Se levantaron tras meses de hambrunas, con los estómagos desencajados y empequeñecidos. Se sublevaron pidiendo pan mientras se les congelaban los pies en uno de los febreros rusos más fríos. El zar Nicolas II perdió fuerza entrando en la I Guerra Mundial y su imagen se desplomó con las ocurrencias de su mujer, la emperatriz Alexandra. El segundo mes de 1917 el ambiente no podía ser más propicio para la queja y las huelgas llenaron Petrogrado (actual San Petersburgo), mientras los ataques policiales a los obreros les daban fuerza a las consignas de lo que posteriormente se llamaría Revolución de febrero: ¡Abajo la guerra! ¡Abajo la autocracia!
Se sublevaron y acabaron con todo. El 2 de marzo el zar abandonó su trono y al día siguiente su hermano se negó a cargar con el peso de su corona. Empezó en esos momentos la euforia de sentirse liberado. La libertad les llenó más que cualquier mendrugo y empezaron a generar un arte más ilusionante, más optimista respecto al futuro. Los nombres de los artistas que sonreían ante la perspectiva de un nuevo mundo son, a día de hoy, grandes nombres propios. Kandinsky, Malevich, Chagall o Rodchenko son algunos de ellos y ahora, sus obras protagonizan la exposición: Revolución. Arte ruso de 1917 a 1932 de la Royal Academy of Arts de Londres, que conmemora los 100 años de las revoluciones y que se podrá visitar hasta el próximo 17 de abril.
"Esta muestra engloba el arte post-revolucionario. Composiciones totalmente innovadoras, abstracciones dinámicas... Lo que se conoció como el arte de la gente y que ahora nos permite observar aquella época desde la mirada de grandes artistas. Testimonios, todos ellos, de las aspiraciones idealistas confrontadas con la realidad del país justo después de la Revolución", comentan desde la Royal Academy of Arts.
La exposición no sólo está formada por pinturas, han incluido fotografías, esculturas y filmaciones, algunas de ellas de Eisenstein, y carteles propagandísticos. "Hemos generado una experiencia a través de la recreación de un apartamento comunitario. Desde sus objetos cotidianos hasta los cupones del racionamiento pasando por telas o porcelanas soviéticas", añaden.
Pero la libertad artística no duró mucho. En 1932 la fuerte censura stalinista acabó con este período, con los 15 años en los que el arte florecía a base de ideales cumplidos. "La sensación de libertad que se apoderó entonces de los artistas tuvo un corto alcance".
En 1934 Stalin decreta el llamado "realismo socialista", que sometía toda la producción artística y que desencadenó fuertes represiones hacia todos aquellos que se negaron a acatarla. Rusia retrocedía, pasaba de un sistema autoritario a otro y el arte volvió a desencantarse. Muchos de los artistas que habían propiciado con su arte un lugar distinto abandonaron Rusia.
Se fueron ante la censura, la reprobación y la persecución que el nuevo sistema les imponía. Se asentaron, sobre todo, en París y en Berlín, se fueron a las ciudades de las que habían aprendido y en las que su libertad era consentida con entusiasmo. Ahora, su arte es el fiel reflejo de una época que se repetiría tras la caída del muro. Una narración histórica sobre los acontecimientos políticos y sociales que acabaron con un zar y atrajeron a un dictador.
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