Es un mastodonte en mitad de la nada, 100 kilómetros al norte de Guangzhou, el gigante enclave costero chino entre Macao y Hong Kong. Una mezcla entre Hogwarts, Disneyland y Valdebebas. 1.2 millones de kilómetros cuadrados repletos de edificios residenciales con aroma de cuento y más de 50 campos de fútbol de toda clase, perfectamente mantenidos. Es la mayor escuela de tecnificación del mundo y forma a tiempo completo a unos 2.700 jóvenes, bajo el paraguas del gigante chino Evergrande y con el sello del Real Madrid.
Entre los aspirantes a estrella se escucha constantemente el español. 22 entrenadores de la Fundación del equipo blanco, en colaboración con la empresa Soxna, son los responsables de la formación deportiva de este ejército al servicio del fútbol chino. Un programa del que, pese a estar en manos privadas, dependen los planes del Partido Comunista, que aspira a que su selección se ponga al nivel de las grandes potencias mundiales a mediados de siglo, preferiblemente coincidiendo con la hipotética organización de un Mundial.
"Supongo que dentro de siete u ocho años, la mitad de la selección de China saldrá de aquí", decía hace un año el director de la escuela, Liu Jiangnan. Y los responsables del centro, tanto en China como en España, insisten en subrayar la palabra "escuela", porque el componente formativo es el más relevante. Los niños se levantan sobre las 6.30 de la mañana, desayunan en la cantina, forman en los jardines y se dirigen ordenadamente a clase. Entrenan por la tarde, unas dos horas. Descansan los miércoles y compiten los sábados. Cerca del 25% de los matriculados reciben algún tipo de beca, pero la mayoría proceden de familias de clase media o alta: cada curso sale a más de 4.000 euros.
Es importante entender este factor para comprender por qué China nunca se ha desarrollado como potencia futbolística. En una sociedad obsesionada con la educación por la exigencia que suponen los exámenes competitivos, las familias no ven con buenos ojos que sus hijos pierdan el tiempo en deportes. Triunfan disciplinas rutinarias, de estructuras férreas y disciplinadas. Deportes individuales o de grupos homogéneos, con la gimnasia como ejemplo. No tanto deportes de equipo como el baloncesto o el fútbol, en los que resultan decisivos el talento individual o la genialidad esporádica.
Decepción deportiva
China sólo ha participado en un Mundial en toda su historia. Corea y Japón 2002. No pasó de la fase de grupos: perdió 0-2 contra Costa Rica, 0-4 contra Brasil y 0-3 contra Turquía. Tampoco está clasificada para la Copa del Mundo de Rusia: fue 5ª en su grupo de clasificación, superada por Irán, Corea del Sur, Siria y Uzbekistán.
Una debilidad a la que el gobierno chino está decidido a poner freno, con medidas concretas y un plan de actuación ambicioso, pero enfocado en el medio plazo. En el año 2015, el régimen de Xi Jinping elaboró y publicó el Programa para la Reforma y el Desarrollo del fútbol chino, un memorándum de 74 párrafos que dibuja las líneas maestras del futuro de este deporte en el gigante asiático.
"Desde que Xi Jinping se convirtió en secretario general del Partido Comunista Chino, ha puesto el desarrollo del fútbol en la agenda para desarrollar el país como una gran nación deportiva", arranca el texto, que desde el inicio deja claro la importancia estratégica, social y política de generar una industria futbolística fuerte. "El proyecto de reforma y desarrollo es una oportunidad sin precedentes. El fútbol tiene un gran impacto social y las grandes masas lo adoran", apuntilla el redactado.
El proyecto del gobierno chino reconoce que "las anteriores reformas fueron efectivas hasta cierto puento, pero la insuficiente apreciación del deporte, la ignorancia sobre las reglas y el ansia de éxito a corto plazo ha llevado a obtener resultados negativos".
Por eso el comunismo chino quiere ahora un plan distinto, que cimiente el éxito desde abajo con una red de escuelas, como la gigantesca de Guangzhou, repartidas por todo el país: "Actualmente hay unas 5,000 escuelas de primaria y secundaria especializadas en fútbol. En 2020 esta cifra alcanzará las 20.000, y en 2025 las 50.000". A partir de ahí, la obsesiva búsqueda del "nuevo Ronaldo" dará sus frutos tarde o temprano en un país habitado por 1.400 millones de personas.
Pero quieren formarlo, no comprarlo: pese a la deriva de derroche en la que se ha zambullido la liga china en las últimas temporadas, atrayendo a estrellas de capa caída con millonadas estratosféricas, el gobierno chino quiere poner freno a esa estrategia. Ya ha dado un tirón de orejas a los clubes. Primero verbal, y después legislativo. En el mes de mayo, el Ejecutivo aprobó un impuesto del 100% para el fichaje de futbolistas extranjeros, con el objetivo de luchar contra la "inflación de precios" y batallar contra la búsqueda obsesiva de "objetivos a corto plazo".
Conquista económica
La compra de Mediapro es sólo el último paso de un plan que lleva años en marcha: la colonización del fútbol europeo. Los grandes empresarios chinos, que no dan puntada sin el hilo del férreo Ejecutivo del Partido Comunista, se han movido hábilmente y han puesto caracteres hanzi a los nombres de algunos gigantes del balompié continental.
La hoja de ruta la ha marcado Pekín, con base en el ya comentado plan, que termina con China ganando un Mundial. Fantasías aparte, por mucho que en el fútbol pueda pasar cualquier cosa, sí que es cierto que por recursos no va a ser. El presupuesto para hacer realidad el sueño de levantar el cetro diseñado hace ya décadas por Silvio Gazzaniga es elevadísimo: 800.000 millones de euros que serán invertidos a lo largo de una década.
El apoyo para que sus magnates se hagan con equipos de fútbol es total, en un desembarco cada vez más habitual. Los dos grandes clubes de Milán, históricos en Italia y Europa, lo saben bien. Silvio Berlusconi se embolsó 740 millones de euros por hacerse a un lado y poner el AC Milán a nombre de Li Yonghong. Además, la cadena de electrodomésticos Suning se hizo con el 70% del Inter por 270 millones.
Ambos casos son bien representativos de la táctica china para impulsar su fútbol. Li Yonghong, propietario de los rossoneri, tiene el respaldo del Fondo Estatal para el Desarrollo y las Inversiones del Gobierno, y gran parte de los socios en los que se han apoyado son actores públicos.
La Liga Santander habla chino
No sólo Italia está viviendo este fenómeno. En mayo de 2016 el Granada pasaba a manos chinas tras la inversión de Desport, que decidió dedicar 37 millones de euros para poner a su nombre el 100% del equipo nazarí, que dejaba de ser el coto privado del imputado, y detenido, Quique Pina.
El Espanyol, como bien ha recordado el atento Gerard Piqué, también forma parte de la colonización china en el fútbol español. El nuevo presidente Chen Yansheng, con su Rastar Group detrás, comenzó pagando 40 millones de euros, 15 de ellos de deuda pura y dura, para hacerse con la mitad del equipo. Le debió gustar Cornellá, porque no tardó en quedarse como propietario único asumiendo, y no es poco asumir, el agujero de 100 millones de euros que tenía la entidad.
En ambos casos, la entrada del capital chino ha dado estabilidad a equipos que andaban con las arcas muy poco nutridas. La situación del Atlético, más allá de las condiciones de sus cuentas, es diferente, pues es el equipo de mayor categoría que, hasta hace unos días, contaba con yuanes en sus arcas.
Dalian Wanda, uno de los hombres más ricos de China, se hizo con el 20% del Atlético por alrededor de 45 millones de euros, una participación de la que se deshizo el pasado miércoles, cuando le colocó al grupo israelí Quantum Pacific Group dicha participación. El holding de Idan Ofer eleva así su participación al entorno del 35%, ya que se hizo con un 15% en noviembre de 2017 previo pago de 50 millones de euros.
La dirección de la Liga, además, cedió hace tiempo a las exigencias de los grandes grupos audiovisuales chinos y derribó el tradicional modelo de horarios para las jornadas de la competición doméstica. Encuentros a las 13 horas de un sábado o a las 16.15 de un domingo no tienen otro objetivo que el de satisfacer a los millones de potenciales -que no reales- espectadores que se sientan frente al televisor cuando sus relojes marcan siete horas más.
Si este fin de semana se asoman al balcón, sobre todo los que vivan en Madrid, y se encuentran con un desfile de ciudadanos chinos, no se asusten. No van a comprar el Fuenlabrada o el Alcalá. Sólo están celebrando el Año Nuevo Chino, el del Perro de Tierra, con desfiles y actuaciones que recorrerán la capital y en las que se espera que participen hasta 350.000 personas. ¿Fin de fiesta en el Wanda Metropolitano?
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