Para cualquier observador nacional o internacional es obvio que, con el problema catalán en medio, España está pasando por un momento de crisis existencial. Por un lado, proclama su orgullo, colgando banderas en los balcones, y por otro se pregunta qué se ha hecho mal como para que las cosas llegasen hasta aquí.
A España le falta lo que los profesionales de la comunicación llaman un “relato” –una narrativa comúnmente aceptada sobre quiénes son los españoles y de dónde vienen. Parecía que con la Transición se había llegado a ello, pero los desencuentros sobre Cataluña, la Memoria Histórica y otros temas demuestran que no fue así. Un himno nacional sin letra es otra prueba de lo mismo.
Casi todas las naciones tienen su relato. La receta tradicional incluye historia científica (e inventada), mitos y leyendas cocinados a fuego lento con un chorro de romanticismo y una pizca de chovinismo. Esos relatos no se tienen que creer a pies juntillas (de hecho, es preferible que no lo sean) y pueden tomarse incluso con cierta ironía, pero aun así suelen provocar sentimientos de pertenencia y nostalgia.
Al ver traducida del inglés al castellano mi biografía de Isabel I de Castilla –Isabel la Católica: La primera Gran Reina de Europa –y luego constatar la reacción que ha provocado entre algunos amigos españoles (o entre aquellos que no sabían que escribía sobre ella) me he dado cuenta de que, lejos de unir, la historia sigue dividiendo a los que se unen con tanta pasión y facilidad cuando, por dar un ejemplo, juega su equipo de fútbol. Aun sabiendo bastante poco sobre su figura, y antes de abrir el libro, unos la proclaman santa mientras otros la ven como un personaje maquiavélico y diabólico.
El franquismo se aprovechó y abusó de su figura para convertirla en símbolo del tipo de régimen nacional-católico que ellos mismos querían imponer
Se suele achacar a la Leyenda Negra –ese invento de italianos y protestantes en los siglos XVI y XVII sobre una España cruel y sanguinaria donde imperaba aún el espíritu de la Inquisición– el odio visceral que algunos españoles sienten hacia Isabel la Católica. En el extranjero esa leyenda negra ha sido utilizada por algunos comentaristas para explicar todo cuanto haya pasado en España desde los tiempos de Isabel –desde la decadencia del imperio español hasta la dictadura de general Franco y las cargas policiales del 1-0. Son muchos los españoles, asimismo, que han creído –y siguen creyéndolos– estos argumentos.
Viendo las reacciones negativas hacía la figura de Isabel me he dado cuenta de que existe otro factor muy importante: una leyenda negra interna, de factura española, provocada por la apropiación que hizo el franquismo de su figura.
No cabe duda de que el franquismo se aprovechó y abusó de su figura para convertirla en símbolo del tipo de régimen nacional-católico que ellos mismos querían imponer. Allí están sus flechas en los símbolos de la Falange y en el escudo de la España franquista. En el monasterio donde nació en Madrigal de Las Altas Torres una placa de los años 50 le proclama “la inspiración de nuestra política africana”.
El resultado de aquello es que muchos españoles no soportan su figura –y con lo cual no dejan de caer en el error de creer la versión franquista construida sobre ella. Algo que no deja de ser una lástima ya que, muy al contrario, lo que ha de hacerse es acercarse a ella sin perjuicios, y no permitir que el franquismo –ni ninguna otra interpretación interesada- actúe de filtro.
Tampoco podemos juzgar a Isabel o cualquier otro personaje del siglo XV con los valores de hoy día
El subtítulo de mi biografía -La Primera Gran Reina de Europa- se eligió con el propósito de resaltar dos hechos excepcionales que deben ser de interés para todos. Por un lado, que fue mujer, y el hecho de que una mujer pudiera imponer su voluntad y ejercer tanto poder en un mundo de hombres como era el siglo XV no deja de ser algo excepcional y muy notable. Y esa misma excepcionalidad se magnifica todavía más si ampliamos el objetivo y la miramos en su contexto europeo, ya que antes de ella no hubo ninguna mujer en la historia común de los europeos que hubiera tenido tantísimo poder. Investigar e intentar explicar el porqué de esta situación única ha sido una tarea tan grata como difícil.
Y si miramos a Isabel en su contexto europeo, también nos damos cuenta de que algunas de las cosas que hizo y que hoy día nos parecen tan bárbaras y crueles eran, en aquel entonces, de absoluta normalidad. La expulsión de los judíos, la conversión forzosa de los musulmanes y la violencia empleada por la Inquisición no son para nada extraños cuando los comparamos con el comportamiento de otros países y monarquías europeas de la época.
Nada de lo dicho aquí la convierte en santa. La Inquisición y la persecución de los nuevos cristianos -hijos y nietos de judíos conversos- supusieron un cambio drástico en las tradiciones de Castilla y de la Corona de Aragón. La conversión forzosa de los musulmanes significó incumplir de manera engañosa de la palabra dada.
Pero tampoco podemos juzgar a Isabel o cualquier otro personaje del siglo XV con los valores de hoy día. Eso es algo que se entiende perfectamente en muchos sitios, sobre todo cuando se trata de un relato nacional. Los valores, por ejemplo, de los vikingos -matones, saqueadores y violadores- no son exactamente los de un país moderno y tolerante como Suecia, por ejemplo, pero eso no implica que los vikingos hayan pasado a formar parte de un relato nacional reconocido por todos.
Dejémonos de leyendas negras -tanto las que vienen de fuera como las generadas aquí en España- para poder, así, recuperar la historia.
Giles Tremlett es investigador asociado del London School of Economics and Political Science (LSE) y Contributing Editor de The Guardian. Tremlett ha publicado Isabel la Católica: La primera Gran Reina de Europa (Editorial Debate)
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