Las cazadoras o los pantalones chandaleros están comiendo terreno a los vestidos de princesa o las americanas cruzadas. ¿Y a qué se debe? Pues ni más ni menos que al street wear, ese estilo que se estira como el chicle a la hora de clasificar cualquier prenda que sea cómoda, casi unisex, que esté confeccionada en tejido de batalla, que sea más funcional que otra cosa y, sobre todo, global. Pero atención que no todo vale. Sí, este otoño-invierno el street wear vuelve con fuerza a la moda urbana pero, el que sube a la pasarela, no es ese street wear que se compra en las grandes superficies sino aquél que va firmado por alguno de esos nuevos nombres que pertenecen a la nueva cantera de diseñadores que han devuelto el pulso callejero a la alta moda ofreciendo soluciones elegantes (y caras, todo hay que decirlo) pero tremendamente prácticas.
Demna Gvasalia en Vetements (y, ojo, también Balenciaga desde que se hiciera cargo de la maison), y Gosha Rubchinsiy (apoyada desde el entramado empresarial de Comme Des Garçons) son los nombres más destacados en este renacer deportivo, pero la lista es larga. Ahí está Alexander Wang, Hood By Air, Public School, Gypsy Sport, Pigalle, H By Hakaan Yildirim… prácticamente no hay diseñador que no haga guiños a la calle en sus colecciones. Incluso muchos de ellos no se cortan en decir que sólo se fijan en la gente anónima de su barrio que tiene una energía especial y que usa la ropa de una manera personal y diferente.
Nacidos en las décadas de los 80 y los 90, ellos han reinterpretado aquella subcultura que vivieron en su niñez y adolescencia: desde el despegue del hip hop hasta el skate pasando por el grafitti o la Nintendo. Está claro que la moda urbana requiere muchos tipos de influencias, desde las artes en general hasta la música, entonces ¿Por qué no de las tendencias surgidas en los suburbios de las grandes ciudades y en los que algunos de estos diseñadores se han criado?
Estos visionarios del estilo han presentado estilismos en los que no faltan chándales o deportivas y, claramente, están apelando a la educación sentimental de aquellos consumidores que ahora tienen entre 35 y 45 años, es decir, no se trata tanto de vender una prenda sino compartir una emoción. Es más, podrían considerarse unos pioneros. “Creo que estamos normalizando el street wear para las generaciones posteriores -comenta Krizia Robustella, la diseñadora más representativa a la hora de glamourizar el chándal en nuestro país-, ellos lo verán, dentro de poco, como un estilo más”.
Algunos críticos han querido ver en ello un guiño social. En ciudades como Londres o París, donde la clase media ha perdido buena parte de su poder adquisitivo y donde la inestabilidad y la recesión están en boca de todos, estos nombres de nuevo cuño han buscado (y encontrado) una forma de conciliar al cliente de lujo con el resto de los mortales. Incluso, no han dudado en subir a la pasarela gente corriente, pero con gancho, en detrimento de tops e influencers interneteros.
A todo esto, habría que añadir el poder de absorción que tienen estas nuevas enseñas capaces de mezclar el street wear y el work wear con la alta costura y el reciclado de prendas hasta niveles sorprendentes. Una respuesta simbólica y en sana oposición al status quo de la industria de la moda. No hay que olvidar también que, si estos nuevos creadores buscan su inspiración en la calle, las grandes urbes occidentales actualmente viven una mezcla cultural impensable en otros tiempos, con lo que es innegable que sus colecciones se nutran y enriquezcan con la herencia cultural que miles de inmigrantes han llevado como equipaje. Son ahora sus hijos y nietos de los primeros llegados, los que están poniendo un soplo de aire fresco a la estética urbana. No hay nada más que echar un vistazo a los elaboradísimos looks de los swagger, esa tribu urbana que se nutre, principalmente, del street wear barato de Primark o Pull&Bear.
El diseñador Roberto Piqueras, por ejemplo, siempre ha estado influenciado por lo que se llevaba en el barrio tanto en su Barcelona natal como en su adoptada Londres. En sus colecciones, el creador siempre ha sabido traducir el latir de las aceras a su ropa y considera que, este renacer del street wear no es sino una técnica de márketing para llegar al público más joven dentro de las clases más elitistas. Y, este tipo diferente de lujo parece que funciona. Vender una sudadera de algodón a precio de oro ya no es descabellado y, si no, ahí tienen el ejemplo de la marca Vetements, capaz de venderlas en boutiques de lujo a más de 500 euros. Ni siquiera la nutrida parroquia de celebridades se ha visto ajena a los encantos de este remozado estilo suburbano. Ahí van Celine Dion, Kylie Jenner, Megan Fox o Rihanna (que, por cierto, ha lanzado una línea en colaboración con Puma) con una sudadera de la marca de moda.
A todo esto ¿las mujeres han encontrado la elegancia en esta ropa tan de batalla? “Ahora se relaciona con la vida sana, es cercano y se ha normalizado –asegura Krizia-. Ya no es raro ver a la gente calzada con zapatillas durante todo el día. Es cómodo y elegante a la vez y responde a lo que conocemos como arreglada pero informal. Además, los tiempos han cambiado, y la gente ya no tiene tiempo de ir a casa a vestirse para salir. O tampoco tiene en casa armarios grandes donde guardar la ropa de fiesta, la de ir al trabajo o de ocio. Se adapta a cualquier situación”. Lo mejor de todo, es que es un dresscode socialmente aceptado.
Pero también da que pensar ¿No será que los ricos y famosos quieren desconectarse del típico mundo de lujo y buscan ahora acercarse a un segmento mucho más amplio y menos exhibicionista aunque, en el fondo, igual de hedonista? Este nuevo batallón de diseñadores ha encontrado una manera de conciliar al cliente de lujo con todos los demás y el instrumento con el que lo han conseguido ha sido el street wear. Algo que no han dudado en adoptar otras maisons clásicas del mundo de la moda como Gucci, con sus capuchas bordadas de flores; Kenzo y sus sudaderas con el tigre convertidas en un icono de la casa que repite temporada tras temporada; o Versace, con sus looks sexy-stretch.
Lo que estamos viendo ahora en las pasarelas “es una causa-efecto post generación 2.0 –comenta Piqueras-, la cual ya no espera a que las tendencias surjan en alguna revista o las lleve cualquier artista. Ahora la gente tiene menos miedo a pensar de forma individual e investiga con su propio cuerpo”. ¿Y a quién ha venido a favorecer este sector del highfashion? A las mujeres. “Una mujer puede seguir siendo guapa, sexy y elegante sin tener que ir embutida con un súper vestido y calzada con tacones imposibles de llevar –apunta Krizia-. No digo que no haya mujeres a las que les guste ir así pero hay muchas a las que no, entre las que me incluyo, y así podemos sentirnos mejor”.
En todo este tinglado, hay quien considera que el street wear ha sido siempre más un negocio que un estilo, por eso no es de extrañar que las marcas que viven de ello desde mediados de los 70, no le ha hecho mucha gracia verlo en las portadas de las revistas especializadas y en los más esperados desfiles de moda cuando, durante mucho tiempo, ha sido visto de forma peyorativa por la industria de la alta costura. La cuestión es ¿No estarán temiendo que esta nueva generación de diseñadores les quite un suculento y billonario pedazo de pastel?
Si en su día el street wear surgió como revulsivo al status quo de la industria textil, que los jóvenes lo adoptaron como una forma de expresión y de auto afirmación, y que
se convirtió en reflejo del momento social, económico y político que se vivía en las ciudades, tengan por seguro que, dentro de un tiempo descubriremos y hablaremos de otro estilo surgido de los suburbios que marcará un antes y un después en la forma de vestir de media humanidad.
Con la capucha calada hasta las cejas
Zapatillas, chándal, cazadoras, gorras… pero si hay una prenda que se ha convertido en fetiche y emblema de todo este estallido indumentario ha sido la sudadera con capucha. Un básico de hoy en día confeccionado en miles de calidades y colores, que lo mismo se encuentra en un mercadillo que en una tienda multimarca de lujo. Pero la globalizada prenda tiene hoy una simbología especial marcada por los movimientos sociales actuales. Desde el logo de los ciberactivistas de Anonymous hasta el revolucionario hacker de la telerserie Mr. Robot, la capucha calada hasta las cejas se ha usado como el camuflaje perfecto para no ser captado por cámaras de vigilancia pero, también se ha convertido en emblema de los nuevos tiempos, incluso, estéticos. “La capucha, como también el pasamontañas o la bandana, siempre se ha relacionado con el vandalismo, con ocultarse –comenta Krizia Robustella-. No creo que a día de hoy si alguien lleva una prenda con capucha se le vaya a identificar con eso aunque a veces se use con ese fin. Ya se sabe que, cuando un tipo de prenda se normaliza, acaba por perder su función original”.
Hasta los famosos han copiado este look subversivo para salir airosos de las cámaras de los paparazzi. “Tengo una teoría mucho más loca –dice Piqueras- y es que si realmente no quieres ser identificado por las cámaras, lo mejor es pasar desapercibido con un traje y corbata ¡Me parece que los rebeldes de tiempos futuros van a utilizar mucho más el pantalón de pinza y las camisas planchadas de forma inmaculada!”.
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