Superman es un hombre que vuela y levanta autobuses con un brazo. Sin embargo, Superwoman dícese coloquialmente de la habilidosa señora capaz de llevar a los niños al dentista sin por ello llegar tarde a una reunión con su jefe, al tiempo que le prepara una fiesta de cumpleaños a su marido camino del gimnasio.
Menos mal que ya está aquí Wonder Woman. Por fin una superheroína que llega a los cines para dejar claro en el imaginario colectivo que las mujeres también pueden tener superpoderes que molan de verdad. Como volar, parar balas con un brazalete mágico y ser inmortal. Al salir del cine, dan ganas de transformar un palo (¡un palo!) en una espada y ponerse a luchar en el parque como un niño. Perdón, como una niña.
Wonder Woman habla cien idiomas, tiene una fuerza sobrehumana y, sí, un buen par de tetas
Y es que ésta es la gran novedad de Wonder Woman. Que haya mujeres reales que dirigen compañías y presiden países es tan importante para las niñas como tener una superheroína de referencia que salva el planeta de vez en cuando. Porque para soñar también hacen falta referentes.
Wonder Woman habla cien idiomas, tiene una fuerza sobrehumana y, sí, un buen par de tetas. Y aparentemente esto último crea algún problema a quienes creen que la película más taquillera dirigida por una mujer (el filme de Patty Jenkins promete ser el gran éxito del verano y ya ha batido récords en la taquilla estadounidense) no es lo suficientemente feminista porque la actriz y modelo israelí Gal Gadot está demasiado buena para ser un buen ejemplo para las mujeres de carne, michelines y huesos.
No es culpa de Gadot. Antes incluso de que ella encarnara el personaje de DC Comics, la ONU retiró la campaña que tenía preparada con Wonder Woman como embajadora honoraria por la igualdad de género. Una petición online reunió 45.000 firmas descontentas con este personaje nacido en 1941 por representar “una mujer blanca de proporciones imposibles y pechos grandes”.
Para las niñas es importante tener una superheroína de referencia que salva el planeta de vez en cuando
Docenas de empleados de la ONU protestaron en diciembre a las puertas de la sede neoyorquina del organismo el día de su nombramiento porque el personaje de ficción era, a su entender, demasiado voluptuoso. Se deduce de su argumento que solo los superhéroes hombres tienen derecho a ser inverosímilmente fuertes y guapos. Prefiero reivindicar un feminismo en el que una mujer con superpoderes, que lleva brazaletes mágicos y puede volar, sí que nos representa.
Quienes crean que luchar en bragas y con una especie de picardías metálico envía los mensajes erróneos deben de considerar que para salvar el mundo lo mejor es ir con cuello vuelto. Como Dios manda. Aunque te llames Diana de Themyscira, hija de Zeus, y te hayas criado en la Isla Paraíso junto a las Amazonas.
De esa isla homérica donde aún se lucha con arcos y flechas, Wonder Woman se traslada al Londres de la Primera Guerra Mundial para intentar salvar a los hombres. La historia se cuenta con ingenio, muchas escenas de acción y diálogos ocurrentes. Como cuando al empezar a familiarizarse con el siglo XX, a la diosa de las amazonas le desconcierta el reloj de pulsera que lleva el piloto que naufraga en su isla ("¿dejas que esa pequeña cosa te diga lo que tienes que hacer?"), las ropas con las que visten las mujeres de Londres en 1918 ("es que pica", "no puedo luchar con esto", "me ahogo", dice al probarse la corsetería) y el trabajo de una hacendosa secretaria ("de donde yo vengo eso se llama esclavitud").
Cuando Diana Prince (su nombre en clave en su misión secreta) entra en una habitación llena de militares y políticos su sonrisa, aunque deslumbrante, no busca la seducción. Es más bien un gesto cordial ante la estupefacción que le produce el comportamiento de los hombres que no entienden que haya una mujer en la sala en la que se discute de política.
El superpoder más especializado de Wonder Woman no tiene nada que ver con su atractivo, reside en su fuerza y su habilidad con un lazo mágico, que combina la destreza de Indiana Jones con el resplandor de los sables láser de Star Wars y encima tiene la utilidad de un polígrafo. No sólo sirve para lanzar por los aires a los malos. El que queda atrapado en el lazo no puede evitar decir la verdad.
Aun así, algunas feministas como Elisa McCausland, autora del libro Wonder Woman: El feminismo como superpoder (Errata naturae), consideran que ser hija de Zeus "la convierte en una hija defensora del patriarcado". Es verdad que la superheroína no intenta cambiar el mundo. Sólo quiere salvarlo ("tú salva el mundo, yo salvo el día", le dice el chico de ojos azules en otra de las frases que merecería pasar a la historia aunque sea en Wikiquote).
Pero lo más feminista de la película no es lo fuerte y valiente que es, ni que no tenga miedo en enfrentarse y vencer al mal. En realidad, lo que resulta mucho más transgresor es que la segunda persona más poderosa de la película, el malvado personaje encargado de desarrollar un arma química capaz de destruir a los humanos, sea la Doctora Veneno.
Esta especie de Doctor Menguele interpretado por Elena Anaya es la supervillana capaz de acabar con la humanidad. Y su condición de mujer es absolutamente secundaria para la trama.
Porque además de mujeres maravillosas, el mundo está lleno de mujeres malvadas. Y no, los hombres no tienen nada que ver en esto. Ni las tetas tampoco.
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