En el año 1969 dos seres humanos hollaron por primera vez la superficie lunar, alcanzando la inmortalidad y ganándose una doble página en los libros de historia. Eran Edwin Eugene Aldrin, natural de Glen Ridge, un pequeño pueblo de 8.000 habitantes en Nueva Jersey, y Neil Alden Armstrong, nacido en Wapakoneta, una localidad del estado de Ohio con alrededor de 10.000 habitantes.
Cuando ambos descendieron del mítico Apollo 11 para dar "un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad", llevaban un equipo completo de astronauta que no dejaba lugar a la imaginación, tal era el blanco impoluto. El único toque personal y distintivo que llevaban los astronautas estaba en su muñeca.
En ella lucían un reloj Omega Moonwatch, fabricado exclusivamente por la marca para viajar a la Luna. Ahora se cumplen 60 años desde que el fabricante suizo llegara allí donde no ha llegado (casi) nadie.
La asociación entre Omega y el espacio, sin embargo, comenzó tiempo antes. En el año 1957 se fabricó el primer miembro de la familia Speedmaster, que recibió el nombre de Broad Arrow por la forma que tenían las flechas de las manijas. Eran revolucionarias para la época, lo que les otorgó un toque de distinción. Aún así, no fue el primero en atravesar la atmósfera de la Tierra
Habría que esperar cinco años más para que el estadounidense Walter Schirra surcara los cielos a bordo del Sigma 7, embarcado en la misión Mercury. Ese fue el primer proyecto de la NASA para enviar a la órbita terrestre un vuelo tripulado, cuya primera cápsula despegó en vertical un año y tres días después de que lo hiciera el legendario Sputnik.
El reloj que llevaba Schirra en la muñeca, que era una evolución del Broad Arrow original, se fabricó en el año 1959 y tenía una correa que no era metálica. Las inconfundibles manijas del original se estilizaron y se le añadió un taquímetro que recorría la parte externa de la esfera.
La tercera generación del Speedmaster supuso la formalización de la estrecha relación entre el fabricante suizo y la agencia espacial estadounidense. Se fabricó en el año 1963 y, de cara a crear lazos con la NASA, a las pruebas de homologación se presentaron varias marcas diferentes, con las esperanzas de que su producto fuera el elegido. El único que pasó todos los test de la agencia fue la tercer generación del Broad Arrow. Cualquier de esas evoluciones se pueden comprar hoy en día, aunque no es barato. Con certificado y todos los papeles en regla, los más baratos superan ampliamente los 4.000 euros.
La Historia, en este punto, nos lleva de nuevo a Aldrin, Armstrong y al Apolo 11. En el viaje que les trasladó al satélite terrestre ambos medían el tiempo con el Omega Speedmaster Moonwatch. El diseño era muy similar a los antes mencionados, incluida la caja esférica. Tres años después, y justo uno antes del viaje a la Luna, llegó al mercado la evolución del Moonwatch que tenía toques más oscuros pero que no presentaba grandes diferencias.
El gran diseño rompedor llegaría en ese famoso año 1969, cuando Omega puso en marcha un proyecto confidencial al que bautizó con el nombre de Alaska. Dentro de ese programa se estaba desarrollando un modelo con ese nombre en clave, que estaba fabricado en exclusiva para los muchachos de Houston. Éstos exigían que el reloj tuviera una resistencia a las temperaturas extremas, para lo que los ingenieros suizos recurrieron al titanio.
Este metal es capaz de aguantar hasta 1.100 grados de temperatura, y unas mínimas de -253 grados celsius, que es la que alcanza el hidrógeno líquido. El Alaska I fue el primer reloj del mundo en incorporar este material a su caja esférica que, de color rojo, quedó en la historia de los relojes.
En el año 1975 se produjo un momento histórico dentro de la carrera espacial en la que la URSS y Estados Unidos llevaban embarcados durante toda la Guerra Fría. La Agencia Espacial Rusa (FDK) y la NASA organizaron un viaje conjunto, uniendo así las dos míticas corrientes de mediados de siglo.
Para conmemorar esta unión Omega creó un reloj al que bautizó como Apollo Soyuz y en el que el nombre del fabricante desapareció de la esfera, dejando su sitio al logo que simbolizó dicha alianza. Se crearon apenas 500 unidades, que se distribuyeron con esmero. Hoy en día, en cualquier caso, puedes tenerlo en tu muñeca desembolsando, eso sí, más de 5.000 euros.
Pasaron 20 años hasta el siguiente gran hito de la alianza entre Omega y la NASA. Los productos de la firma suiza ya habían sido testados en la tierra, pero aún tenían que probar que podían responder ante los rigores de la gravedad cero durante un prolongado periodo de tiempo. Dicho y hecho, ya que entre julio de 1993 y julio de 1994 28 relojes viajaron hasta la la legendaria MIR soviética, ya por entonces rusa, que fue la primera estación espacial permanente tras su lanzamiento en 1986.
Todos ellos salieron a la venta para el público en el año 1995, después de completar 365 días de turismo espacial. El número de unidades es tan escaso que es muy difícil encontrar uno que se pueda adquirir.En el año 2008 el proyecto Alaska cumplía 39 años. Para celebrarlo, Omega decidió recrear el prototipo que tanta fama le dio cuando la década de los 70 comenzaba a despuntar. Aquél primer prototipo estaba fabricado en titanio, un material que para esta edición fue sustituido por el aluminio anodizado, que también soporta temperaturas muy extremas pero que es mucho más ligero y algo más barato.
Sí que es posible conseguir alguno, incluida la mítica esfera roja que hace tan característico este modelo. Eso sí, habrá que rascarse el bolsillo: rondan los 10.000 euros. Los proyectos confidenciales de la NASA nunca fueron baratos.
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