El murmullo de la denominada cuestión catalana llegó hasta las tribunas del Congreso en la primavera de 1932. El revuelo y las discusiones que se generaban en el pasillo del hemiciclo en torno al Estatuto de Nuria (Estatuto catalán), aprobado el 9 de septiembre del mismo año, abrieron las principales portadas de revistas y periódicos de la época.
El orden del día de la Cámara giraba en torno a dos temas principales: La Reforma Agraria y el “problema catalán”. Así lo definió el filósofo José Ortega y Gasset el 13 de mayo de 1932 desde el escaño que ocupaba en el Congreso como diputado por León de la Agrupación al Servicio de la República (ASR).
“Reconozcamos que hay de sobra catalanes que, en efecto, quieren vivir aparte de España. Ellos son los que nos presentan el problema; ellos constituyen el llamado problema catalán, del cual yo he dicho que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar. Y ello es bien evidente; porque frente a ese sentimiento de una Cataluña que no se siente española, existe el otro sentimiento de todos los demás españoles que sienten a Cataluña como un ingrediente y trozo esencial de España, de esa gran unidad histórica, de esa radical comunidad de destino, de esfuerzos, de penas, de ilusiones, de intereses, de esplendor y de miseria, a la cual tienen puesta todos esos españoles inexorablemente su emoción y su voluntad”, dijo ante los miembros de la Cámara.
Foto 1: Tractorada pro referéndum (EP) | Foto 2: Proclamación de la República en Cataluña en 1931 (D-BA)
Una crítica a la que respondería Manuel Azaña catorce días después. Durante su turno de palabra, el entonces presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República Española, defendió la aprobación del Estatuto y la necesidad de tomar dicho asunto como una cuestión de Estado. “Nos encontramos ante un problema que se define de esta manera:conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República. Este es el problema y no otro alguno”.
Ambas posturas intentaban responder la gran pregunta de la época (válida también para la situación política actual): "¿Qué pasa en Cataluña?". Una cuestión con la que Manuel Chaves Nogales tituló aquella serie de amplios reportajes que publicó en el diario Ahora durante 1936 y que la Editorial Almuzara recopiló en 2013 con el mismo enunciado.
Espejismos sobre la “raza catalana”
Resulta curioso que tras más de 80 años algunas cuestiones y fórmulas discursivas se mantengan igual que entonces. Incluso el modelo urbanita y el rural parecen conservar aquel distanciamiento que propiciaban ciertos defensores de la “raza catalana” (argumento que defendió a ultranza el movimiento literario de La Renaixença) cuyos orígenes y validez se llega a cuestionar el propio periodista.
Más de 80 años después, algunas fórmulas discursivas se mantienen, como recoge Qué pasa en Cataluña de Chaves Nogales
Las conversaciones que Chaves Nogales mantiene con representantes políticos y sindicales del momento (Lluís Companys, Amadeu Hurtado, Luís Durán y Ventosa o Ángel Pestaña) constituyen un espejo nítido y traslúcido que refleja el rostro y las imperfecciones del desafío soberanista catalán.
Cabe destacar el análisis que Chaves Nogales realiza sobre el separatismo y las gentes que lo conforman. Según su propia definición, no se trata de un movimiento, sino de “una rara substancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”.
Plaça Sant Jaume. Foto 1: Proclamación de la República de 1931 | Foto 2: Manifestación de SCC el día previo al 1-O de 2017
Y es en el vocablo conservadurismo donde se podría ubicar el inicio de la fractura social, entre otras cosas porque define el carácter y la estructura de poder que la burguesía catalana ha intentado proteger desde finales del XIX.
Conservadurismo vestido de progresismo
En estas anotaciones, el triunfo y la figura de Lluís Companys no representan un cambio o una nueva era política, sino una continuidad de los esquemas políticos tradicionales contra los que supuestamente decían rebelarse. “Los gobernantes de la Esquerra vuelven a encargarse del poder con un claro designio conservador. Quizá les asuste la palabra, pero la considero inexcusable. Companys viene de presidio a conservar el régimen autonómico pactado con el poder central. Nada más. Viene a restaurar la normalidad, a mantener el orden, a favorecer con una política prudente el desenvolvimiento normal de las energías catalanas en un ambiente de paz”, escribió el mismo periodista el 27 de febrero de 1936 desde Barcelona. Líneas que bien podrían aplicarse tanto al aparato como a los miembros que conforman la maquinaria del procés.
Cataluña tiene esta virtud de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, al no poder hacer perfectos estadistas". (1936)
A través de las manifestaciones, banderas y mitos, Chaves Nogales intenta describir irónicamente cómo en ciertos colectivos el relato ficticio se impone a la realidad de los hechos. Es aquí cuando el escrupuloso periodista otorga voz y forma a todo cuanto sucede en Barcelona. Sus crónicas periodísticas en tiempo real se convierten así en auténticos microscopios de precisión. Con ellos el lector puede examinar al detalle cada una de las partículas que conforman la cuestión catalana, donde los símbolos priman frente a las personas y los acontecimientos “Dentro de poco Companys será, como lo fue Maciá, un puro símbolo. Reconozcamos que Cataluña tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas. Lo uno vale por lo otro”.
¿Qué está pasando en Cataluña? Mendoza recoge el testigo
También Eduardo Mendoza reflexiona sobre las consecuencias que trajo consigo la negación del pasado histórico y la invención del mismo durante la construcción del relato colectivo en Cataluña. En su último libro, Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral, 2017), el escritor expone con inquietud esa continua invocación que ciertos grupos políticos hacen del régimen franquista. El origen de todos sus males aunque también la justificación del ideario independentista. “No hay que olvidar que una buena parte de los intelectuales jóvenes catalanes se apuntaron al movimiento falangista, se pasaron al bando franquista y colaboraron en la propaganda, y, en buena parte, en la construcción intelectual del futuro régimen desde Burgos y Salamanca”, matiza el escritor en estas páginas.
El peso de la culpa, los prejuicios basados en el provincianismo y la influencia de la Iglesia en el progreso de la propia sociedad son algunos de los factores que han propiciado que el independentismo tenga cabida tanto en las clases obreras y populares como en las altas esferas de la burguesía catalana. “Cuando la burguesía decidió reconstruir la patria catalana tuvo que recurrir a la fantasía de los arquitectos modernistas para levantar un conjunto monumental digno de un pasado medio extinto, medio imaginario. Así surgieron los edificios extravagantes cargados de dragones, yelmos, escudos y visiones wagnerianas”, remarca Mendoza en su análisis sociológico.
La culpa, el provincialismo, la Iglesia… son factores que han dado cabida al independentismo entre obreros y burguesía
La búsqueda de un pasado ideal es la respuesta que la historia oral de Cataluña ha dado ante la dureza de aceptar su pasado auténtico y las causas que propiciaron el progreso de la sociedad. El proceso de industrialización que se llevó a cabo con el Decreto de Nueva Planta de Cataluña, promulgado por Felipe V en 1716, llegó a transformar “a España en un Estado centralizado a la manera de Francia, y en consecuencia, se abría a los catalanes la posibilidad de acceder a las colonias de América y del Sudeste asiático. No resultaba grato que la derrota de Cataluña en la Guerra de Sucesión fuera precisamente el origen de su fortuna y su resurgimiento”, recuerda Mendoza en este pequeño ensayo.
Entre la Cataluña de Chaves Nogales y la de Mendoza han pasado más de 80 años. A pesar de que los protagonistas y el contexto político sean distintos, ciertas ideas y valores parecen ser inamovibles en algunos sectores de la sociedad catalana que repite los mismos patrones que en su día rechazó. Consecuencias de transformar una novela de ficción en el relato histórico oficial y de adaptar el pasado según las necesidades del momento.
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