Lo llenaba todo. Como una bocanada de aire nuevo, fresco, limpio, que agradecen los pulmones y que los expanden al completo. Entraba en cualquier lugar y al poco tiempo solo existía él. Su forma de hablar o de callar. De tocar o de reír. Como dijo Jorge Guillén, "cuando estás con Federico, no hace ni frío ni calor. Hace Federico". Era un clima en sí mismo, una temperatura diferente y generó, dicen, decenas de atenciones. Una vez que estabas con Lorca no querías separarte.
Esa adicción se ha alargado a lo largo de décadas, convirtiendo al poeta y dramaturgo en objeto de culto, en un mito, en un auténtico referente. Mucho se ha hablado de su figura, más bien del personaje que creó para el resto, pero jamás se le ha leído a Federico sobre él mismo. Ahora, Víctor Fernández y Rafael Inglada lo traen de viva voz, en primera persona del singular, gracias a un recopilatorio de entrevistas, Palabra de Lorca (Malpaso), de todas las que concedió en vida y de algunas que se publicaron tras su muerte. En total 133 que llegan desde Buenos Aires o Montevideo, desde Cataluña o León. Desde la pluma de Francisco Ayala, Juan Chabás, Giménez Caballero, Pérez Ferrero, Rivas Cherif, César González Ruano, Josep Palau i Fabre o Indro Montanelli y que conforman una especie de autobiografía del granadino.
Comienzan en la década de los veinte, cuando Lorca empieza a despuntar, y la última nos lleva a unos pocos días antes de ser asesinado. En 1936, Antonio Otero Seco le entrevista sin saber que el poeta se iba a convertir al poco tiempo en una de las primeras víctimas del franquismo. En la mayoría aparece, tal y como asegura Fernández, el Lorca dramaturgo. "Del poeta se habla menos. Le suelen entrevistar por sus obras de teatro, tanto aquí como en Argentina", asegura. Además añade que el caso de Federico es muy peculiar. "Ninguno de los miembros de la Generación del 27 tuvo tanta repercusión en prensa. Él nunca decía que no a nada y hablaba de los temas más dispares. Incluso de boxeo, de lo que no tenía ni idea".
Algunas veces elude algunos asuntos, porque era muy temeroso de su intimidad"
Fernández menciona que se trata de un hombre muy expresivo aunque "algunas veces elude algunos asuntos, porque era muy temeroso de su intimidad". Al principio las entrevistas no le causan apuro pero es tras su viaje a Buenos Aires, con "los golpes del asalto de periodistas, fotógrafos, dibujantes, empresarios y admiradores", cuando se confiesa cansado de ser un personaje, de que le relacionen siempre con la temática españolista. Aunque también aparece el ego, el orgullo de saber que ha conseguido lo que quería. Se muestra en unas cartas a sus padres en las que, tal y como recoge el prólogo de este libro, asegura: "Ya veréis los periódicos. Una cosa como cuando vino el príncipe de Gales (...) Tengo aquí ya más de veinte sobres atestados de recortes y no sé cómo mandar tantos".
En todos ellos se muestra cercano, cariñoso, pero siempre cauto. Quizá le daba miedo contar más de la cuenta, incluso en cuestiones políticas se mantiene muy al margen hasta que la guerra ya estaba llamando a la puerta. También sobre el tema de su sexualidad, algo que no aparece en ninguna entrevista pero que sí se recoge en el libro gracias a una publicación de Rivas Cherif que reconstruye un encuentro con el poeta en Barcelona, en 1935. Al parecer no había acudido a uno de los ensayos y Rivas fue a buscarle por la ciudad. Se lo encontró en un café, desolado. Lorca le dijo que él le había abandonado. Se refería a Rafael Rapún. Además le confesó que "sólo había conocido a hombres" y que pensaba que era algo que sus cercanos sabían.
"Cuando se publicó esta historia muchos de los amigos de Lorca lo vieron como una traición, una forma de quitarle su prestigio", asegura Fernández. En el resto es la poesía, el teatro, la situación de la cultura... lo que llena las páginas. Como le describen como una persona que siempre estaba feliz, un niño grande, algo infantil pero con una tristeza extraña que se desprendía de sus ojos, algo de miedo.
Lorca pertenecía a su familia y ambiente como un árbol pertenece a la tierra en que crece"
Sería cuando vio que se acercaba la guerra cuando más se aprecia la incertidumbre, el temor, en sus palabras. El último capítulo del libro es un encuentro entre Rafael Martínez Nadal y el poeta. Habían quedado para comer en Madrid, Federico vivía en la calle Alcalá, y durante el almuerzo éste le revela a Nadal y a su madre su intención de irse a Granada, sus dudas sobre si debería o no hacerlo. "Lorca pertenecía a su familia y ambiente como un árbol pertenece a la tierra en que crece", asegura en estas páginas Nadal. Es al final cuando menciona las palabras de Lorca: "Está decidido. Me voy a Granada y sea lo que Dios quiera".
No volvió. Moriría en Alfacar un 19 de agosto del 1936. Lo haría como el mejor poeta de su generación. Manteniendo la alegría como la mejor palabra para describirle, el talento en cada uno de sus textos, de sus poemas; un misterio alrededor de su nombre. Se iría arrastrando con él esa temperatura especial, dejando al mundo incómodamente destemplado.
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