La vida ocurre y la fotografía está ahí para intentar aprehenderla. Hay fotógrafos que llenan sus imágenes con mucha carga intelectual, reflexión y método y consiguen poner un marco a su tiempo con imágenes. Robert Doisneau (1912-1994) no era uno de estos. “Mi foto es la del mundo tal y como deseo que sea”; ese era todo el marco teórico que necesitaba.
Y sus imágenes están ahí para demostrar que no son de este mundo, son del suyo. Un universo que la Fundación Canal pone a nuestro alcance en Robert Doisneau. La belleza de lo cotidiano, una muestra comisariada por las hijas del artista, Annette Doisneau y Francine Deroudille, que nos conduce a la mirada de su padre a través de 110 fotografías.
Existe esa cosa misteriosa que se cuela por azar, hay imágenes que envejecen bien y que envejecerán cada vez mejor”
El corazón de la muestra lo constituye una retrospectiva con 80 de las mejores fotografías de Doisneau. Lo son según sus propios criterios, porque reúnen las características de lo que para él era una buena fotografía: “Existe esa cosa misteriosa que se cuela por azar y a la que yo llamo encanto. Esa especie de aroma surge mucho tiempo después. Hay imágenes que envejecen bien y que envejecerán cada vez mejor”. Y esto es precisamente lo que cualquier visitante que se acerque a la exposición puede comprobar, el “encanto” y el valor infinito de sus imágenes que le han puesto en la historia de la fotografía como uno de los grandes.
París no sólo fue su ciudad natal sino donde pasó la mayor parte de su vida y la ciudad está estrechamente ligada a su prolífica obra. Se estima que produjo alrededor de 450.000 negativos. En París se rodeó de amigos como Pablo Picasso, el poeta Jacques Prevert y fotógrafos como André Kertész y Henri Cartier-Bresson. Con ellos alimentó su propio universo creativo único e identificable, pero que él mismo negaba que fuera el de un artista. Como explica la comisaria de la exposición, “mi padre nunca se consideró un artista, más bien como un artesano. Era alguien muy modesto”. Y con esa modestia genial cubrió tanto el acontecer cotidiano de la vida parisina, como la vida de la alta sociedad con encargos para revistas como Vogue o su documentación de la resistencia francesa a la ocupación nazi y la liberación de París.
Escuela Humanista
Las imágenes de la vida cotidiana parisina son las obras más conocidas de su obra y por éstas se le considera uno de los autores clave de la Escuela Humanista de fotografía. El realismo poético de sus imágenes llegaba por casualidad. “París era su terreno, su patio de juego, improvisaba sus días, no tenía ni buscaba nada en particular, solo iba deambulando por las calles sin nada preciso en mente, abierto siempre para ver, y dejar que algo llegara a él”, explica su hija Annete.
Sin embargo la serie de imágenes más famosa de Doisneau, la conocida como Besos, publicada por Life Magazine en 1950, fue una producción que realizó con modelos y a la que pertenece una de las imágenes más icónicas de la ciudad del amor “El beso en el Ayuntamiento”.
La serie Palm Spring, 1960 nos acerca a un Doisneau menos conocido, alejado de sus calles parisinas y en color
El hecho de que la mayoría de su producción tuviera lugar en su ciudad natal hace más valiosa la serie de imágenes Palm Spring, 1960 que se exponen en la Fundación Canal. Constituyen un capítulo aparte dentro de la muestra y nos acercan un Doisneau menos conocido, alejado de sus calles parisinas y en color. Se trata de un encargo que realizó en Estados Unidos para la revista Fortune sobre la construcción de campos de golf para jubilados ricos en el desierto de Colorado.
Como cuenta Annete, el fotógrafo “se vio trasladado a un mundo que no conocía, una sociedad y cultura que no eran las suyas. No hablaba inglés. Era otro mundo, con otra perspectiva”. La serie fue su primer encargo a color ya que aunque había experimentado con éste no lo usó antes porque era muy caro y porque él mismo tenía dudas sobre su perdurabilidad. Ahí se equivocó porque en color o en blanco y negro sus imágenes con ese “encanto” son inmortales.
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