Si en los años ochenta o en los noventa te preguntaste qué iba a ser de esos chavales de barrio que plagaban las paredes de las calles con sus firmas; si te preguntaste si aquello era arte o paredes manchadas: la obra de Okuda San Miguel (Santander, 1980) puede ayudarte a despejar algunas dudas.
Grafitero a finales de los 90 en Santander y hoy un artista multidisciplinar con obra dispersa por más de 20 países, Okuda es uno de los referentes generacionales del arte urbano de nuestro país con su estilo pop surrealista. Son varios los artistas españoles que son reclamados por ferias y eventos culturales de todo el mundo para plasmar su trabajo en los muros de su ciudad. “Ahora mismo hay bastantes artistas con mucho nivel internacional. Yo creo que el arte urbano, o llámalo como quieras, está a un nivel increíble en España, con artistas que se conocen mucho fuera. En Madrid viven al menos 10 de los artistas más potentes internacionalmente”, señala el artista.
Claro que no todos los grafiteros de aquellos años están hoy como él plasmando su obra por todo el mundo, este antiguo grafitero adolescente evolucionó. Empezó pintando murales en las calles pero después pasó por la Facultad de Bellas Artes y eso enriqueció a este artista en técnicas y en conocimiento de la historia del arte. “Lo que hago tiene más que ver con el surrealismo que con el arte de la calle”, explica.
Estoy siempre pensando en nuevas cosas y quiero hacer algo en vídeo"
“Cuando empecé estaba más metido en el mundo del graffiti y sin unas metas claras. La única idea era crear un alter ego tras el que ocultar mi identidad, lo cual tiene su gracia, pero desde el principio yo iba más allá con las letras de mi nombre, con los contenidos dentro de ellas y con las formas hasta que dejé de lado por completo las letras en ese ir más allá. Al final es una cuestión de identidad visual que es más importante que el propio nombre. Ahora ves una obra mía y ves a Okuda, pero no lees Okuda y eso es más interesante que ver el nombre”. Hoy es un creador multidisciplinar que ha hecho de todo como vidrieras, tapices, fotos, escultura, murales y pintura. “Pero estoy siempre pensando en nuevas cosas y quiero hacer algo en vídeo”, apunta.
Gran parte de la obra madura del santanderino, quien asegura haber dado con su estilo hace siete años, se publica ahora en el libro Kaos Temple. Editado por Montana Colors cuenta con más de 500 imágenes que recopilan las obras realizadas en los últimos cuatro años, con especial atención a la que da título al libro: la iglesia asturiana convertida en una pista de skate. La iglesia fue transformada en un skate park tras un llamamiento de micromecenazgo organizado a través de Verkami, plataforma de crowdfunding especializada en proyectos culturales y a la que se sumaron un centenar de microdonantes y la marca RedBull.
Murales por todo el mundo
La mayoría de su obra se ha desarrollado en la calle, es su espacio preferido porque “hay una comunicación continua con todo tipo de gente, esa es la magia de la calle”. Pero a diferencia de otros artistas que usan el espacio público para su obra, Okuda prioriza lo artístico sobre lo social. “El arte es algo que te tiene primero que enamorar visualmente. Por mucho concepto que haya detrás si el recorrido visual de una obra empieza y acaba en un minuto, a mí no me gusta. Por ejemplo, Banksy es un genio, pero la lectura visual la hago en un segundo por eso amo más a Murakami o al Bosco porque puedes estar una hora viendo un cuadro y vuelves a la semana que viene y ves cosas nuevas. El discurso político es genial para el arte de la calle, es una lectura que va ha hacer todo el mundo y es un arte muy social, pero lo mío es arte más visual y con más sentimiento”.
Pese a que gran parte de su obra está dedicada al mural, Okuda San Miguel se ha podido mantener financieramente con sus creaciones. “Yo tengo la suerte de poderme sentir al margen del mercado del arte porque he hecho muchos murales y he contado con marcas que han hecho de mecenas, como Campo Viejo, en eventos por todo el mundo. Con ellos puedo hacer una escultura de diez metros, que ellos pagan y que de otra manera no podría hacerla. No dependo de galerías que venden mi obra, aunque mi obra ha entrado por la puerta de atrás en éstas y está funcionando muy bien”.
Su obra está dispersa por todo el mundo, y lejos de perder la motivación, el éxito es un aliciente más porque le permite “viajar muchos, conocer nuevos sitios y seguir transmitiendo mi positivismo a todo tipo de culturas. Hago más y más cosas y para nada pierdo esa magia del principio y las ganas. Se gana en querer hacer más y con más ambición incluso”.
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