Estaban de fiesta en su casa cuando alguien gritó que Willy empezaba a ponerse morado. Corrió y se lo encontró con una sobredosis, totalmente blanquecino, y comenzó a arrastrarle por el pasillo. Quería llevarle a la bañera. La gente, al verlo, salió corriendo, se abría y se cerraba la puerta de la entrada con rapidez. "Déjalo, está muerto", le gritó su novia. Pero tras echarle agua y menearle con todas sus fuerzas, Willy volvió a respirar. Era la primera vez que le daba tan fuerte. Era el hermano de Alberto García-Alix y el fotógrafo era el que le arrastraba hacia el baño.
"Cuando yo empecé muy poca gente se metía sintéticos. Mi primer chute me lo metí en el laboratorio de mi amigo Fernando. Yo aún no había empezado en serio con la fotografía. (...) Mi hermano la probó más tarde y le gustó con más vicio que a mí", asegura García Alix al principio de La línea de sombra, de Nicolás Combarro, el documental sobre su vida que se estrena este viernes 17 en el Círculo de Bellas Artes y que genera un diálogo entre la vida y la obra de uno de los fotógrafos más importantes de nuestro país. Que nos enseña su proceso creativo.
Fuimos todos a su entierro colocados. No sentíamos dolor. La heroína lo anestesia todo"
Al poco tiempo de aquella fiesta, Willy moría de una sobredosis. Quizá fue el primero cercano al fotógrafo al que la droga le doblegó. "Fuimos todos a su entierro colocados. No sentíamos dolor. La heroína lo anestesia todo", continúa. Y habla de cómo se alimentaban de una épica: "Uno se enamora del alma del yonki". Pero empezaron las muertes, los problemas, la enfermedad y la destrucción. "Al principio no era fácil conseguirla (la heroína). Pero Fernando se lió con una chica americana que ya estaba muy metida", añade. Alix se enamoró de Tere y entre los dos empezaron a vender para poder tener dinero para meterse. "Era una comunión continúa en la que la heroína era lo sagrado".
De esta manera, contando cómo se enganchó en los años anteriores a la Movida, comienza a narrar su historia. Una vida que orbita entre la fotografía y la droga y que las une a ambas en un hombre que modificó el sistema con sus retratos, el que inmortalizó a Pedro Almodóvar, Rossy de Palma o Emma Suárez antes de que sus caras nos fuesen tan conocidas. El documental empieza con un primer plano del fotógrafo y le lleva a sus autorretratos. A su Colocón en Manila, "no hay mucho más que decir de esta foto", a la foto que se hizo superando en mono en BCN, al día que se reencontró con la heroína, al que ganó el Premio Nacional de Fotografía o incluso el primer selfie que se hizo con tan sólo 20 años.
Motos, tatuajes y agujas
De ahí, a su gran pasión. "Yo lo que quería era hacer fotos de motos pero año y medio después ni motos ni nada. Sólo la vida. Y yo ya no miraba, aprendía", confiesa. Y es que fueron las motos las que le llevaron hasta aquí. Fue un amigo de su hermano, que fotografiaba carreras, el que le inspiró y provocó que un joven Alberto le pidiese una cámara de fotos a sus padres. "El primer carrete era en color, el segundo ya en blanco y negro". Y se quedó ahí, en los claroscuros de los grises.
También, de esa primera cámara a su paso por la heroína, a la mili, a volver de ella y encontrarse con la movida madrileña y a convertirse en unos de sus máximos exponentes. "Fue en el famoso viaje de la Movida a Vigo cuando Valle Quintana me propuso hacer una exposición y cuando empecé a vivir de la fotografía", recuerda. Comenzó a hacer portadas de discos, retratos, "hasta fotos de moda". "Era una época en la que lo que queríamos era pasárnoslo bien. Mi juicio lo regía una moral capaz de sostener mis defectos y mis virtudes. Me protegía el paraguas de mi egoísmo", llega a pensar en alto.
Narra también cómo consiguió comprarse su primera Harley. "Me eché a la carretera y se convirtió en todo para mí". Pasó mucho tiempo con otros moteros, de pueblo en pueblo y de bar en bar. Allí conoció a los centuriones y se quiso unir a ellos. "Estuve un año y medio a prueba, me veían como un fotógrafo famoso pijo. Me habría gustado hacer más fotos de aquella época pero dependía mucho de mi estado etílico", recuerda.
Sus ‘tristes vídeos’
También, en este documental y a través de una voz en off y una entrevista, vuelve a París. Al lugar donde fue para desintoxicarse y a recibir un tratamiento químico para conseguirlo. "No me podía quedar en Madrid, necesitaba otro lugar y allí no se despertaban ni mis ecos ni mis rencores ni mis defectos". Estuvo aguantando, sin drogarse, sin meterse algo para empezar a currar como llevaba haciendo años, esperando el interferón y dejando de lado las caras. Aparecen entonces en su obra edificios, cielos... cómo él lo define, su trabajo más introspectivo. Una mirada que no había utilizado hasta entonces. "Sabía que iba a entrar en un viaje al infierno", asegura. Y así fue. Su obra de un año más tarde, cuando ya estaba bajo los efectos del interferón muestra esa ansiedad. "Me sentía muy depresivo, se me caía el pelo, tenía dolores musculares, fiebres. No me reconocía. Gané miedo para dos vidas", recuerda.
Mientras habla sus fotografías van pasando, una detrás de otra, mostrando como cada momento afecta a su trabajo. Como Alberto García-Alix aprieta el disparador mientras se mira más a sí mismo que a lo que tiene enfrente. El documental dedica sus últimos minutos a sus últimas obra. No hay rostros, no hay autorretratos, al contrario de como empezó la cinta. Son edificios a los que nombra. Son Fernando, Teresa, Rosa, Jacinto, Blanca. "Un inmenso cementerio que persigo con mis ojos".
Y entonces es cuando confiesa que consiguió librarse del sida, que el hígado le ha dado más sustos de los esperados, que tiene un tumor en las cuerdas vocales y que "el miedo es un viaje que sólo le pertenece a uno".
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