Lenguaraz, brillante e incombustible. Winston Churchill (1874-1965) fue un político de raza, escritor brillante, premio Nobel, apasionado por la ciencia, líder indiscutible cuya sombra sigue siendo alargada. Churchill vive gracias a su legado.
En pleno siglo XXI continua de moda y su alma ha planeado por las salas de cine donde se ha mostrado implacable, como la fuerza de la naturaleza que fue. “Un político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”. Quizá el empacho cinéfilo del último lustro se deba a la añoranza, a la nostalgia de políticos de verdad. Winston Churchill fue uno de los mejores oradores de todos lo tiempos y si hubiera tenido la oportunidad de inmortalizar su verbo en las redes sociales probablemente habría puesto en su sitio a más de uno.
Quizá el empacho cinéfilo de Churchill en el último lustro se deba a la nostalgia de políticos de verdad
El próximo viernes 8 de septiembre se estrena Churchill, la película dirigida por Jonathan Teplitzky con guión de la historiadora Alex von Tunzelmann que desvela las 72 horas de vida del líder inglés poco antes del desembarco en Normandía. El director australiano presenta a Churchill rodeado de fantasmas, no confía en los planes del desembarco puesto que está convencido de que será una carnicería.
Brian Cox se mete en la piel de un Winston Churchill gruñón, deprimido, un convidado de piedra en las reuniones del alto mando. Con 70 años y toda una experiencia vital, en el biopic de Teplitzky, Churchill no es más un mero espectador que deja que Estados Unidos decida el futuro de la Operación Overload, aquella que pasó a la Historia como el Desembarco en Normandía.
Durante toda la película, el fantasma de Galípoli pulula por la sala. El primer ministro combatió en la I Guerra Mundial y no olvida el traumático recuerdo de una campaña que resultó un rotundo fracaso y que deterioró su reputación. De ahí su insistencia en no llevar a cabo el Desembarco en Normandía, temía repetir la matanza de 1915. Churchill desnuda sus miedos, sus inseguridades, sus angustias sin dejar de fumar. El humo traspasa la pantalla, el espectador llega a percibir el olor del tabaco como si llegara de la butaca contigua.
Churchill desnuda sus miedos, sus inseguridades, sus angustias sin dejar de fumar
La Operación Overload se retrasa por el mal tiempo, lo que aprovecha el primer ministro para buscar ayuda divina y pedir en sus oraciones que las malas condiciones climáticas continúen. Ahí arriba nadie le escuchó y el desembarco se convirtió en el punto de inflexión para la derrota de Hitler.
En la película no pasa nada más. De manera que resulta lenta, monótona y aburrida, a pesar de la brillante interpretación de Brian Cox como Churchill y de las magníficas apariciones de Miranda Richardson, convertida en Clementine Churchill; por no hablar de los diálogos que mantiene el primer ministro británico con el General Eisenhower (John Slattery), respecto al desembarco en Normandía y la importancia de su éxito.
Teplitzky no retrata a Churchill en sus momentos de gloria, sino en su mayor debilidad. No surge triunfante ganando guerras, ni dirigiéndose a una multitud que lo ovaciona enloquecida, ni tampoco como el hombre fuerte de carácter implacable que también fue. El Churchill de Brian Cox es un hombre bloqueado por el miedo, seducido por el alcohol y maleducado. Un hombre terco, incapaz de escuchar los consejos de su mujer y enrocado en su propio universo. Esta vez, Churchill no es más que un héroe caído.
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