Conviene recordar, ahora que estamos a vueltas con el cambio de hora, que hubo un tiempo en que no importaban los relojes. Hasta que llegó el ferrocarril, cada ciudad marcaba su hora en función del sol del mediodía. No existía la puntualidad. En España, no sólo Madrid y Barcelona tenían diferente horario, muchos pueblos vivían en el suyo porque se regían por el campanario de su iglesia. Minutos arriba o abajo en función al amanecer. Y si llegaba un forastero, ajustaba su reloj a la hora local.
En realidad, daba igual la hora que fuera. Por qué iba a importarle a los vecinos qué marcaban los relojes de las torres de la iglesia o del ayuntamiento del resto del país. La puntualidad es un invento pensado, literalmente, para que no choquen los trenes. Hasta que las vías del tren hicieron el mundo más pequeño, la vida era profundamente local. Y hasta que la electricidad alargó los días, éstos duraban lo que la luz solar.
La puntualidad es un invento pensado, literalmente, para que no choquen los trenes
Fue la locomotora de vapor la que le arrebató al sol la potestad de fijar la hora en la Revolución Industrial. No es casualidad que el primer país en estandarizar la hora a nivel nacional fuera Reino Unido, también pionero en la implantación del ferrocarril. Se dieron cuenta de que un desfase en los relojes no sólo provocaba que la gente pudiera perder el tren. Cuando el impuntual era el maquinista, podía causar un choque mortal.
Lo cuenta Simon Garfield en Cronometrados (Taurus, 2017). El libro que se adentra en los secretos del tiempo, esa extraña dimensión que hace que los días que transcurren en vacaciones duren eternamente menos que una hora en un día laborable. El libro trata sobre nuestra obsesión con el tiempo y el anhelo por medirlo, controlarlo y darle sentido. Y pone en evidencia que lo que entendemos por tiempo va cambiando según las épocas y la tecnología del momento.
Cuando en 1820 se presentó el proyecto de ferrocarril entre Liverpool y Manchester, la gente, atónita, creía que los pulmones se le aplastarían por semejante velocidad. ¡Casi 50 kilómetros en unas 2 horas y 25 minutos! Aquella máquina reducía a la mitad el tiempo que lograba el coche de caballos. Y 20 años más tarde, la Great Western Railway sincronizaba "la hora del tren" a "la hora de Londres". Algunos pueblos protestaban por tener que atrasar o adelantar siete u ocho minutos su hora local, reticentes a que la capital les impusiera la medición del tiempo. Las revueltas a favor de la autodeterminación temporal no duraron mucho y Greenwich pasó a ser la referencia del reloj mundial.
No fue hasta 1891 que Alemania, siguiendo los pasos de los británicos, reunificó la hora en todo el país, que hasta entonces estaba dividido en cinco zonas horarias distintas.
La gente creía que los pulmones se le aplastarían por la velocidad del ferrocarril igual que ahora tememos el Hyperloop
Cuenta Garfield que, en Estados Unidos, el intento de unificación de medio centenar de horas distintas de Este a Oeste fue muy complicado. Y recoge estas instrucciones del superintendente de ferrocarril, de 1853, que parece sacado de una película de los Hermanos Marx: "La hora estándar es dos minutos menos de la marcada por el reloj de Bond & Son's, situado en el número 17 de Congress Street, en Boston". Y aclara: "El encargado de ventanilla de la estación de Boston y el de la estación de Providence tienen el deber de regular la hora de sendas estaciones. El primero cotejará diariamente la estación con la hora estándar y el segundo la cotejará con la hora del maquinista". La gran preocupación del superintendente porque las estaciones sincronizaran sus relojes se debía al aumento en el número de accidentes ferroviarios.
Seguramente aquel portento de la ingeniería que supuso el tren en el siglo XIX provocaba un desconcierto similar al que ahora inspira el proyecto del tren supersónico Hyperloop. Promete esta obra de ingeniería que en unos años será posible circular dentro de un cilindro, como una bala en el cañón, a unos 1.100 kilómetros por hora.
Si en 2020 el proyecto culmina con éxito, unirá los 140 kilómetros que separan Dubai y Abu Dhabi, la primera ruta prevista, en un viaje de sólo 12 minutos. Hyperloop también promete hacer Madrid-Tánger en una hora. ¿Se nos aplastarán los pulmones?
La velocidad del transporte cambia nuestra valoración del tiempo. Porque la duración de los días no equivale a 24 horas, sino a lo que da tiempo a hacer en ellas.
Más ocupados que nunca... o no
Según un estudio del Centro de Estudios del Tiempo de la Universidad de Oxford, la cantidad total de tiempo dedicado al trabajo es prácticamente la misma que hace cincuenta años. Sin embargo, la gente declara que tiene la sensación de estar trabajando más tiempo que nunca y dormir menos que antes. Los datos lo desmienten.
Es probable que se deba a que estar siempre ocupados ha pasado a ser un símbolo de estatus. Cuando la nobleza se diferenciaba del resto de los mortales en que no necesitaba trabajar para vivir, presumir de tener mucho trabajo hubiera sido una ordinariez para las élites.
En los años ochenta, los yupis de Wall Street pusieron de moda las prisas. Empezó a cambiar ese imaginario de que la gente rica no trabajaba, porque la élite estaba todo el día conectada al mundo. También tuvo mucho que ver la tecnología en este cambio de la percepción temporal. La imagen del éxito pasó a estar siempre localizada con aquellos móviles Motorola tan grandes como un maletín. Me llaman, luego existo.
El ferrocarril cambió el mundo de arriba abajo, incluida la concepción del espacio y el tiempo, pero no tardó en dejar de ser símbolo de velocidad para pasar a ser sinónimo de viaje tranquilo. Le arrebató su condición de símbolo del progreso el automóvil y el avión, estrellas del transporte del siglo XX. En este siglo, sin embargo, no sabemos cuánto ni cómo cambiará nuestra concepción del tiempo.
Si proyectos como el Hyperloop prosperan, encogerán el tiempo más que nunca. Aunque la máquina más poderosa jamás inventada en virtud de la prisa y la inmediatez en este siglo es sin duda internet. Estar siempre conectados es estar siempre ocupados.
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