Todos se unieron a él como si vivieran un sueño. Abrazaron con entusiasmo su victoria, compartieron sus primeras ideas y levantaron su bandera. Eran grandes referentes: Julio Cortázar, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Mario Vargas Llosa, García Márquez, Juan Goytisolo... y la lista se podría engrosar hasta el sobrepeso. No existió intelectual con cierto músculo a la izquierda que no apoyase el fervor inicial.
La fuerza de Fidel Castro enamoró con pasiones adolescentes a decenas de escritores e intelectuales. Visitaban Cuba, charlaban con el líder y volvían a sus países renegando de las críticas y bendiciendo el régimen. Poco sabían de los campos de reeducación, de la persecución a los homosexuales, de la falta de libertades y de pesadez en el estómago de miles de cubanos.
Uno de los primeros fue Jean Paul Sartre, que acudió a Cuba junto a Simone de Beauvoir. Los dos escritores se reunieron con el Che y con Fidel Castro y al volver lo asumieron ante la prensa como "el líder elegido por el pueblo". Los Premios de la Casa de las Américas de La Habana, creados en 1960, conquistaron al resto. Les reunía en charlas y conferencias, convirtiéndose en uno de los galardones más prestigiosos de la lengua española durante muchos años.
También lo hizo su intención de aperturismo con algunos españoles. Juan Goytisolo, joven antifranquista, visitó Cuba en 1961 invitado por Carlos Franqui. En su libro Pueblo en marcha halaga las reformas que se pretenden implementar en la isla, sobre todo en el ámbito rural, y se une a la exaltación que apreció en los jóvenes cubanos. En 1968 se negó a acudir al Congreso Cultural de Cuba: su excitación inicial se había transformado en un desaliento.
Algo parecido le ocurrió a Mario Vargas Llosa, que llegó a ser miembro del comité de la Casa de las Américas. El escritor peruano fue uno de los más fieros defensores de Fidel Castro durante sus comienzos. Años más tarde, recordando su simpatía hacia la Revolución, confesó: "Vi un país que parecía vivir en el fervor de la igualdad. Era una revolución libertaria". Tardó lo mismo que Goytisolo en confesar que "había sido bañado en mugre".
Pablo Neruda, Carlos Fuentes o José Saramago vivieron las mismas etapas. El último llegó a escribir, ante su desilusión, una breve nota de arrepentimiento: "Hasta aquí he llegado", sostuvo. Y, como los demás, no volvió a echar la vista atrás.
El antes y el después de la simpatía a Castro
Pero, ¿qué hito marcó esta desilusión en todos ellos al mismo tiempo? El desencanto comenzó a forjarse pronto pero el do de pecho lo dio Heberto Padilla. El poeta cubano ayudó durante 1959 a la Revolución y fue destinado como corresponsal a la Unión Soviética. A su vuelta, siete años más tarde, sus dudas sobre el régimen eran agudas y no tardó en criticar, sutilmente, a Fidel Castro.
Fue su poemario Fuera de Juego el que le llevó a ganar el Premio Julián de Casal, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y a la cárcel. El poeta fue condenado por "actividades subversivas" y tuvo que retractarse en una carta en la que asumía su culpa y su error. Lo convencieron para hacerlo en sólo 38 días.
Este caso supuso una ruptura de la relación de los escritores e intelectuales con el régimen cubano. Muchos fueron los que pidieron explicaciones, los que vieron en la historia de Padilla la historia de una dictadura. Cortázar, Juan Rulfo, Juan Goytisolo y Simone de Beauvoir se lanzaron al cuello de la persona que los había enamorado una década antes.
Padilla salió de la cárcel y entró en la desesperación. Su mujer y su hijo, Ernesto, se fueron a Estados Unidos y él se bebía el dinero de sus escasos encargos como traductor. La presión internacional tardó un año en sacarle de la isla. Murió exiliado, tras pasar por Nueva York, Washington, Madrid y Miami, en un apartamento de Auburn, en Alabama.
Después, sólo quedó Márquez; y quizás Hemingway. El colombiano jamás mostró una mueca contra el Comandante. "La nuestra es una amistad intelectual; cuando estamos juntos, hablamos de literatura", fueron sus palabras más críticas con Castro. Su actitud le llevó a recibir malos gestos de todos, los más duros de Vargas Llosa, que le llegó a llamar cortesano del dictador cubano.
El estadounidense, por su parte, se asentó varios años en Cuba y justificó cada actuación de Fidel Castro, asegurando que vivía, amaba y escribía en Cuba. Castro presumía de tener en su despacho una fotografía del escritor dedicada. Sólo las presiones de su país, que le llegó a amenazar con considerarle un traidor, le hicieron regresar poco tiempo antes de su muerte.
Castro murió sin sus literatos. Su censura tocó a un poeta y ellos no supieron perdonarle. El pasado sábado ninguno de ellos le dedicó más que un titular confirmando su fallecimiento.
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