El 12 de enero de 1969 Jimmy Page, Robert Plant, John Paul Jones y John Bonham lanzaban el primer disco de una carrera que les situaría en el Olimpo de la música. Quedó bautizado como Led Zeppelin, el mismo nombre que habían tomado los cuatro jóvenes para su formación, y en su interior estaban canciones que ya son mitos como Dazed and Confused o Good Times, Bad Times.
Además de por su innegable valor musical, el LP grabado en Londres ha pasado a la historia por reflejar en su portada uno de los sucesos que cambió el rumbo de la aviación mundial: el accidente del dirigible Hindenburg, del que se cumplen ahora 80 años.
El Hindenburg era una de las aeronaves más grandes jamás construidas. Media 245 metros de largo y tenía un diámetro de 41 metros. Por comparar, era tan largo como tres Boeing 747 uno detrás de otro. Este monstruo de la aviación se movía gracias a cuatro motores Daimler que tenían la fuerza suficiente como para alcanzar los 135 kilómetros por hora en pleno vuelo. El Hindenburg fue construido por Zeppelin Luftschiffbau en 1935 y costó 500.000 libras.
El Hindenburg recorrió más de 308.000 kilómetros y trasladó a casi 2.800 pasajeros durante sus 12 meses de actividad
Su primer vuelo lo realizó el 4 de marzo de 1936, pese a los problemas que hubo a la hora de elegir el gas adecuado. Los fabricantes querían utilizar helio, pero el embargo estadounidense de este material acabó por decantar la balanza en favor del hidrógeno, un material mucho más inflamable y explosivo. Aún así, los ingenieros germanos tenían tal nivel de confianza en sus innovaciones que incluso instalaron una sala de fumadores en el interior del dirigible.
En sus primeros pasos todo iba bien. El Hindenburg recorrió más de 308.000 kilómetros y trasladó a casi 2.800 pasajeros durante sus 12 meses de actividad. Cruzó 17 veces el Atlántico, la mayoría de ellas con rumbo a Estados Unidos, e incluso hizo una aparición estelar en los Juegos Olímpicos de Berlín en el año 1936, cuando el régimen nazi se lo apropió para transmitir imagen de fortaleza. El dirigible cruzó el estadio olímpico justo antes de que Adolf Hitler apareciera en el palco de autoridades.
Todo iba bien hasta el 6 de mayo de 1937, cuando la tripulación del Hindenburg ya estaba realizando las maniobras de acercamiento y amarre en la estación aeronaval de Lakehurst, unos 140 kilómetros al sur de Nueva York. Las condiciones meteorológicas eran muy malas, con una tormenta eléctrica que obligó al dirigible a estar un par de horas de más en al aire, esperando a que el temporal amainara. No hubo suerte.
Pasadas las 19 horas de la tarde, cuando el amarre ya estaba a punto de finalizarse, un fallo eléctrico, seguramente producido por la alta carga eléctrica del ambiente tormentoso, acabó por producir un fuego en la popa de la aeronave. 40 segundos estaba completamente calcinada. La combinación del hidrógeno altamente inflamable con una cubierta fabricada en algodón, pero barnizada con termita, una mezcla de óxido de hierro y polvo de aluminio que arde casi con mirarlo, fue letal.
Los restos terminaron por ser vendidos como chatarra tiempo después
En el momento del incendio viajaban en las tripas del Hindenburg 97 personas de las que, sorprendentemente, sólo fallecieron 36. Muchos de los pasajeros consiguieron salvarse saltando desde alturas de hasta 15 metros cuando vieron que el fuego devoraba toda la tela del dirigible. Cuando las llamas se extinguieron la estructura de uno de los iconos de la historia de la aviación quedó en la pista, casi como un recuerdo maldito de lo que podría haber sido. Los restos terminaron por ser vendidos como chatarra tiempo después.
Después del accidente Adolf Hitler suspendió de manera terminante todo el programa de dirigibles, y desmanteló los que ya se habían construido. Sí que dejó en pie el Graff II, que empleó sus días durante la Segunda Guerra Mundial en actos de propaganda y en conseguir toda la información posible de la red de radares aéreos británicos, una misión en la que no tuvo mucho éxito.
¿Vuelven los dirigibles?
80 años después de la tragedia del Hindenburg los dirigibles están más cerca de volver. Este medio de transporte, que de momento no tiene hueco en la aviación moderna, puede regresar a la primera línea de la mano del Sergey Brin, cofundador de Google.
Según informa Bloomberg, el ruso tiene entre manos un proyecto en el que está trabajando con la idea de construir un dirigible que pueda servir como transporte aéreo de menor coste que un avión normal. Las intenciones de Brin pasan más por el campo del transporte de mercancías y no tanto por el de pasajeros, aunque todo es posible. El proyecto ha quedado en manos de Alan Weston, ex director de la Nasa, y se está desarrollando en las instalaciones de la agencia espacial norteamericana.
El proyecto, que en principio no tendría nada que ver con Google o su matriz, Alphabet, es una tarea en la que se ha embarcado Brin a título personal. Podría ser el inicio de una nueva aventura empresarial, ya que hay un gran potencial en el desarrollo de los dirigibles.
Además de las aplicaciones en el mundo del transporte de mercancías también existen muchas posibilidades en el campo militar. Uno de los más avanzados es el Airlander 10, que tiene 92 metros de longitud y realizó su primer vuelo el 7 de agosto del año 2012. Es capaz de transportar 10 toneladas y tiene un motor híbrido, con el que puede alcanzar los 150 kilómetros por hora y estar en el aire hasta cinco días.
Por supuesto, también ha dado sus problemas: una semana después de su primer vuelo se estrelló contra el suelo sin causar daños personales a ninguno de sus tres pilotos. Sus creadores han asegurado que poco después del accidente ya habían "entendido cual era el problema" y los vuelos se reanudaron poco después.
La tecnología ha ayudado a que los problemas que, literalmente, borraron del mapa al Hindenburg sean cosa del pasado. Los dirigibles también lo son, por su poca funcionalidad y su lentitud pese a las grandes cantidades de mercancía que pueden transportar. Siempre nos quedará Led Zeppelin.
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