La imagen es conocida casi universalmente. En una camilla colocada sobre un fregadero de cemento yacía el cadaver de un hombre barbudo, de pelo largo y vestido únicamente con un pantalón verde oliva. La cara serena, casi sonriente y los ojos abiertos. Era el 10 de octubre de 1967 y aquel cuerpo inerte correspondía a Ernesto Guevara, el Che. La vida del héroe guerrillero de la Sierra Maestra había llegado a su fin. Bolivia había sido su tumba.
Pero en cierto modo, el fin del Che había comenzado dos años antes y a más de 10.000 kilómetros del lugar donde había encontrado definitivamente la muerte. A orillas del Lago Tanganica, en territorio de la República Democrática del Congo, el Che Guevara había empezado a escribir las últimas páginas de su vida.
Su figura revestida de un aura de leyenda, labrada en los días de la revolución cubana y que aún llega hasta nuestros días, comenzaba a rasgarse en pleno "corazón de las tinieblas" para dejar aflorar a un hombre vulnerable, superado por las circunstancias e incapaz de amoldar sus sueños a la realidad. A partir de entonces, "la vida cesó de sonreirle", según indica Jorge G. Castañeda en La vida en rojo. Una biografía del Che Guevara.
La aventura del Che en el Congo es "la historia de un fracaso", como él mismo escribió con crudeza. Un fracaso que determinaría de forma casi irremisible sus siguientes pasos hasta su trágico final, casi dos años después, en las estribaciones de los Andes.
Y es que la marcha de Guevara a suelo africano en la primavera de 1965 puede interpretarse como la crónica de una huida hacia adelante que no encontró su meta hasta su malhadado final.
La lucha en África era la vía de escape de un hombre que, tras contribuir decisivamente a la victoria de la Revolución en Cuba, había sentido la frustración del fracaso en su tarea como ministro de Industria en el nuevo régimen de Fidel Castro, que fue desechando una a una sus principales tesis políticas.
Además, su posición en la isla se iba volviendo cada vez más incómoda. Su supuesta simpatía por la China de Mao y su animadversión hacia las políticas de la URSS -a las que dedicará un duro discurso en febrero de 1965-, en un momento de elevadas tensiones entre los dos países referentes del comunismo, ponían en una situación comprometida al castrismo, que en aquel conflicto había optado por alinearse con el bloque soviético.
La animadversión del Che hacia la política soviética comprometía al castrismo
Si a esto se une el descalabro en que se sumía su matrimonio con Adela, era fácil comprender que Guevara sintiera diluirse cada vez más los lazos que le vinculaban a la isla y deseara reemprender la lucha para contribuir a extender la revolución a otros países. "A mí la única alternativa que me queda es irme para el carajo", espetó a los hermanos Castro poco antes de partir.
El 2 de abril de 1965 parte de Cuba, sin ni siquiera despedirse de Fidel Castro, y a finales de ese mes ya pisaba suelo congoleño, bajo una identidad falsa y con el sobrenombre de Tatu.
Lo cierto es que el sueño del Che habría sido llevar la lucha armada a su Argentina natal, pero pronto tuvo que asumir que Latinoamérica no reunía por entonces las condiciones necesarias para emprender esta empresa con posibilidades de éxito. En cambio, una gira por el territorio africano le convenció de que aquella tierra encerraba notables posibilidades para que la revolución germinara. Y el Congo aparecía a sus ojos como el escenario ideal para reeditar las exitosas aventuras guerrilleras de la Sierra Maestra. No tardaría en darse cuenta de su error.
Una aventura desventurada
La antigua colonia belga era un país en lucha casi continua desde su independencia en junio de 1960. Las diferencias tribales, azuzadas por los países occidentales, deseosos de hacerse con el control de las riquezas mineras en la región, enmarcaban una incesante sucesión de sangrientas revueltas.
En el verano de 1964 había estallado una nueva revuelta popular, que, encabezada por el exministro Pierre Mulele, arraiga en la zona occidental del país y que se extendió rápidamente a la zona oriental, donde adquieren un papel destacado Gaston Soumialot y Laurent Kabila.
Los grupos rebeldes contaban con el respaldo de las potencias comunistas y de diversos estados africanos, mientras que el gobierno congoleño, con Joseph Kasavuvu ocupando la presidencia de la república y Moise Tshombe como primer ministro, contaba con el respaldo de Bélgica y los Estados Unidos.
Cuando estallan con fuerza las hostilidades, en el verano de 1964, las fuerzas rebeldes de Soumialot y Kabila cosechan importantes avances. Pero aquellos éxitos resultaron efímeros y ante de finales de año las tropas gubernamentales, apoyadas desde el exterior, habían asestado un duro golpe a sus posiciones, reduciendo la lucha a una ligera porción de territorio en la ribera del Tanganica. Al otro lado del país, Mulele tampoco presentaba una posición mucho más esperanzadora.
Esa era la poco halagüeña coyuntura en la que Guevara se presentó con sus hombres -que llegarían a sumar una fuerza de unos 130 hombres- en el campamento de Kibamba. Sin saberlo, el guerrillero argentino se disponía a sumarse a una rebelión que ya había sido derrotada.
La ausencia de los líderes rebeldes -entretenidos en continuas negociaciones en el extranjero-, la falta de disciplina y pericia de las tropas del denominado Ejército Popular de Liberación y la inactividad fueron socavando la moral del destacamento cubano y poniendo a prueba la capacidad de Guevara de mantener viva la llama revolucionaria en la región.
Las muestras de desazón van colmando las páginas de su diario a medida que pasan las semanas y sus ánimos se hunden aún más cuando recibe la noticia de la muerte de su madre. Con todo, el Che confiaba en que la entrada en batalla de sus hombres propiciaría un cambio de ánimo en el campamento. Nada más lejos de la realidad: la acometida de Front de Force, acordada por el Che y Kabila, se convierte en un rotundo fracaso, que anticipa la suerte de aquella aventura.
Cegado por sus ideales revolucionarios, el líder guerrillero argentino había subestimado la importancia de las fracturas tribales en territorio africano, la necesidad de una correcta preparación militar y el peso de la ayuda que las potencias occidentales prestaban a las fuerzas leales al Gobierno.
Ante esta situación, “el Che fue perdiendo paulatinamente los estribos, tornándose cada vez más recurrentes sus descargas contra los congoleses y sobre todo contra los cubanos que se rajan y exigiéndose a sí mismo y a los demás dosis crecientes de sacrificio y esfuerzo”, explica Castañeda.
Ante las recurrentes quejas de sus compatriotas, que le llegarían a recriminar su presencia en aquella tierra lejana e inhóspita -"coño, Che, nadie sabe qué cojones hacemos aquí", le reprocharía su amigo Emilio Aragonés-, el Che se empleaba con dureza, castigando con frecuencia las muestras de insubordinación dejando sin comida a los culpables. Poco a poco, su prestigio fue menguando mientras sus hombres iban perdiendo la fe en él.
Su prestigio fue menguando entre sus hombres, que le reclamaban volver a casa
Azotado por la enfermedad -probablemente, disentería-, y desanimado por el desventurado curso de aquella guerra, el Che se volvió airado y taciturno y fue limitando el contacto con sus compañeros. "El estado de ánimo ya no estaba ni a la mitad [...] estaba todos los días de muy mal humor. No quiero decir que nos tratara mal, no, pero sí lo veíamos siempre solo con su librito, leyendo y no lo veíamos con aquella disposición [...] Veíamos que no era el Che que nosotros estábamos acostumbrados a ver”, detalla Daniel Alarcón, Benigno, uno de los cubanos que acompañó a Guevara en la empresa del Congo.
El golpe definitivo llegó en octubre, cuando el héroe de la Sierra Maestra supo que su antiguo camarada Fidel Castro había hecho pública la carta que él le había dejado al partir de Cuba. En ella, el Che renunciaba a sus cargos, sus títulos y hasta a la ciudadanía cubana. Para Guevara, aquello cerraba la puerta a su regreso a la isla. La huida tendría que continuar.
Pero el Congo presentaba ya nulas posibilidades. Los cambios políticos en el país -destitución de Tshombe- y en el conjunto de África habían restado muchos apoyos a la rebelión, por mucho que Guevara se empeñó en prolongar la lucha, pese a las continuas protestas de sus hombres. Sólo el avance del Ejército gubernamental fuerza al Che y al resto de cubanos en una huida a través del Tanganica cuyo éxito ha dado pie a innumerables conjeturas.
Guevara había comprendido que África aún no estaba lista para la rebelión. Pero a él no le quedaba otra salida que continuar luchando. Nuevamente, Argentina aparecía como el destino deseado. Pero Fidel Castro conseguiría, hábilmente, desviarlo hacia Bolivia, donde, se presumía, la situación era más propicia para el éxito de la revolución y Cuba tenía más capacidad de influencia.
Aún así, no le faltaron avisos de que aquella aventura podía resultar demasiado arriesgada. Pero el Congo había trazado su destino y el comandante Guevara no se permitió dudar en salir a su encuentro.
Como observara el personaje de Charlie Marlow en la novela El corazón de las tinieblas, "vivimos como soñamos...solos". Así vivió Ernesto Guevara. Y así murió un 9 de octubre de 1967.
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