El alzhéimer es una enfermedad cruel, una pesadilla terrible que si te atrapa al final de la vida te despoja de la esencia, te roba la memoria y traslada al infierno a las personas que más quieres. Vivir sin vivir. Puede que el alzhéimer sea el gran monstruo que acecha a la tercera edad ya que según un estudio de la Universidad de Michigan la vejez no sólo trae consigo achaques, también felicidad. No es envejecer lo que resta felicidad, sino las circunstancias que se asocian al envejecimiento. Según este estudio, la curva de la felicidad es el resultado de una parábola invertida: Somos muy felices en nuestra infancia y juventud, para ir decayendo y ser menos felices cuando llegamos a la llamada crisis de los 40. Asociando felicidad a juventud, pensamos que a los 40 empieza la cuesta abajo. Pero las encuestas desvelan que la felicidad subjetiva mejora y va aumentando conforme envejecemos.
Hoy, 1 de octubre, se conmemora el Día Internacional de la Tercera Edad y qué mejor manera de celebrarlo que con una charla con Héctor Alterio, todo un señor de la escena que representa El padre en el Teatro Romea de Barcelona y que el 20 de octubre se estrenará en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Alterio cumplió 87 años el pasado 13 de septiembre y lo celebró poniendo en pie al patio de butacas. “Todavía colean esos momentos en mi memoria, fueron unos instantes inolvidables”.
El padre es una apuesta sencilla que muestra el alzhéimer desde el punto de vista de quien lo sufre
El Padre es una adaptación de la obra de Florian Zeller dirigida por José Carlos Plaza que muestra el alzhéimer desde el punto de vista de quien lo sufre. Esa es la novedad, una apuesta sencilla, teatro esencial para alimentar el alma. Andrés es un hombre autoritario que poco a poco ve como su vida va cambiando. Alguien está jugando con él, oye voces, le tienden trampas, todo se transforma, le roban una y otra vez su reloj... Por primera vez en su vida depende de los demás. Flirtea con su cuidadora, a su hija (Ana Labordeta) le hace la vida imposible y su yerno (Luis Rallo) capea el asunto con resignación. Así es el alzhéimer.
- A su edad, ¿qué supone enfrentarse con un texto así?
- Vivo mi vida con los elementos que tengo y los que persisten. Físicamente me puedo manejar por mí mismo, tengo memoria, tengo ganas, me divierto con mi trabajo… El tiempo pasa muy rápido. Lo que venga vendrá y espero que venga sin problemas.
Actor comprometido, se siente un privilegiado, es consciente de que cuenta con una memoria prodigiosa. “De ella depende mi trabajo, a mis 87 años todavía puedo vivir de él. ¡Qué más quiero!”. Héctor Alterio lleva 45 años en España, más de cuatro décadas que no han podido robarle esa cadencia porteña al hablar. Desvela que su primer encuentro con El padre fue a través de una traducción “desprolija y nada atractiva” que le llevó el productor Jesús Cimarro. “A pesar de todos esos detalles que me iban tirando para atrás, a mediada que transcurría la lectura, el personaje de Andrés me producía una adhesión, fue un enamoramiento. Le devolví a Cimarro la traducción y le dije lo que sentía.Y él me contestó: ‘Este es un personaje para ti’. Esa fue la primera reacción. Hoy es el momento en el que estoy satisfecho con mi decisión".
No es la primera vez que se acerca al alzhéimer, ya lo hizo en El hijo de la novia, entonces era cuidador, ahora es enfermo. ¿Cómo describiría esta enfermedad una persona como usted que, a su edad, rezuma vitalidad?
- (Sonríe) En cualquier momento me puede representar a mí. Estoy en la edad en la que esas cosas pueden producirse, así que no lo descarto. De cualquier manera tampoco pienso en ello, sería una estupidez porque me privaría del divertimento que me provoca interpretar a un enfermo de alzhéimer. Es verdad, en El hijo de la novia fue la primera vez que me acerqué a esta enfermedad. Para adentrarme en el personaje, Campanella me llevó a visitar a su madre que padecía alzhéimer. Fuimos un día previo al comienzo del rodaje. Me llevó a su residencia para que tuviera una idea ,aunque fuera fugaz, de lo que es esta enfermedad. Llegamos y me tope con una ausencia total en el aspecto físico. Salimos a la calle a dar una vuelta con ella cogida del brazo y en un momento determinado, se paró y dijo: ‘¡Ay!, si me viera mi papá’. A partir de ahí tome una relación directa con esa enfermedad tan extraña, tan inaccesible. Es un pozo negro que no se termina nunca. Cuando llegamos a la puerta de la residencia se dio cuenta donde estaba y no quiso entrar. Fue muy complicado. Ese fue mi primer contacto con el alzhéimer".
El padre nos mete en la cabeza de un enfermo, con sus confusiones y sus golpes de lucidez, es un punto de vista nuevo que el protagonista de películas como Caballos Salvajes, Kamchatka o Utopía califica como una farsa trágica. “Tiene sus matices, definirla es un poco difícil. Zeller posee una capacidad para entretenernos notable en todo los campos. Él siempre juega con esa características en sus propuestas".
Se sabe muy poco del Alzheimer, pero hay algo que tienen en común todos los enfermos, regresan a la niñez, buscan a la madre perdida, recuerdan canciones de su infancia y no son capaces de recocer a sus propios hijos o a su pareja. ¿Cómo se transmite todo esto en la función?
- Ahí entran los elementos de cada actor. Yo trato de que se me crea, me tengo que olvidar del espectador, necesito creérmelo yo y a partir de ahí todo se reduce a eso, a transmitir el estado de animo.
Los que conocen esta enfermedad de cerca coinciden en reducirla a tres fases: en la primera viven momentos de lucidez, se dan cuenta de lo que les está pasando y esto les provoca tal rabia que la trasmiten a los seres que más quieren; en una segunda fase, aquella en la que irrumpe la mirada perdida, se convierten en niños felices que reaccionan a estímulos, sobre todo al cariño (aquí el sufrimiento ya no existe) y en una ultima fase son bebés grandes que necesitan cuidados extremos que no todo el mundo se puede permitir. "Totalmente de acuerdo. Estos elementos son en los que hace hincapié Zeller en su obra. Así es".
El alzhéimer es una dolencia que desata, rompe familias y acaba con la libertad. “Es una enfermedad en la que sufre el entorno, el enfermo está totalmente ajeno. Como lo están aquellos que quieren llegar a la medula del enfermo. El enfermo no tiene obsesiones, tiene relámpagos que le obligan a expresarse de una manera distinta, con ira, con ternura, con olvido y eso perjudica más al entorno que al enfermo en sí mismo".
La interpretación de Alterio toca el corazón incluso el de aquellos que conviven diariamente con la enfermedad, ellos la tienen 24 horas 365 días al año y al acabar la función se acercan para darle las gracias. “Creo que de algún modo estamos ayudando y entreteniendo a los que se identifican porque tienen el personaje en su casa”.
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