Unas cinco horas de vuelo se tarda, más o menos, en cruzar el Mediterráneo para llegar a Tel Aviv, la segunda ciudad más poblada de Israel después de Jerusalén. A primera vista, Tel Aviv recuerda a Benidorm pos sus impresionantes mastodontes hoteleros dispersados a lo largo y ancho de su litoral y aunque se pueda pensar ‘¿para qué voy a ir tan lejos estando Alicante tan cerca?’, Tel Aviv merece el esfuerzo porque tiene mucho que descubrir. Arte, gastronomía, vida nocturna, diseño, moda… Se podría decir que Tel Aviv posee lo más vanguardista de una capital europea mezclado con cualquier localidad veraniega de la costa mediterránea y salpicado con esa atmósfera envolvente que tiene Oriente Medio en el que el olor de las especias se mezcla con la historia y la religión.
Si en Jerusalén ese ambiente se puede casi mascar, en Tel Aviv se relaja. Muchos turistas se quedan sólo en su oferta de playa por la mañana y de clubes por la noche. Merece la pena ir más allá, subirse a una de sus bicis de alquiler (hay puestos municipales por doquier) y empezar a recorrer la ciudad de arriba abajo. Eso sí, se busque o no otra alternativa, el mar rige la vida en la parte oeste de la ciudad.
En el norte, el puerto hace de frontera y, según avanzan los kilómetros de costa, las playas –con sus consiguientes chiringuitos- se van convirtiendo en temáticas así, está la específica para ortodoxos hebreos (donde se bañan según los preceptos modestos de la Halajá o ley judía); la gay (la del Hotel Hilton), que recuerda totalmente a una playa ibicenca, la de perros, donde los canes campan a sus anchas; o la familiar donde las hamacas y las sombrillas se pegan casi unas con otras para aprovechar el valioso espacio.
Me instalé en Neve Tzedek, una especie de barrio hipster muy al estilo de Malasaña o El Borne situado entre medias de la zona de hoteles y la parte antigua. Su playa está más visitada por lugareños que por turistas y eso me gustó. Aquí se bañan en paz y armonía buenrollistas de perros y guitarras, con familias musulmanas u ortodoxas judías, jóvenes jugando a las palas (sin duda, el deporte oficial durante el verano) e, incluso, surferos de todas las edades... Sí, la vida playera en Tel Aviv es divertida y vibrante, por lo que están concurridas hasta que el último rayo de sol desaparece. Antes de pasar a otro tema tengo que hablar de las míticas Piscinas Gordon inauguradas en 1956 para disfrute de los jóvenes de la época. Dispone de varias piscinas (una de ellas de dimensiones olímpicas con agotadores 50 metros) de agua salada y fresca en contraste con la temperatura del mar abierto. Hay que pagar entrada y nadar con gorro de baño pero merece la pena.
Recorrer el Paseo Marítimo entero tiene su premio: Jaffa, unida a Tel Aviv (municipalmente) desde 1960. Justo antes de llegar a ella, del mar sobresale la que se conoce como La Roca de Andrómeda donde, según la leyenda griega, Perseo, hijo de Zeus, rescató a la bella princesa de ser sacrificada por el monstruoso Kraken. Y es que Jaffa es historia y leyenda puras. De ella partió Jonás para encontrarse con su ballena. Con más de tres mil años de antigüedad y considerada el puerto marítimo más antiguo del mundo, era antaño la puerta de entrada a Tierra Santa. Allí entré en tiendas de moda que se habían convertido en museos a consecuencia de que, cada vez que acometían una reforma, se encontraban yacimientos arqueológicos desde los egipcios hasta los otomanos.
El edificio más distintivo es la Iglesia de San Pedro, construida entre 1888-1894 sobre los restos de una fortaleza de los cruzados. Pasear por sus estrechas callejuelas es un placer y, si van por la tarde-noche, seguro que topan con algún concierto. Cerca de la plaza de la Hagana está la Torre del Reloj y, justo al lado la panadería Abulafya, todo un símbolo donde se elaboran, en sus primitivos hornos de ladrillo, especialidades árabes y hebreas. Y, tras llenar el estómago, lo mejor es pasarse por el mercadillo del antiguo Jaffa, donde encontrarán desde muebles de los años 50 hasta artesanía.
Vuelvo a Tel Aviv pero, esta vez, me dedico a explorar la parte Este, la zona urbana en sí. No defrauda. Empezando por la arquitectura, en esta zona hay más edificios (unos 1.500) construidos al estilo Bauhaus que en cualquier otro lugar del mundo y, el motivo, la llegada de arquitectos que, durante los años 30, huyeron del régimen nazi. Desde 2003, La Ciudad Blanca, como se la conoce, es considerada patrimonio de la humanidad. Además, la propuesta cultural es desbordante. En el Centro de Artes Escénicas (Bulevar del Rey Saúl) hay una interesante programación de danza, música clásica, ópera o jazz; y si admiran el arte, no deben irse de Tel Aviv sin conocer su Museo de Arte Contemporáneo con una colección impresionante en la que no faltan Van Gogh, Chagall, Pisarro, Kandinsky, Ernst, Pollock que conviven con interesantísimas exposiciones de prometedores artistas de Oriente Medio.
Callejear por Tel Aviv es imprescindible, sobre todo, por el Bulevard Rotchild, por Fishman o King George, por ejemplo. Todas ellas salpicadas de cafés, demostraciones de arte urbano por doquier, terracitas, tiendas, galerías de arte, restaurantes… en definitiva, mucha vida y hasta las tantas. El shopping es otra de sus mejores bazas. Además de los mercadillos para cazar alguna pieza vintage, existe una importante vanguardia en diseño. Los jóvenes diseñadores israelíes hacen unos productos de gran calidad, sobre todo, en accesorios. La joyería es abundante (con marcas como Ivshin, Anna & Anat, Just Belive, Agas & Tamar o Dave Testy, por ejemplo) y llamativa. En Neve Tzedek, por ejemplo, hay numerosas boutiques con estupendos anillos, pulseras o colgantes fabricados en oro o plata.
Darse una vuelta por el mercado del Carmel mientras se bebe un zumo recién hecho (son múltiples los quioscos donde los preparan al momento, resulta muy recomendable el de granada) es esencial, sobre todo, durante los meses de calor. El Carmel es el sitio perfecto para ir si se quiere llevar a casa especias, dulces, aceitunas aliñadas… y otros majares típicos. Y es que si algo tiene Tel Aviv (todo Israel en general) es el amor por el buen comer. Aquí, la idea de salir de un restaurante ‘con hambre’ es inconcebible. Las raciones rebosan y, sobre precios, hay de todo: desde restaurantes finísimos y carísimos hasta de comida rápida con recetas basadas en la cocina árabe.
Priman las buenas materias primas: verduras, carnes, pescados… todo preparado con cariño. Recetas que subliman la dieta mediterránea y que se acompañan siempre con unos platillos (entre los que no faltan los encurtidos y el hummus) como entrante, el pan recién hecho (lo sirven caliente y especiado) y el agua con limón (aquí el agua sola no se estila), amén de vinos de la zona. Es imposible no regresar con algún kilo de más porque en Tel Aviv se come muy bien. Si quieren alguna dirección curiosa, no dejen de pasarse por el antiquísimo Hummus (en el mercado del Carmel) que está especializado en este exquisito paté a base de garbanzos, y Benedict (en Ben Yehuda), donde sirven desayunos las 24 horas del día y en el que la mayoría de su menú está basado en el huevo (tortilla, revuelto…). Y, si tienen miedo por el idioma a la hora de hacer la comanda, no pasen pena porque en Tel Aviv muchos de sus habitantes hablan castellano herencia de sus ancestros sefardíes.
- Aunque son bastantes horas de vuelo, la distancia del aeropuerto a la ciudad es muy corta, por lo que merece la pena para disfrutar de Tel Aviv un fin de semana.
- Las temperaturas en verano son infernales, pero los locales están muy bien acondicionados, mientras que en invierno, resultan muy agradables.
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