Me pregunto para qué pintar si ya está Picasso”. Incombustible agitador cultural, Le Corbusier fue uno de los grandes renovadores de la arquitectura moderna y, a pesar de su respeto hacia el artista malagueño, también fue un prolífico pintor.
La galería Guillermo de Osma inaugura el próximo 1 de febrero Le Corbusier. Arte y Diseño, una exposición que propone un recorrido por su producción pictórica y pretende no sólo analizar sus principales características, sino también destacar su importancia, ya que tanto el dibujo como la pintura fueron elementos cruciales en su carrera profesional. Con este objetivo, la muestra presenta más de 20 obras entre pinturas, dibujos y collages, que recorren los últimos 30 años de la vida del artista.
Nacido como Charles-Edouard Jeanneret-Gris se rebautizó Le Corbusier, como homenaje sarcástico al apellido de su abuelo materno: Lecorbésie. El joven Le Corbusier se formó como grabador. Pronto destacó entre sus compañeros de escuela y, siguiendo los consejos de sus profesores, continuó su formación con estudios de pintura y más tarde de arquitectura (nunca tuvo un título oficial de arquitecto). Indómito, de espíritu libre, en sus colaboraciones con Amédée Ozenfant en la revista L’Esprit Noveau ya lanzaba proclamas contra la Escuela de Bellas Artes y fustigaba los dictados de una tradición anquilosada y obsoleta.
Le Corbusier compaginó, con el mismo interés, su actividad como arquitecto con la de artista
Le Corbusier compaginó, con el mismo interés y dedicación, su actividad como arquitecto con la de artista, así como la de diseñador de muebles, algunos de los cuales estarán presentes en la exposición. Le Corbusier, que fue amigo de Fernand Léger, presidió junto con Matisse una asociación para la síntesis de las artes. Su faceta plástica nunca constituyó un simple divertimento. Fue mucho más allá.
Le Corbusier pintaba por las mañanas y diseñaba arquitectura por las tardes. Sus obras eran para sí mismo, no las mostraba ni las hacía para exposiciones. Él devoraba las cosas y las transformaba en su mente. La pintura del momento no le interesaba, no quería saber la opinión que otros pintores tendrían de su trabajo. No vivía más que para ver y “para eso hay que estar separado de lo que se mira”.
Con una formación artesanal construyó su primera casa a los 17 años. Fue un privilegiado y aprendió con los mejores arquitectos de laépoca: Joseff Hoffmann, Auguste Perret y Peter Behrens.
El estallido de la II Guerra Mundial y sus nefastas consecuencias devastaron su alma. Abandonó la fe absoluta en las máquinas y en la tecnología para prestar atención a lo local, a lo histórico y a lo espiritual. Esta transformación le llevó a viajar Argel, Niza. Allí se alimentó de la cultura mediterránea que le llevó a bucear en el lenguaje de la luz y la sombra, toda una indagación poética y espiritual.
Su legado
El 27 de agosto de 1965 murió ahogado en la Costa Azul. Su legado tiene que ver con su capacidad para preguntarse cómo debería habitar el hombre moderno. Una pregunta a la que fue dando diferentes respuestas según su evolución personal.
La utopía de Le Corbusier fue crear una nueva realidad urbana, una ciudad que fuera una síntesis entre naturaleza y desarrollo tecnológico. Para ello, arquitectura y urbanismo debían ser un único ente. Le Corbusier concebía el urbanismo como la interacción del espacio de la civilización en el espacio de la naturaleza. Su ciudad ideal estaba construida en vertical. Abogó por rascacielos como unidades de arquitectura urbana integrada que debían cumplir una función establecida y ocupar un lugar determinado de antemano. Si pudieran ajustarse con exactitud todos los servicios de la comunidad, se cumpliría a la vez el sueño de la ciudad-jardín, ya que a los pies de cada rascacielos quedaría el suficiente espacio para una amplia zona verde, esta es la esencia de la Unidad de habitación.
Concebía el urbanismo como la interacción del espacio de la civilización en el espacio de la naturaleza
En su búsqueda de la proporción perfecta surgió lo que él bautizó como modulor, una medida antropométrica del cuerpo humano en la que cada magnitud se relaciona con la anterior con la intención de que sirviera como medida o escala para la arquitectura del futuro.
Le Corbusier realizó planes urbanísticos para muchas ciudades como París (1925), Argel (1931), Barcelona (1932), Estocolmo (1933), o Saint Dié (1945). Defendió la sectorialización de la ciudad y la dividió en áreas especializadas (comerciales, administrativas, lúdicas). Un ideal de ciudad que ha influido tanto en arquitectos posteriores que han intentado llevar sus tesis a las periferias de las grandes ciudades. Por ahora, nadie ha sido capaz de convertir en realidad la fantástica utopía de Le Corbusier.
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