Lo confieso, soy una friki de Star Wars. Pertenezco a esa generación que vio la primera trilogía en el cine, a esa generación que se dejó seducir por la eterna lucha entre el bien y el mal, a la misma que alucinó con una historia de ciencia ficción que ni siquiera inventaba nuevas formas de narración. George Lucas demostró en la primera trilogía el entusiasmo que profesaba a los clásicos. Nunca ocultó que su historia surgía como heredera directa de El héroe de las mil caras de Joseph W. Campbell o de La fortaleza escondida de Akira Kurosawa. Innegable resultaba la herencia de El Triunfo de la Voluntad (1935), de Leni Riefenstahl. Una película hecha por nazis, para nazis y sobre los nazis (no en vano llamó stormtroopers a los soldados, el mismo nombre que la infantería de asalto del Führer), cuyos tiros de cámara Lucas plagió sin pudor. La entrada de Adolf Hitler en el congreso de Núremberg es absolutamente la misma que la aparición de Luke, Han Solo y Chewbacca en el Salón del Trono para recibir sus medallas de manos de la princesa Leia.
George Lucas, en Star Wars, apostaba por un universo nuevo, un espectáculo que no se podía comparar con nada de lo visto anteriormente. Alejada del minimalismo y los silencios de Kubrick en 2001, una odisea del espacio, los efectos especiales de la saga se antojaban bestiales.
Superada la primera trilogía, 40 años después su estreno, estoy harta, saciada, atiborrada de Star Wars
Superada la primera trilogía, 40 años después su estreno, estoy harta, saciada, ahíta, atiborrada de Star Wars. La verdad es dolorosa, pero no deja de ser cierta. Lucas siempre tuvo en mente rodar tres trilogías de la saga. Más le hubiera valido agarrarse al romanticismo de una historia que en 1983 acabó con el triunfo de la libertad y la democracia, antes de lanzarse a explicar por qué el malvado Darth Vader se dejó llevar por el lado oscuro de la fuerza.
En el verano de 1999 el tiempo se detuvo para los amantes de la saga galáctica. Habían pasado 16 años desde el estreno de El retorno del Jedi, Georges Lucas había puesto el listón muy alto con el estreno de La amenaza fantasma. La expectativa terminó siendo un bluf en toda regla. El brutal éxito de taquilla (tuvo unos beneficios de más de 400,000,000 dólares) no logró enmascarar unos pobres resultados artísticos.
Para empezar, Lucas metió la pata con el casting. Se dejó llevar por la cara de angelito de Jake Lloyd. El pequeño Anakin, el que en el futuro será el terrible Darth Vader, era absolutamente insoportable. Ya lo dijo Hitchcock: “Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”. Por si fuera poco, el Anakin descrito en las películas originales no se parecía en nada al interpretado por Hayden Christensen. Aunque la segunda trilogía fue una gran decepción, la pasión por la saga es tan irracional que los fans volvíamos a confiar y a tener esperanza en cada nueva entrega.
Lucas no sólo erró en el casting, sino que produjo tres largometrajes que carecían de guión, tres historias escritas para justificar la trama de una saga que no necesitaba argumentación alguna.
La idea de añadir nuevas escenas a la primera trilogía fue un disparate cuyo resultado enerva a los clásicos
Los efectos especiales de la segunda trilogía no fueron nada de otro mundo, mientras que los de la trilogía original, a pesar de ser primitivos, habían envejecido con dignidad. La idea de añadir nuevas escenas a la primera trilogía fue un disparate cuyo resultado enerva a los clásicos. El problema del CGI, cuando es malo, es que se ve como un esfuerzo mediocre. Eso se nota más cuando los efectos especiales se montan sobre una cinta de los 70 y 80. Hoy no hay manera de ver la trilogía original tal y como se estrenó.
El aterrizaje de Disney
Así estaban las cosas cuando a George Lucas se le ocurrió vender la saga Star Wars a Disney por 4.000 millones de dólares (unos 3000 millones de euros). La factoría sabía que recuperaría la inversión y que ganaría más dinero del invertido. No en vano son los reyes del márketing.
En cuanto se anunció la compra, Disney confesó sus planes de producir la tercera trilogía y algunos spin off (de momento sólo hemos visto Rouge One, un magnífico homenaje a las películas de guerra clásicas), lo que implica nuevas remesas de merchandising y la construcción de dos parques temáticos, entre otras cosas. Disney va a exprimir hasta el último céntimo pagado. Star Wars es su gallina de los huevos de oro.
Los reyes del márketing le han inoculado el veneno de Star Wars a las nuevas generaciones con dibujos animados como Clone Wars, han invadido los centros comerciales con el merchandising y cuentan con una sustanciosa vía de negocio con Lego. La factoría del ratón tiene cautivas a varias generaciones, pero está claro que ya no es lo mismo. No tienen nada que ver los productos de Star Wars antes de Disney que los de la era Disney. Incluso los niños lo reconocen.
Para dirigir El despertar de la fuerza, el primer largometraje de la tercera trilogía, Disney contrató a J.J. Abrams. El neoyorquino, admirador confeso de la saga, era absolutamente consciente de que los auténticos fans echaban de menos a los clásicos Luke, Leia y Han Solo, de manera que los recuperó y, no contento con eso, copió el esquema del guión del Episodio IV, el que con el paso del tiempo fue rebautizado como Una nueva esperanza.
Kylo Ren, el nuevo malo, es una princesita Disney comparado con su antecesor Darth Vader
Al tiempo que Disney sí supo hacer caja con la película (ha recaudado 2,066 mil millones de dólares en todo el mundo), Abrams no pudo seducir a los fans. En El despertar de la fuerza, de Luke sólo se habla; la rebelde princesa Leia, la princesa que nunca necesitó ser rescatada, por arte de magia se transformó en la general Organa y qué decir de Han Solo… Para rematar la decepción, Kylo Ren, el nuevo malo (de momento y hasta que no se demuestre lo contrario) es una princesita Disney comparado con su antecesor Darth Vader. ¿De quién fue la idea de quitarle el casco? Lejos de provocar miedo, la escena resultó ridícula y no digamos el personaje.
A pesar de tanta decepción, como todos los frikis, cuento los días, sueño con el momento de sentarme en la butaca del cine, escuchar los acordes de la banda sonora de John Williams y dejar que la fuerza me acompañe.
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