían a sus esposas.
Masuma, condenada desde la infancia
"Ahora que soy mayor puedo decidir con quién me quiero comprometer", contaba Masuma, de 18 años, pastún, a los reporteros. "El enamoramiento rompe con la estructura social. Si rompes con tu familia, te quedas sin nada", señala Bernabé, sobre estas prácticas. A los siete años ya estaba comprometida con un hombre de 30 años que ya tenía otra esposa. Según la ley afgana, no puede haber matrimonios con menores, pero no hay registro obligatorio de nacimientos ni de matrimonios. Pagó por ella unos 1350 euros y entregó a su hija para que se casara con el hermano de Masuma. Hace seis meses se celebró su boda. Quiere ser libre. Si una mujer afgana pasa una noche fuera de su hogar, es sospechosa de adulterio, delito que se paga con cárcel. Hay apenas una quincena de casas de acogida en todo el país, que suelen regentar ONG afganas con fondos de ONU Mujeres.
Rokhsane, presa por rebelarse contra los abusos
Con apenas 16 años Rokhsane, originaria de Irán, cumple condena en un correccional. Su delito: huir de su casa donde un primo abusaba sexualmente de ella y le obligaba a drogarse. Afganistán produce el 90% del opio que se comercializa ilegalmente en el mundo. Hay un millón de personas drogadictas de los 35 millones de habitantes, según datos de la ONU y del Ministerio de Salud Pública afgano. "Acceder al correccional fue extraordinariamente complicado. Lo intentamos en varias ocasiones y cuando lo conseguíamos luego no dejaban hacer las fotografías a Gervasio. Después de tres años de intentos fallidos, lo logramos", señala Bernabé. Muchas mujeres habían huido de sus casas por sufrir maltrato. Según Human Rights Watch, el 87% de las mujeres afganas han padecido maltrato físico, psicológico o abusos.
Fátima, el suicidio como única escapatoria
Un mes de agonía padeció Fátima, de 25 años, antes de morir. Se arrojó "un vasito pequeño de gasolina". Con 15 años fue objeto de un trueque. Era su suegra, no su marido, quien torturaba a Fátima. "Un día me amenazó con prenderme fuego; le contesté que no hacía falta, que ya lo haría yo", contaba Fátima. La suegra no acudió en su auxilio. Su marido intentó salvarla y la trasladó a Pakistán. No pudieron hacer nada. Tenía quemado el 72% de su cuerpo. Dejó dos hijos de ocho y seis años y una hija de tres. "Fue muy doloroso afrontar el tema del suicidio. Había que localizar mujeres que se hubieran intentado matar, hablar con ellas y convencerlas del sentido de contar su historia", explica Mònica Bernabé. Muchas de ellas morían días después de dejar su testimonio a los reporteros. La hermana de Fatima, Anisa, aún lleva flores a su tumba. Quizá ella transmita a sus hijas el sinsentido de estar sometidas a esa violencia doméstica y cotidiana.
Nazanin, una más de las víctimas de las guerras
Afganistán lleva encadenando guerras 35 años. Hay miles de víctimas de los diferentes conflictos. Nazanin Muhammad Ayan perdió a su hermano de 14 años en un bombardeo ordenado por los efectivos que dirigía el señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar. Primero invadieron los soviéticos en 1979 y los muyahidines lucharon contra ellos apoyados por EEUU. Diez años más tarde los soviéticos se retiraron y comenzó la guerra fratricida entre los muyahidines. A principios de los 90 se cometieron salvajes atrocidades hasta tal punto que cuando emergieron los talibán en 1994 algunos los vieron como una esperanza. En 1996 dominan casi todo el país. Los muyahidines se replegaron en el norte. Tras el 11S, EEUU intervino en Afganistán en búsqueda de Osama bin Laden, responsable de la masacre y a quien los talibán daban asilo. Los señores de la guerra han sido durante años verdugos reconvertidos en aliados de Occidente. "Es como si después de la Segunda Guerra Mundial hubiéramos encomendado a HItler la reconstrucción de Alemania", dice Bernabé, que no se cansa de denunciar la impunidad, favorecida por la comunidad internacional.
Fauzia, la ilusión (ficticia) del boxeo
Posa desafiante con sus guantes de boxeo. Se llama Fauzia, es hazara y tiene la edad a la que muchos padres buscan novio a sus hijas. No quiere casarse para continuar estudiando cuando termine la educación secundaria. Una organización humanitaria afgana se encarga de subvencionar su vestimenta, traslado y le paga un euro y medio por cada día que practica. "Estas chicas como Fauzia, que aprenden boxeo o juegan al fútbol, no dejan de ser una ilusión de realidad. Muchas de ellas ya no siguen con la actividad cuando retomamos el contacto", señala Gervasio Sánchez. Bernabé ha regresado hace poco de Afganistán y es muy pesimista. "El país está aún peor de lo que estaba. Hay poco espacio para la esperanza", añade la reportera.
Ni siquiera las mujeres que han logrado un escaño en el Parlamento o tienen una carrera profesional escapan del yugo familiar. Uno de los casos más espectaculares es el de Azita Rafaat, diputada en el Parlamento afgano entre 2005 y 2010. Su padre consideró que era un peligro que se quedara soltera y concertó su boda con un analfabeto. Azita fue profesora, trabajó en la defensa de los derechos humanos y luego fue diputada en Kabul. Como todas sus hijas eran mujeres, tuvo que vestir a su niña más pequeña como un varón para contentar a su marido. Un varón en la prole es señal de prosperidad. A la cría le hacía gracia acompañar a su padre a hacer recados y estar con los mayores. Desde hace meses vive en Suecia, donde su madre ha conseguido asilo político. Allí se ha dado cuenta de que la vida le ofrece las mismas posibilidades siendo mujer. Incluso puede enamorarse.
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