Heredó la vocación musical de sus padres. En un país sin tradición, sin orquestas y sin auditorios, Jesús López Cobos siempre fue consciente de que su afición a la música se la debía a sus padres. “La familia de mi padre era tremendamente aficionada a la música clásica, solamente ponían en la radio música clásica. A mi madre le gustaba más la zarzuela”.
Nació en Toro y allí regresará para ser enterrado, porque a pesar de su currículo, a pesar de que el maestro era todo un apátrida con cinco idiomas en sus cuerdas vocales, él siempre se sintió muy unido a su tierra, muy castellano, pero con una íntima mezcla de Andalucía. Jesús López Cobos ha muerto en Berlín, ciudad en la que vivió más de tres décadas y en la que se sintió siempre en casa.
Se auto definía como un hombre de corazón latino y cerebro alemán. Una extraña mezcla producto del consejo del gran Franco Ferrara:”A los latinos os va muchísimo mejor una academia alemana”. López Cobos le hizo caso y se fue a estudiar dirección de orquesta a Viena. Aquella disciplina, el modo de aprender y el sistema marcaron su estilo.
López Cobos se auto definía como un hombre de corazón latino y cerebro alemán
Antes de aterrizar en Viena, estuvo en el seminario de los 10 a los 17 años, pero el verdadero apostolado de su vida fue la música. “Transmite belleza y es capaz de sacar lo bueno que hay en el espíritu del hombre para que se compense con la parte material. Yo creo que eso es de lo que se trata en cualquier tipo de religión”.
En el seminario aprendió a cantar, a cantar gregoriano que es otro mundo. Cuando llegó a la Universidad (estudió Filosofía) era un adicto al canto que necesitaba cantar por encima de todas las cosas, así que decidió apuntarse al coro. “Dada mi experiencia, me animaron a que les dirigiera". De ahí surgió su pasión por la dirección. Nunca se había propuesto ser director de orquesta, iba para profesor de Universidad.
Director musical del Real
Tras dirigir las mejores orquestas del mundo, fue director general de la Ópera de Berlín entre 1981 y 1990, director de la Orquesta Nacional de España entre 1984 y 1988 y de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati entre 1990 y 2000. Desde 2003 y hasta 2010 fue director musical del Teatro Real de Madrid. Amaba su trabajo por encima de todo y sabía que el 50% de su quehacer sobre el podio consistía en explicar a los músicos su visión de cada obra. Ahora bien, sin querer imponer que ésta fuera la única posible.
Cada encuentro, cada presentación en el Teatro Real con López Cobos se convertía en una clase magistral. El maestro disfrutaba muchísimo con la ópera y transmitía esa pasión cuando hablaba o cuando trabajaba con los cantantes. “Creo que un director de ópera, de algún modo, tiene que venir del mundo del canto o por lo menos tener un gran conocimiento, si no es así el cantante se siente muy solo. Esa sensación de la respiración, saber cuando un cantante va a necesitar respirar, es fundamental controlarlo y ellos lo sienten”.
Inauguró su cargo como director musical del coliseo madrileño con La Traviata en la temporada 2003/04 y el azar quiso que se despidiera de forma espléndida con la versión de Simon Boccanegra de Giancarlo del Monaco, protagonizada por Plácido Domingo. Se fue antes de lo esperado. Corrían vientos de tormenta en el Real con la nueva dirección de Gérard Mortier y este castellano apátrida abandonó el buque triste, forzado por las circunstancias y con la cabeza muy alta.
Si algo le debe el Teatro Real a Jesús López Cobos es la calidad de su orquesta
Si algo le debe el Teatro Real a Jesús López Cobos es la calidad de su orquesta. Cuando accedió al puesto se encontró con una orquesta de 80 músicos. Pidió nuevas plazas y la dejó con 105. En su etapa realizó 32 cambios dentro de la orquesta, sin traumas, poco a poco, que es siempre lo más difícil. “Creo que ha entrado gente con una gran calidad y el trabajo estable con la orquesta durante todos estos años ha hecho que haya tomado un rumbo de superación”.
El maestro se fue y dejó a la orquesta huérfana. Mortier, el nuevo intendente, decidió contar con directores invitados, de manera que fulminó el puesto de director musical. López Cobos estaba convencido de que una orquesta necesitaba, por lo menos, un responsable al que los músicos le pudiera decir: “Usted lo está haciendo bien o usted lo está haciendo mal”. Siempre defendió que la vida de una orquesta no sólo es dirigir, que en el día a día siempre surgen situaciones difíciles en las que hay que tomar decisiones. “Una orquesta es un conjunto de 150 personas y alguien tiene que tomar la responsabilidad”.
Una orquesta es un conjunto de 150 personas y alguien tiene que tomar la responsabilidad"
Hablaba desde la experiencia, porque él ya había vivido esa situación cuando aterrizó en Berlín. Allí se encontró que era el tercer vértice de un triángulo de directores titulares. En cuanto pasaron unos años se dieron cuenta de que aquello no tenía ningún sentido y pidieron recuperar el puesto de director titular, así se hizo cargo de la orquesta.
Muy poca gente conocía su pasión por la música, esa que le llevó a fomentar la creación de escuelas. De hecho, en su 70 cumpleaños recaudó 34.000 euros para la Escuela de Toro. Humilde siempre, nunca presumió de sus iniciativas. “Basta con que la conozcan en Toro. Lo importante son esos 200 niños, un 2% de la población que tiene la oportunidad de aprender y conocer el mundo de la música. Si lo hicieran en todas las ciudades o en todos los pueblos de España sería fantástico”.
En Madrid se quedó con las ganas de hacer Falstaff, su obra preferida de Verdi. Se fue muy triste porque no podo terminar todo lo que pretendía.
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