Hace tres lustros que abandonó la primera línea del PNV. Lo hizo desgastado, parcialmente derrotado y decepcionado con parte de los suyos. Después de haber librado cientos de intensas batallas políticas durante casi treinta años, aquel amargor con el que a los 71 años cerró su etapa política -en enero de 2004- quedó atrás. Hoy, Xabier Arzalluz (Azkoitia, Guipúzcoa, 1932), es un hombre de 85 años, un jubilado más de la vida laboral y política de Euskadi. Alejado del partido, a cuyos actos tan sólo acude en muy contadas ocasiones, y sobre cuyo devenir apenas se pronuncia. Muchos esperarán poder volver a saludarle este domingo en las campas de Foronda (Alava), donde le PNV celebra su Alderdi Eguna (Día de Partido) y al que si la salud se lo permite, gusta acudir.
El carismático dirigente político prefiere disfrutar de su retiro, a medio camino entre el caserío de su mujer, en Galdakao (Vizcaya), y su casa en el Campo Volantín de Bilbao. La vida de Arzalluz discurre ahora entre frutales, la huerta, sus nietos, los libros y los paseos. Quien representara durante tres décadas al nacionalismo vasco más institucional durante la Transición aún se recupera de un ictus. Lo padeció hace cuatro años y sus contadas apariciones públicas demuestran, para quienes le dieron casi por muerto, que apenas le ha afectado. Su memoria continúa siendo elefantiásica y su rapidez argumental y su oratoria fluida, la misma que siempre demostró, apenas se ha resentido. Su voz sí ha perdido algo de vigor, ya no es tan vehemente, pero continúa narrando episodios, ironías y recuerdos, que enlaza uno tras otro, cual enciclopedia de la historia reciente de Euskadi.
En agosto cumplió 85 años. Está alejado del día a día del PNV y dedica su tiempo a leer y pasear junto a su caserío en Galdakao
El Arzalluz actual no se siente especialmente cómodo en el partido que lideró desde 1980 y hasta 2004. Tampoco en la formación recurren mucho a su figura, sólo lo justo. Pero al viejo político lo respeta por encima de todo. Antes de abandonar Sabin Etxea intentó que su delfín, Joseba Egibar, siguiera sus pasos, su línea más soberanista, pero no logró imponerse en la pugna interna que sucedió a su marcha. Venció la candidatura del moderado y pragmático Josu Jon Imaz. La línea la continuaron después Urkullu y ahora Andoni Ortuzar. Pero el anciano Arzalluz no ha perdido un ápice del respeto que le profesaban los suyos. Nadie niega que representó como pocos el sentir de los vascos nacionalistas y al que se deben muchos de los logros obtenidos durante la Transición.
Añorado por la militancia
Arzalluz continua con la vitalidad intacta. Lo demostró el pasado 26 de marzo en la que fue su última aparición pública. Con el micrófono de nuevo en la mano y los militantes a sus pies, demostró que el carisma como orador sigue casi intacto. En apenas dos minutos de intervención con motivo del 40 aniversario de la primera asamblea del partido tras el final del franquismo, el ex presidente del EBB arremetió contra la izquierda abertzale y “su desprecio, que es lo que más me ha hecho sufrir”, dijo, y la recomendación que sonó a reprimenda, a los actuales dirigentes del PNV por no reconducir su relación con el principal sindicato en el País Vasco, ELA.
Sus tres hijos le hicieron abuelo hace tiempo y con los achaques propios de la edad, apenas hace vida pública. Dónde procura no faltar es en la fiesta anual del partido, el Alderdi Eguna que se celebra en septiembre, en torno a San Miguel. Un acto de partido en el que años atrás le robaron -por única vez en su vida- el fajo de billetes que acostumbra a llevar en el bolsillo, “40.000 pesetas me robaron”, ha recordado en alguna ocasión. En septiembre si la salud se lo permite se volverá a dejar ver. De nuevo recibirá los saludos y abrazos de militantes que no olvidan al otrora dirigente que desde la tribuna de las campas de Salburua en Vitoria supo arengarles como ningún otro. Los más veteranos del lugar le echan de menos. Nada que ver con el tono moderado y más pausado que hoy muestran los actuales dirigentes del PNV.
Arzalluz, el que muchos, en especial fuera de Euskadi, recuerdan más por sus teorías sobre el RH negativo, las ‘nueces y el árbol que agitaba ETA’ o sus apelaciones al ideario de Sabino Arana, ya no abre informativos, ni agita la política vasca y española. No porque carezca de discurso para ello, sino por dosificar sus apariciones hasta el extremo. La última vez que logró un titular en Euskadi fue por el apoyo contundente al proyecto de Puigdemont que contrasta con el que muestra la actual dirección del PNV o el Gobierno vasco. Para él, el procés es algo “admirable” aunque asegura que no servirá para nada, “recurrirán a lo que haga falta para que no se celebre”, dijo recientemente en la Cadena Ser.
Arzalluz cree "admirable" el 'procés' en Cataluña pese a que reconoce que no se celebrará 'recurrirán a lo que haga falta'
Desde que dejó la política y las clases como profesor de derecho político, este hijo de conductor de autobuses, continúa preocupado por el papel del ejército. Históricamente ha sido una de sus máximas inquietudes. Si en 1990 en una entrevista en TVE aseguraba que en España había libertad para posicionarse “contra ETA” pero no para criticar “a la otra parte”, casi tres décadas después ha decidido hablar sin tapujos. Asegura que España se ha convertido en un país “ocupado por su propio Ejército” y que mientras no se suprima el artículo 8 de la Constitución así seguirá siendo, “ese artículo es una imposición militar, que el ejército sea el garante de unidad, quiere decir que existen enemigos internos”. Hace ahora nueve años, ya jubilado, afirmó que España era en realidad “una democracia turca”, y reveló que “un militar ya nos advirtió que si Ibarretxe hacía su consulta veríamos los tanques por Ajuria Enea”.
'Excesiva moderación' en el PNV
El silencio inicial hacia su partido en sus primeros años de retiro ha ido dando paso a un Arzalluz que no ha dudado en reconocer que hoy percibe una “excesiva moderación” en el PNV. Lo ve alejado del discurso de Ibarretxe, el mismo que él impulsó y apoyó. Pero lo afirma sin herir, como quien aún mantiene que lo relevante es el partido, “pero es cierto que hoy el radicalismo funciona mal y el PNV quizá por eso sube”.
A sus 85 años Arzalluz tampoco ha perdido su fe. La misma que le llevó a ordenarse sacerdote y dejar lo hábitos de jesuita tres años después. Seis de sus siete hermanos también siguieron los caminos del seminario. De aquellos tiempos aún hoy se le percibe ciento tono homilítico en sus intervenciones. Arzalluz es un hombre culto. Licenciado en Teología, “el mundo de las grandes preguntas”, dijo una vez, también es catedrático en Derecho y titulado en Filosofía. Junto a ello, su verdadera pasión, Europa, le encandiló desde que de joven se fue a formar a Alemania, a mediados de los años 60, y allí entre las movilizaciones en la mina y las manifestaciones en la calle sintió sus primeras inquietudes políticas que le alejarían de las espirituales.
Tras dejar los hábitos de jesuita, ingresó en el PNV tras el primer atentado mortal de ETA contra el comisario Melitón Manzanas en 1968
En agosto de 1968 solicitó su ingreso en el PNV después de ver con incredulidad que ETA cruzaba la línea roja con el asesinato del comisario de Policía, Melitón Manzanas, el que se consideró durante muchos años el primer atentado de ETA. A partir de ahí, su formación intelectual y su conocimiento del alemán, le convirtieron en una pieza valiosa para el PNV en la clandestinidad, que entonces lideraba Juan de Ajuriaguerra y que poco a poco llevarían a aquel joven ex jesuita a ascender todos los peldaños del partido. El ex portavoz del PNV en el Congreso y ex senador, Iñaki Anasagasti, ha llegado a afirmar de Arzalluz que ha sido junto al propio Sabino Arana , el primer lehendakari José Antonio Agirre y Juan de Ajuriaguerra la cuarta figura clave en la historia del PNV.
Durante la Cámara Constituyente Arzalluz fue una pieza fundamental en la conformación del actual Estado de las Autonomías y la aprobación del Estatuto de Gernika, verdadero punto de partida del País Vasco moderno que comenzó a forjarse en la Transición. Arzalluz aún hoy recuerda con reiteración que ellos dieron pasos que los catalanes no dieron, como el rechazo a la Constitución o la aprobación del Concierto y el Cupo vasco, y que con el paso del tiempo se han demostrado acertados.
De esos años de recuperación de la democracia guarda un recuerdo grato de Adolfo Suarez, del que siempre subraya que España no supo reconocer su labor y valentía y que él, en nombre del pueblo vasco intentó reconocer con la entrega de la makila, el símbolo de autoridad del pueblo vasco. Después llegaron Felipe González y José María Aznar, con quienes el entonces ya presidente del PNV se supo entender y desentender hasta que sus aspiraciones soberanistas se cruzaron por el camino y la violencia de ETA embarró el terreno.
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