Estos días volveremos a recordar y conmemorar el comienzo de la guerra de Bosnia-Herzegovina y el inicio en abril de 1992 del sitio de Sarajevo por las fuerzas serbias, un sitio que duró casi cuatro años y es calificado como el más largo de la Historia moderna. Esta guerra tan fratricida dio lugar a espeluznantes episodios de limpieza étnica, sobre todo en el ámbito rural, en las pequeñas poblaciones y valles apartados, lejos de las cámaras centradas en Sarajevo; violaciones masivas de mujeres y la conocida masacre de Srebrenica de unos 7.000 musulmanes bosnios, que la jurisprudencia internacional ha reconocido como genocidio.
Si ignoramos la Guerra de los Diez Días en Eslovenia, tras su declaración de independencia en 1991, la de Bosnia fue la segunda guerra del proceso de desmembramiento de Yugoslavia, después de la de Croacia (la siguiente, Kosovo 1998-1999). Terminó a finales de 1995 con los acuerdos de paz de Dayton, facilitados por la diplomacia americana del fallecido (y duro) Richard Holbrooke. Dayton, por una parte, instauraba un complejo sistema constitucional de reparto de poder entre los principales grupos nacionales (bosniacos o bosnios musulmanes, serbios y croatas)y creaba un estado débil y muy descentralizado, con dos entidades -la Federación de mayoría croata-musulmana (a su vez dividida en cantones) y la Republika Sprska, de mayoría serbia, reflejo de la cruda realidad de la limpieza étnica- y un distrito (Brcko).
Éste es un sistema político que algunos llaman etno-nacionalista y que privilegia a grupos nacionales (y sobre todo sus autoproclamados portavoces) sobre el concepto de ciudadano. Por otra parte, los acuerdos de paz, tanto en la Constitución bosnia y los Anexos, intentaban implícitamente compensar este sistema con un entramado teóricamente avanzado de derechos humanos y normas internacionales, que incluía el derecho de retorno a sus hogares a los miles y miles de desplazados por la violencia étnica, intentando pues revertir uno de los aspectos más dañinos para el tejido social y demográfico del país.
Aún tenemos en la retina las imágenes del bombardeo de Sarajevo, los campos de concentración reminiscentes de la Segunda Guerra Mundial"
Esa es la historia sabida y aún tenemos en la retina las imágenes del bombardeo de Sarajevo, los campos de concentración reminiscentes de la Segunda Guerra Mundial, cascos azules perdidos entre unos y otros y aparentemente impotentes para frenar la violencia, etc. Sin embargo, lo cierto es que las más de dos décadas que han pasado desde estos hechos son inversamente proporcionales a nuestra comprensión política, social e incluso cultural sobre Bosnia y Balcanes en la actualidad. A menudo, nuestra visión de países tan complejos se fosiliza rápidamente a partir de esas primeras imágenes tan impactantes y a partir de arquetipos un tanto reduccionistas que prescinden de matices necesarios y que no pocas veces tienen más bien poco que ver con la realidad. Por ejemplo, hablar de etnias en Bosnia es equívoco, pues bosniacos, serbo-bosnios y croatas pertenecen al mismo grupo, eslavos del sur, de donde de hecho viene la palabra Yugoslavia.
Sobre todo, sabemos poco de qué pasa con estos países cuando el efecto CNN desaparece y las cámaras empiezan a mirar Siria o Ucrania. Sabemos poco del tipo de sociedad que emerge, marcada por ese pasado, sin duda, pero también expuesta a las convulsas dinámicas del mundo globalizado del siglo XXI, con protestas sociales en plazas, organizadas por internet, y la vuelta de la geopolítica. Sabemos poco de lo que queda, años después, de un diseño internacional tan gigantesco de reconstrucción y lo que se conoce como normalización cuando estas instituciones internacionales entran en decadencia -pero siguen ahí- y el país sale de la agenda prioritaria, pero los desafíos siguen siendo casi los mismos.
Pero sobre todo sabemos poco de las vidas, muchas veces anónimas, de las personas concretas que coexisten como pueden en ese entorno: víctimas de violaciones, políticos locales, trabajadoras de campo que trabajan por derechos económicos y socialesen poblaciones aisladas y también por la reconciliación, o activistas del submundo alternativo, más centrados en agenda LGBT y cambios democráticos, que en el pasado.
Lo he escrito a partir de mi experiencia trabajando para la OSCE en la Bosnia rural del valle del río Drina"
Ese es el vacío de conocimiento humano que he intentado humildemente corregir algo con Bosnia en el limbo: testimonios desde el río Drina. Este libro no quiere ser otro libro más sobre la Bosnia de la guerra y sus causas. Quiere ser un reportaje diferente que aporte algo sobre las olvidadas consecuencias de la guerra, y que ante todo explique este complejo país hoy, por medio de las palabras y experiencias humanas, trágicas algunas, felices otras, de algunos de sus protagonistas menos conocidos. Lo he escrito a partir de, en primer lugar, mi experiencia trabajando para la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), a principios de esta década, en la Bosnia rural del valle del río Drina, al este de Sarajevo.
Una región de abruptas montañas, valles y cañones envueltos en niebla, a menudo aislada por las nieves; que inspiró la novela Un puente sobre el Drina, del Nobel Ivo Andric, y que sufrió el grueso de la limpieza étnica durante la guerra. Fueron dos años de mi juventud en los que me sumergí de lleno en algunas de las cuestiones más enquistadas, como el proceso de retorno o la falta de reconciliación, trabajando como fontanero de países dañados: arreglando cañerías y taponando roturas de aguas, parte de una serie de trabajos imperfectos y parches temporales a problemas que dependían de otros factores y niveles políticos. En segundo lugar, está escrito desde mi otra vida en la burbuja del Sarajevo moderno, con sus diplomáticos y activistas alternativos, y la renqueante diplomacia europea hacia el país y Balcanes en general.
El sistema de protectorado internacional sigue ahí, aunque ya no sea operativo
El libro intenta desmontar alguno de esos arquetipos de que he hablado, describiendo un país entre un pasado que está ahí, siempre bajo tierra, amenazando con volver a la superficie (sobre todo cuando lo explotan por líderes locales y sus socios internacionales), pero que también vive muy en el presente del día a día. Un país entre un sistema de protectorado internacional que sigue ahí, aunque ya no sea operativo; una UE débil hacia la que teóricamente camina Bosnia, pero aparentemente incapaz de cambiar las cosas, mientras actores como Rusia vuelven al terreno de juego y resurgen las tensiones, algunas contra la propia integridad de Bosnia. Un país sometido a prácticamente las mismas élites y oligarcas que lo llevaron a la guerra, mientras parte de su población emigra, la crisis social continúa y las breves primaveras revolucionarias se apagan rápidamente como las llamas de las violentas protestas de febrero de 2014. Un país en limbo.
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