La Plaza de Vistalegre de Madrid acogió ayer, con las entradas agotadas, el concierto de Ludovico Einaudi, en el que se demostró que el pianista es una rockstar. O una popstar. Cualquier coletilla vale para alejarlo, injustamente, de la música clásica y de la corriente minimalista más pura.
Ludovico llenó ayer la plaza, ajeno a la escasez de instalaciones musicales de la capital que obligaron a mover el concierto a Vistalegre desde las Ventas, (y gracias, Manuel Carrasco y Vanesa Martín se han quedado sin conciertos por las pobres de medidas de seguridad del coso).
La seguridad, cada día más estricta, formó largas colas en los accesos al recinto. Quienes habían llegado pronto perdían la paciencia en el interior, mientras que los rezagados, comprobaban al llegar que sus indicaciones de fila y butaca no eran reales. Nadie sabía por qué en las entradas ponía filas y números sino eran numeradas. Empezaron las quejas entre el público, en las redes sociales, silbidos, aplausos y, de repente, Ludovico Einaudi.
Suena el piano de cola que domina el escenario y la masa se va calmando. Cuarenta y cinco minutos de retraso. Suena el piano, los móviles iluminan a los últimos espectadores. Para cuando suenan las cuerdas ya se han desvanecidos las molestias de las colas, la emergencia por comprar una cerveza. Que vaya el niño. No, que no se la venden. Las dudas que surgieron con el calor y la espera también se van. Sí, fue buena idea venir con los chicos al concierto. Familias enteras quedan mudas con la entrada de la percusión.
Con la música todos dejan de estar entre más de 10.000 personas y empiezan a estar solos con Ludovico
La familia de Ludovico también estaba al completo y su música empezó a golpear las mentes de los presentes. Lo mismos que llevan tiempo terminando informes con Una Mattina, afrontando un examen con Elements, llevando el día a día de su trabajo, de sus estudios o, simplemente, su tiempo de relajación, todos ellos dejan de estar entre más de 10.000 personas y empiezan a estar solos con Ludovico.
Uno tras otro van sonando los temas, con el esquema del italiano con música machacona, repetitiva y con sus espectaculares y corrales crescendos. Surgen aplausos espontáneos cuando el público reconoce los temas más populares. Esta es Eléments. Esta es Night. Esta parece la del Ártico. ¿Cuál?La que grabó con Greenpeace en el hielo. Ah, sí, pero es distinta. Es una versión. Seguro, sí ¿no ves el glaciar en la pantalla?
A mitad de concierto Ludovico se marca un solo, suena Una mattina. Sí es la de la Intocable. Silencio. Todo el que puede haber una plaza de toros cerrada, llena, con gente entrando y saliendo con golpes en la puertas. Y dejando pasar. Voy a por una cerveza. Voy al baño. Me voy que me cierran el parking.
Probablemente, el mayor fracaso del concierto de Ludovico sea su éxito masivo.
Probablemente, el mayor fracaso del concierto de Ludovico sea su éxito masivo. Por maravillosa que sea la música, se pierde interés con un espacio tan masificado, con móviles que suenan, móviles que graban vídeo y compiten con las luces del espectáculo y destellos constantes de flash de fotos hechas con móviles.
Escuchando la música quieres estar con Ludovico a solas, su ritmo hipnótico te atrapa. Suena Experience, la pieza con el crescendo más pronunciado en el tramo último de la pieza. El público en pie, es el final. Ludovico y sus músicos se marchan. El italiano hace un bis.
Ludovico: dos horas y veinte minutos, aproximadamente. Un músico italiano tocando música minimalista en una plaza de toros cubierta y llena hasta los topes. Es el tiempo de Ludovico Einaudi, Vistalegre, no era el lugar. Así está el minimalismo.
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