Es la historia de su vida. De la de su madre. De la de ambos. La vivida por uno a través del otro y viceversa. Tiempo de tormentas (Planeta) surge como una autobiografía novelada de Boris Izaguirre, el showman popular que llegó siendo un joven alocado, que pasó a ser presentador de televisión, que se consolidó como irrepetible personaje capaz de conquistar millones de hogares españoles con su acento venezolano, su histrionismo y personalidad singular y que terminó por firmar libros prestigiados con los mayores galardones literarios de este país.
Esa es la parte conocida. En su último trabajo la luz ilumina partes más desconocidas. Entre ellas no oculta las más duras, como la revelación de haber sido víctima de una violación con sólo 13 años; las más reveladoras, como su relación con Belén, su madre, una reconocida bailarina que le regaló el consejo que aún atesora y marcaría su vida: “No te dejes vencer y no agrades por agradar”. Una madre que siempre le respetó y defendió, contra viento y marea, mientras la corriente arreciaba en contra por ser diferente. De su mano aprendió a “ganar terreno y vencer obstáculos”, a superar la dislexia, a aceptar con normalidad su condición sexual. Fue ella la que le maravilló, junto a su padre, en un mundo de artistas, cultura y sensibilidad que le modelarían para siempre.
En Tiempo de tormentas, Izaguirre repasa su salida de la inocencia, el vínculo inquebrantable que llegó a romperse por un tiempo con su madre, su llegada a España, donde descubrió la libertad de ser él mismo y su refugio, la literatura, que le ayudó a enderezar su madurez. Izaguirre concluye su obra sin olvidar que las tormentas que han surgido a lo largo de sus 52 años de vida nunca desaparecerán, superada una, “uno debe hacerse más fuerte para enfrentarse a la próxima”.
Pregunta.- La suya no es una vida común. Hay pasajes en Tiempo de tormentas que son sorprendentes, casi propios de una telenovela… ¿Cómo la definiría?
Respuesta.- En realidad lo que reflejo es la vida de mi madre o la mía a través de nuestra relación. Una vida intensa, con muchas peripecias, en algunas me veo yo inmerso, en otras ella no pudo evitar que nos arrastráramos los dos. Es la vida de dos personas que de pronto se ven unidas y no se pueden despegar la una de la otra. Es como una montaña rusa. De niño me encantaban las montañas rusas y los equilibristas. En mi vida han estado presentes ambas cosas. No he sido todo lo equilibrista que me hubiera gustado, pero sí me he subido a varias montañas rusas, en parques de atracciones y en otro tipo de parques.
P.- ¿Nunca le han dado miedo las montañas rusas?
R.- Las muy altas sí que me dan respeto, pero siempre me ha llamado la atención el momento en el que la gente sube y baja y empieza a gritar, es un grito de liberación. En mi vida, cuando he tenido grandes bajones, quizá no he sabido gritar con esa capacidad de desahogo. He ido experimentando cómo es la bajada, la subida y de nuevo la bajada. En cierta manera, por eso la novela se llama Tiempo de tormentas, porque todo el mundo piensa que tras una tormenta viene la calma y no es verdad. Después de la tormenta viene otra tormenta y de la tormenta anterior hay que saber aprender para enfrentarte a la próxima tormenta.
P.- Usted habla de que desde niño se sintió, o le hicieron sentirse, diferente. En su caso, ¿en qué momento sentirse diferente pasó de ser un problema a convertirse en una virtud, una singularidad con la que vivir o incluso en un modo de vida?
R.- Esa fue la gran lección de mi mamá. Me hizo ver que yo no podía traicionar mi diferencia ni disimularla. Ella lo dice claro: “Prométeme que nunca la disimularás”. Me enseñó a convertir eso en un hallazgo, en un don, en una herramienta o instrumento para hacer de mi vida lo que yo quería hacer. Yo no entendí el poder de todo eso hasta que me convertí en alguien muy reconocido en un país que no era mi país de origen. Siempre he pensado que yo no sería Boris Izaguirre en Venezuela, tenía que hacerlo en otro lugar, utilizar todos los ingredientes a mi alcance; ser foráneo, tener un modo diferente de hablar, etc. El diferente tiene una manera de ganar territorio y vencer obstáculos.
P.- En aquellos primeros años en España se le vio como una persona que constantemente intentaba llamar la atención. ¿Era un modo de convertir la diferencia en un modo de vida?
R.- Me lo decía mi madre: "No llames la atención porque ya llamas la atención". Me costó entenderlo, han pasado muchos años hasta que me he dado cuenta de lo que quería decir. Me ha gustado que me diga que he hecho de mi histrionismo y mi exhibición una forma de vida. En efecto, sí creo que lo hice y no creo que haya hecho daño a nadie. Todo lo contrario. Si alguien me dijera, ¿y usted qué ha hecho? Pienso que he colaborado a quitar hierro a cosas que eran muy difíciles de aceptar como por ejemplo la diferencia, la diversidad, la opción sexual en una sociedad determinada, etc. Creo que contribuí a quitar hierro a todas esas cosas y a que el camino sea ahora más libre.
P.- ¿El Boris actual es muy distinto al que conocimos en los 90? ¿En qué ha cambiado aquel joven venezolano que llegó a España en 1992 y el que hoy sopla ya 52 velas, más maduro, menos personaje televisivo y más escritor?
R.- No creo que haya cambiado. Me hubiera gustado que hubieran cambiado los otros. Hay gente que se aferra a no querer cambiar, a que las cosas sean como piensan que tienen que ser, a no flexibilizarse. Yo he sido muy sensible toda mi vida y creo en el diálogo, el debate, en la opinión distinta a la mía. Todo eso no ha cambiado. Hice de mi histrionismo una forma de vida, no creo que hiciera daño a nadie.
P.- ¿Cuál es la mayor lección que le dejó su madre, a la que estaba muy unido?
R.- "No te dejes vencer y no agrades por agradar". Y su sentido por suavizar incluso lo más terrible.
P.- En esta novela ha contado abiertamente que fue víctima de una violación con sólo 13 años. ¿Es algo que necesitaba contar? ¿Por qué decide hacerlo público y de modo tan explícito?
R.- Porque es una novela sobre mi mamá y nuestra relación y ese fue un episodio que marcó y destruyó muchas cosas que habíamos construido hasta entonces. Esa protección, ese edificio de amor y cariño había sido violentado para mí, pero también para ella. En una novela sobre nosotros dos no podía evitar contarlo. En otras novelas se lo he incorporado a otros personajes pero aquí había que hacerlo por la calle de en medio, había que enfrentarlo. En el fondo, valió la pena atravesar de nuevo esa hondura, esa cicatriz. Se necesitaba explicar al lector la inmensidad del amor de una madre. Ella se dio cuenta de que ese edificio que habíamos construido juntos se había quedado en ruinas y decidió ser ella las ruinas para yo poder sostenerme y volver a andar. Ella me hizo ver que podía o sufrir por esto que había pasado y dejar que esa violencia lograra disminuirme, resquebrajarme, golpearme, aniquilarme o asumir que tenía que hacerme fuerte a partir de ello. Los dos decidimos que nos haría más fuertes.
P.- Imagino que tuvo dudas de cómo y hasta dónde contarlo…
R.- Escribo de una manera muy orgánica. De mi etapa de escritor de guiones aprendí que son los personajes los que te van llevando por donde quieren ir. De pronto me di cuenta de que Belén me lo pedía, que me decía que esto no lo podía dejar pasar porque era muy importante. Claro que no fue fácil. La narración es muy detallada, asombrosamente detallada, como el relato de un cirujano que abre un cuerpo que no le pertenece. Esa frialdad me asombró pero me salió así.
Valió la pena atravesar de nuevo esa cicatriz (la violación). Era necesario para explicar la inmensidad del amor de una madre"
P.- De un episodio tan duro, ¿se pueden sacar lecciones aprendidas o son heridas que nunca cicatrizan?
R.- La lección fue precisamente cerrar la herida, no permitir que la violencia me aniquilara, que terminara por destrozarme. En muchos casos, a amigos míos de mi generación, homosexuales, muchas de estas cosas les sucedieron. Había victimarios que consideraban que te merecías eso por ser gay. Por eso me pareció importante compartirlo. Nadie merece la violencia.
P.- ¿Cuántas veces ha imaginado cómo sería hoy si no hubiera salido de Venezuela, si no hubiera recalado en España?
R.- No hubiera llegado a los 52 años. Sería una persona más burda, me hubiera dado por fumar, estaría escribiendo cosas que no me apetecerían. No hubiera vivido este brillo, esta luminosidad que vivo hoy. Tampoco habría podido conocer a Rubén. No fui capaz de encontrar pareja en Venezuela porque es una sociedad muy reprimida y muy represora y las personas con las que yo quería iniciar una vida me decían que no podían llegar a casa con una persona como yo. Era impensable. Cuando conocí a Rubén no había esas cortapisas y mi vida en España fue totalmente diferente.
P.- Es venezolano de nacimiento y tiene nacionalidad española. ¿Cuál de las dos pesa más en su vida?
R.- Tengo más raíces familiares mías, como es Rubén, somos una familia. Soy muy feliz de haber sido abrazado por España y el continente europeo. Ahora que vivo en América no hago más que darme cuenta de que es una maravilla haber conseguido ser europeo. Es lo mejor del mundo. Tengo un sentido de la vida, una armonía que como americano o latinoamericano jamás hubiera podido tener.
P.- Crónicas marcianas le lanzó a la fama. La fama da mucho pero también arrebata demasiado. ¿Qué diría que le ha quitado?
R.- Crónicas marcianas me permitió hacer una carrera televisiva de más de 20 años y terminar hoy en la televisión hispana en EEUU. Fue un magnífico trampolín, fue una referencia histórica. Me sorprende que me pregunten por la fama. Es lógico, la mayoría de la gente no es famosa. Me molesta que se establezca esa diferencia entre famosos y no. Muy joven descubrí que la fama es un tipo de poder. Si eres muy reconocido puedes llamar por teléfono a alguien y que se te ponga, ése es un poder increíble. O que captures la atención y tu mensaje sea escuchado por más gente. Lo que me ha enseñado la fama es a tener disciplina, algo de lo que carecía. Todos los días lo agradezco, me ha ayudado a enderezar mi pensamiento con mis actos.
P.- Primero triunfó en la televisión y más tarde en la literatura. Fama y poder económico. ¿Hasta que punto contribuyen a una felicidad o lo complica?
R.- Yo prefiero pensar en independencia. Se atribuye a Jacqueline Kennedy decir que el dinero lo único que da es independencia. Es un pensamiento muy norteamericano, ellos valoran mucho el dinero. Yo aprecio la independencia, valoro mucho que para poder escribir no tenga que hacer cosas que quizá no me gustaría hacer. Por eso he entendido que la televisión y yo nos llevamos bien. Es un trabajo magnífico para poder hacer otras cosas que quiero hacer. Agradezco el respaldo que la televisión me ha dado para poder ser escritor.
P.- Ahora que vive fuera de España, en Miami, y la visita más esporádicamente, ¿cómo la ve?
R.- La veo fortalecida y eso me alegra mucho. El último año que estuve aquí, en 2014, llegué a pensar que no aprenderíamos nada de la crisis y ahora me alegro mucho de decir lo contrario. Hemos aprendido mucho de la crisis, ha costado horrores, a algunas familias incluso la vida, no olvidemos la gente que se suicidó por los desahucios. Es un país milenario y hemos salido fortalecidos, hemos sabido madurar.
La fama me ha enseñado a tener disciplina, me ha ayudado a enderezar mi pensamiento con mis actos"
P.- ¿Vio las imágenes del pasado 8 de marzo en España cuando las mujeres españolas tomaban la calle reclamando igualdad?
R.- Fue maravilloso. Lo viví en la redacción de Telemundo, donde hago el programa Suelta la sopa. Es una redacción muy curiosa con gente de muchas nacionalidades y todos estábamos viendo las imágenes. Una de las compañeras me dijo que amaba Madrid "porque es libre". Fue una maravilla de imagen, un país que se une para defender unos derechos. Me maravilló y me emocionó.
P.- En su novela Tiempo de tormentas viene a concluir que en la vida las tormentas nunca desaparecen, siempre están ahí. ¿Cuál es la tormenta que ahora le inquieta?
R.- Sí, claro que sí, el hecho de decidir si continúo en Miami o debo volver. Rubén me lo ha planteado claramente. Dice que no hay otra persona que pueda ocupar mi sitio y que es tonto dejar ese sitio vacante. Ahora es mi pequeña debacle; por un lado, América me dice quédate aquí, estamos encantados contigo y, por otro, mi familia y mi relación con España y el éxito de esta novela me hacen plantearme dónde debo estar. Yo recuerdo lo que me decía mi mamá: ‘"Un escritor puede escribir en cualquier parte". Mi mamá me hizo ser un nómada y vivir entre dos o tres países.
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