Si buscamos a León en un mapa de España, la primera referencia que encontraremos será la comunidad autónoma de Castilla y León. Ésta, la más extensa del país, abarca un territorio más grande que Portugal, e incluye nueve provincias. León es una de ellas, y ocupa la esquina noroccidental. Ya el propio nombre de la comunidad autónoma nos indica que nos encontramos ante un caso atípico: gracias a la existencia de la “y” copulativa es fácil deducir que estamos ante una autonomía doble, o dúplice, compuesta por dos regiones (al menos teóricamente).
En cualquier caso, resulta claro que administrativamente León sólo es el apellido de una comunidad autónoma y una provincia, lo que no le otorga especial relevancia en el panorama estatal. Pero la cosa cambia si atendemos a los símbolos nacionales de España: en el escudo León ocupa el segundo cuartel, lo que quiere decir que es el segundo territorio en importancia, sólo por detrás de Castilla. Contra lo que mucha gente piensa, el símbolo heráldico aquí no representa a la mencionada provincia, sino al reino de León en un sentido amplio, incluyendo a las provincias de Zamora y Salamanca, pero también a Asturias, Galicia, Extremadura y Andalucía occidental. Y es que en la Edad Media el reino de León abarcó los citados territorios, además de muchos otros, como Castilla y el norte de Portugal. A pesar de ello, muchos españoles ignoran incluso su mera existencia.
Cada una de las diecisiete comunidades autónomas se ha creado una historia a su medida
¿A qué se debe que un reino de tanta importancia histórica se haya visto relegado al olvido? La respuesta podría resumirse en una palabra: debido al presentismo, que es la fea costumbre consistente en trasladar al pasado los marcos administrativos del presente. En España el presentismo se ha hecho omnipresente desde la fundación del estado de las autonomías, de tal manera que cada una de las diecisiete comunidades autónomas se ha creado una historia a su medida. Esto es más evidente en los numerosos casos en que estas comunidades no responden a ninguna región histórica preexistente. Pero con León se ha dado justamente el fenómeno contrario: al no alcanzar su propia autonomía, y al quedar mezclada con Castilla la Vieja, su historia ha quedado relegada al olvido e incluso a la manipulación desde entidades autonómicas. Si hojeamos cualquier libro de texto de Castilla y León, sólo se habla de Castilla, y apenas se cita ningún aspecto del reino de León.
Hagamos un rápido repaso a la historia de este reino. En el año 910 de nuestra era el rey García I trasladó la sede de la Corte desde Oviedo a León. No era la primera vez que se cambiaba la capital del reino: en los 188 años que habían transcurrido desde el levantamiento de Pelayo contra los invasores musulmanes, ésta había estado en sitios tan dispares como Cangas de Onís, San Martín del Rey Aurelio, y Pravia, para quedar finalmente establecida en Oviedo. Así que en aquel momento tal vez pudo parecer que la decisión de García I era un traslado más. Sin embargo, León fue la capital durante nada menos que 320 años. No es el momento ni el lugar para hablar de ello, pero el llamado reino de Asturias y el de León conforman una unidad histórica a la que, sólo para mayor comodidad de los historiadores, se ha dividido en dos a través de este cambio de capitalidad en el año de 910.
¿Qué pudo motivar la elección de la ciudad de León hace 1107 años? Como razón más importante habría que señalar la herencia romana: en el año 74 d.C. el Imperio asentó a la VII Legión (Legio VII) en la confluencia de los ríos Torío y Bernesga, convirtiéndose desde esa fecha hasta el siglo V en la única legión en Hispania. Es decir, durante más de tres siglos el solar de la ciudad de León fue la auténtica capital militar de la Península. Este hecho debió perdurar en la memoria colectiva, y cuando el reino astur llegó a controlar tan prestigiosa ciudad, sus reyes enseguida comenzaron a frecuentarla. Sabemos que ya Ordoño I (850-866) residió en León, si bien no habitó allí de forma permanente. Lo mismo puede decirse de Alfonso III “el Magno” (866-910), el último rey teóricamente asturiano: llevó la frontera hasta el Duero, usando las ciudades de León y Zamora como base para sus conquistas.
En cualquier caso, sólo tenemos la constancia del traslado de la capitalidad a León al comienzo del reinado de su hijo García I (910-914). Sin embargo, esto no tuvo que ser visto como algo revolucionario en su tiempo, ya que la dinastía seguía siendo la misma, las instituciones seguían siendo las mismas, y el reino, en definitiva, seguía siendo el mismo. Pero, como hemos dicho, los historiadores, de forma tal vez un tanto arbitraria, y con anacrónicos criterios administrativos actuales, usamos esta fecha del 910 como año que marca el fin del reino de Asturias y el nacimiento del reino de León.
A pesar de que actualmente no suele aparecer en manuales ni en libros de texto, el reino de León protagonizó la Alta Edad Media de la Hispania central y occidental. En estrecha hermandad con Galicia, Asturias, Portugal y, en menor medida, Castilla, estuvo encabezado en múltiples ocasiones por reyes cuyos nombres aún resuenan en la dormida conciencia de los leoneses. Y es que León, haciendo honor a su nombre, muy pronto adoptó una actitud beligerante y combativa frente a los invasores musulmanes, realizando espectaculares avances en aquello que se ha dado en llamar Reconquista.
Como es lógico, durante sus más de tres siglos de existencia también sufrió épocas oscuras y cruentas guerras civiles, pero el reino de León tuvo la fortuna de contar con algunos de los reyes más poderosos de la Europa Occidental de la época: Ordoño II y Ramiro II, fustigadores del poderoso Abderramán III, al que vencieron en varias batallas; Alfonso V, que fue el primer rey hispano en dar fueros con sabor a libertad a las ciudades del reino hace ahora mil años; Bermudo III, el joven guerrero que hizo huir al engreído Sancho Garcés III, pero que murió a causa de su ardor bélico; Fernando I, el príncipe navarro que fue conde de Castilla y llegó a ser rey de León gracias a su esposa y a la muerte de su cuñado; Alfonso VI, el conquistador de Toledo, cuya figura ha quedado injustamente ensombrecida ante un Cid al que endiosaron los juglares y Menéndez Pidal; Alfonso VII, que llevó a su máxima expresión el título de Emperador de las Hispanias y que tuvo como vasallos a los demás reyes peninsulares; Fernando II, que supo domar al joven reino independiente de Castilla; y, finalmente, Alfonso IX, quien convocó las primeras Cortes de la historia en las que el pueblo llano tuvo representantes libremente elegidos, que creó la Universidad de Salamanca, y que reconquistó casi toda la Extremadura Leonesa a pesar de no haber sabido arreglar su sucesión en el trono.
Con los reyes leoneses resurge la idea de una Hispania unida bajo el cetro leonés
Muchos de estos monarcas leoneses se intitularon emperadores, pero no en el sentido que hoy le damos a tal palabra, sino con el significado de “rey superior a los demás reyes”, seguramente influenciados por la idea de ser los únicos continuadores de la monarquía visigoda. Los emperadores leoneses fueron reconocidos como tales por los demás monarcas cristianos de la Península, y con ellos resurge la idea de una Hispania unida bajo el cetro leonés.
A pesar de ello, León supo respetar las identidades y personalidades de los demás reinos que se encontraban bajo su égida, y de hecho de su seno surgieron dos estados independientes: Portugal y Castilla. Fue precisamente esta última la que en el año 1230, tras poco más de 80 años como reino independiente, y tras toda una plétora de avatares, absorbió al reino que le dio la vida, y acabó sumiéndole en un olvido que todavía hoy sigue sufriendo.
A pesar de ello, esta absorción no fue tan total como presumen algunos, ya que tanto Galicia como Asturias y León siguieron contando con instituciones, moneda y lenguas propias a lo largo de varios siglos. Mucho tiempo después de esa unión forjada por Fernando III, las Cortes de León y de Castilla se siguieron reuniendo por separado, y lo mismo ocurrió con las hermandades de territorios que fueron surgiendo en el siglo XIV. El reino de León aparece en todos los mapas antiguos de España desde el siglo XV hasta el año 1983: aunque su extensión varía según la época de la confección del mapa, la más frecuente abarca las actuales provincias de León, Zamora y Salamanca, así como la mitad occidental de Palencia y Valladolid.
Como última curiosidad cabe reseñar que el reino de León contó con una lengua romance propia: el leonés o asturleonés, que todavía hoy goza de cierta vitalidad en Asturias y en Miranda de Douro, si bien su situación en la región leonesa no es nada halagüeña, al conservarse tan sólo en rincones de comarcas como Laciana, Ribas del Sil, Cabrera, Cepeda, Aliste y Sanabria, así como algunos restos en las provincias de Salamanca y Cáceres.
Ricardo Chao Prieto es autor de Historia de los Reyes de León, (Editorial Rimpego)
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