Fue un cóctel de extremos, de reivindicaciones y turbulencias sociales concentradas en una misma ciudad. La bella París las vivió todas al mismo tiempo e intensamente en la última década del siglo pasado. En sus calles convivieron y confrontaron la burguesía más refinada con la bohemia más atrevida; las familias más reputadas con la inmigración rural creciente que en masa invadía la ciudad. Extrema izquierda y extrema derecha, republicanos y anarquistas; católicos y anticlericales.
Un magma social y político que alimentó los nuevos movimientos artísticos de vanguardia de la vieja Europa y en espacial de la sociedad gala y sin los que la modernidad de la pintura no se entendería. Sumergirse en las mentes y pensamientos de alguno de sus máximos representantes, como Henri de Toulouse-Lautrec, Paul Signac, Maximilien Luce, Odilon Redon, Maurice Denis o Paul Ranson es descubrir las inquietudes y anhelos de los intelectuales de aquel París agitado en el que vivieron entre 1890 y 1900.
La oportunidad nos la brinda desde hoy el Museo Guggenheim de Bilbao en la muestra París, fin de siglo: Signac, Redon, Toulouse-Lautrec y sus contemporáneos que expondrá hasta el 17 de septiembre. A lo largo de 125 obras la pinacoteca bilbaina exhibe algunos de los cuadros, posters y grabados más destacados de los tres movimientos artísticos que marcaron aquellos años; el Neo-impresionismo, el simbolismo y el movimiento de los ‘Nabis’ y su cultura del grabado.
La mayor parte de las obras proceden de colecciones privadas y hasta ahora apenas habían sido expuestas al gran público
La mayor parte de las obras proceden de colecciones privadas y hasta ahora apenas habían sido expuestas al gran público. Se trata de una muestra de pinturas al óleo y al pastel, además de dibujos, grabados y estampas. Un repaso por las tres salas en las que se muestran resume lo más valioso del París de los artistas de finales del XIX. Su visionado permite descubrir la influencia que las turbulencias sociales y la crisis económica tuvieron en el devenir de los artistas, inmersos, como el resto de la sociedad parisina, en una ola reaccionaria impulsada por colectivos de izquierda, en ocasiones radical y con la que se identificaban muchos de ellos.
Un periodo caracterizado por el surgimiento de una gran variedad de movimientos artísticos entre los que sobresalieron los neo-impresionistas y sus teorías científicas sobre el color y su percepción plasmada en cuadros puntillistas, o la espiritualidad de los simbolistas y la fascinación por los grabados de los nabis.
Inicialmente la temática heredada de los impresionistas se mantuvo; paisajes, las grandes urbes y el ocio. Pronto se incorporaron las visiones de carácter más introspectivas y fantásticas, la critica social descarada o incluso la reivindicación espiritual y religiosa.
'Neo-impresionismo', ciencia y color
La exposición Impresionista de París de 1886 constituyó un punto de inflexión. Fue durante la misma cuando se fraguó el término Neo-impresionismo. George Seurat se sitúa como el pionero, pero su sucesor, Paul Signac fue quien más lo desarrollo y al que siguieron otros muchos: Cross, Luce, Seurat o Pissarro. A estos pintores vanguardistas les apasionaban las teorías científicas sobre el color y su percepción, la búsqueda de efectos ópticos en obras puntillistas. Representar el impacto de la luz sobre el color al ser refractada por el agua se convirtió en una obsesión.
De sensibilidad de izquierdas, las imágenes con obreros como protagonistas o idealizando el anarquismo son una constante que también queda patente en la exposición del Museo Guggenheim.
'Simbolismo', la belleza onírica
Su origen es literario. Se caracterizan por su crítica anti-naturalista. La mayor parte de los autores englobados en el simbolismo fueron reacios al materialismo y al contrario que los neo-impresionistas, habían perdido la fe en la ciencia, incapaz de resolver los males que ahogaban a la sociedad. Por eso la llamada a la espiritualidad resurge y así se plasma en las imágenes oníricas y evocadoras que caracterizan el simbolismo del París de finales del XIX. La temática legendaria, de contenido religioso o incluso el mundo de las pesadillas se muestran en escenas que se decantan por lo espiritual en lugar de lo material, por lo etéreo frente a lo concreto, en definitiva, una búsqueda de lo trascendente.
‘Nabis', la vida parisina más animada
Su apuesta en aquella sociedad inquieta y agitada optó por un camino inspirado por los grabados japoneses. Los vieron en la exposición de la Escuela de Bellas Artes de 1890 en la capital francesa. Los grabados, los carteles y las ilustraciones se convertían en una nueva vía de manifestación artística con multitud de posibilidades. Artistas como Toulouse Lautrec se sentían atraídos por la libertad que técnicas como el grabado les brindaban, un arte eminentemente popular exento de las ataduras formales de la pintura.
Carteles en los que plasmar una representación incisiva de la realidad, en anuncios efímeros, retratos para seducir a los viandantes, a los consumidores o escenas caricaturizadas de la vida bohemia mostrados en los cafés-concierto de Montmartre. En definitiva, plasmar la vida animada y poco convencional que marcaría los últimos años del siglo XIX.
La exposición que durante los próximos cuatro meses mostrará la pinacoteca bilbaína incluye un espacio didáctico en el que se muestra el contexto social en el que se desarrollaron estos movimientos artísticos. Lo hace a través de titulares de prensa, en un guiño al papel jugado por los medios de comunicación escritos, en la conformación de la opinión pública. A través de ellos se plasmó la inestabilidad social creciente de aquellos años o la popularidad de los cabarets o la influencia en las artes de los desarrollos científicos.
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