28 años después de la caída del muro de Berlín, el legado más firme del comunismo germano sigue estando en los libros de récords del atletismo. Con el nombre de Marita Koch en letras mayúsculas. El dopaje de Estado sistematizado en la República Democrática Alemana fue una herramienta de precisión macabra, un viaje al futuro en forma de marcas con las que los atletas actuales ni siquiera sueñan. Una estrategia propagandística de primer nivel. Un arma política decisiva dentro de la Guerra Fría, como lo fue también la carrera espacial.
El programa centralizado, y dirigido por la Stasi, por el que desfilaron durante los años 80 más de 10.000 deportistas favoreció más a las mujeres que a los hombres, pese a que éstos también alcanzaron un dominio del medallero impropio para la población de un país que nunca superó los 20 millones de habitantes. Las plusmarcas llegaron en el Estadio Olímpico y en las piscinas, aunque la era del bañador sintético borró del agua en 2009 el triste legado de la RDA.
En la pista, sin embargo, sobreviven intactos los récords de la década de la ciencia ficción. Registros inalcanzables, con nombres propios e icónicos. No se corre ningún riesgo si se afirma que esta noche, en la final femenina de los 400 metros, ninguna de las ocho atletas clasificadas para la prueba recorrerá la vuelta completa al estadio cerca de los 47.60 segundos en los que la completó Marita Koch en Canberra el 6 de octubre de 1985, por la calle número dos, con una facilidad asombrosa, como si el efecto del ácido láctico no existiera sobre su cuerpo. Con sus rivales a un abismo de distancia.
Tal es la magnitud del registro que ninguna cuatrocentista, de hecho, ha conseguido bajar de la barrera de los 49 segundos desde que lo hiciera por última vez Sanya Richards-Ross en el año 2009.
El 400 no puede con su historia: entre las 15 mejores marcas de todos los tiempos sólo hay dos de los años 90 y siete son de Koch
El 400 no puede con su historia. De las 15 mejores marcas de todos los tiempos, sólo dos son de la década de los 90 (Marie-José Pérec, 48.25; Cathy Freeman, 48.63) y siete de ellas le corresponden a Koch, desde su 48.60 de 1979 hasta su récord del 85, exactamente un segundo más rápido. Koch, de hecho, sólo corrió contra sí misma desde 1978 hasta 1985, un período en el que se dedicó sistemáticamente a rebajar su propia plusmarca mundial, tanto en el 400 como en el 200, excepción hecha de la irrupción de la también sospechosa checa Jarmila Kratochvilova.
Marita Koch y su zancada fueron durante años la perfección hecha atleta, antes de que la desclasificación de los documentos de la Stasi, a principios de los 90, terminase convirtiéndola ante la opinión pública en un producto de laboratorio. Aunque Koch, cuyo máximo nivel como atleta coincidió en el tiempo con el período de máximo perfeccionamiento del programa estatal de dopaje de la RDA, siempre ha defendido su inocencia.
Nunca dio positivo en los primitivos controles antidopaje de la época, e insiste en lo mismo cada vez que se le pregunta por el tema. “Tengo la conciencia tranquila. Nunca he dado positivo, nunca hice nada que no hubiera debido hacer en aquel momento”, responde sistemáticamente. Las pruebas, sin embargo, dicen lo contrario. Existen registros de las dosis de Oral-Turinabol administradas a Koch durante años. Existen, incluso, cartas de la propia atleta a la farmacéutca estatal Jenapharm en las que se queja de que su rival, Barbel Wockel, recibe mayores dosis del medicamento porque su padre es el presidente de la compañía.
Y el Turinabol no es otra cosa que el esteroide anabolizante estrella de la RDA, desarrollado en los laboratorios de Kriesche y diseñado para acelerar y propiciar el crecimiento muscular sostenido en el tiempo tanto en hombres como en mujeres. Las míticas alubias azules se siguen comercializando hoy en día y aunque los positivos por esta vetusta sustancia ya no son habituales en el deporte profesional, el trapicheo de esta pastilla sí sigue siendo común en los gimnasios y en el oscuro mundo del culturismo.
El Turinabol que tomaba Marita Koch es la misma gasolina que utilizaban el resto de atletas de la RDA utilizados como cobayas. El mismo generador de milagros, el mismo creador de horrores. Quizá Koch nunca haya admitido su dopaje porque ella ha tenido la suerte de no estar entre el 25% de aquellos deportistas que desarrollaron cáncer, entre el 50% de las mujeres que se enfrentaron a enfermedades ginecológicas como consecuencia de su abuso o a las muchas a las que el cóctel de anabolizantes cambió el cuerpo y la vida. Tuvo suerte.
Este artículo forma parte de la serie ‘Los récords que no se batirán en el Mundial de Atletismo de Londres’:
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