Con más de 2.000 kilómetros bañados por sus aguas, la Historia de España -la de los reinos que la conformaron- transcurre ligada, de forma indefectible, al Mediterráneo. Desde las crónicas más remotas de los pueblos que se han asentado en territorio ibérico y hasta la actualidad, este mar se erige en escenario recurrente de algunos de los episodios más significativos de los anales españoles.
Pero pocas veces como en el siglo XVI los dirigentes del país han puesto tanto énfasis en la necesidad de convertir las aguas del Mediterráneo en un espacio bajo su control, con el fin de alejar las amenazas que a través de ellas pudieran llegarle.
Pocos años después de completada la Reconquista del territorio ibérico, tras la toma de Granada en 1492, la Corona española marca en el Mediterráneo la nueva frontera con el que ha sido su enemigo durante casi ocho siglos: el mundo islámico. Y la permanente sensación de amenaza, exacerbada por continuos ataques de piratas berberiscos y los avances del Imperio otomano en el otro extremo de aquel mar, convencieron a los sucesivos monarcas de España de la conveniencia de tomar posiciones a lo largo de la costa norte de África que sirvieran como vanguardia de la defensa nacional.
A estos esfuerzos dedica el profesor Juan Laborda Barceló su obra En guerra con los berberiscos. Una historia de los conflictos en la costa mediterránea, publicado recientemente por la editorial Turner. En sus páginas se detallan los pormenores de estas luchas, que hicieron de nombres hoy tan alejados de la realidad española como Argel, Trípoli o Túnez, puntos básicos de la política exterior de la Monarquía Hispánica.
Fue bajo el reinado de Felipe II, entre las décadas de 1560 y 1570, cuando este propósito de hacerse fuerte en el Mediterráneo africano alcanzó su mayor intensidad. La firma de la paz de Cateau-Cambresis, que puso fin en 1559 a décadas de hostilidades entre España y Francia, permitió al hijo de Carlos I afrontar el peligro turco -y de sus aliados africanos-, para lo que puso en pie una flota hasta cuatro veces superior a la que había estado al servicio de su padre.
Esta nueva cruzada del Cristianismo frente al Islam tuvo en la Batalla de Lepanto, en 1571, su momento culmen, aunque también comprende otras muchas empresas, de resultados muy dispares.
La paz con Francia en 1559 permitió a Felipe II afrontar una nueva cruzada contra el Islam en el Mediterráneo
La primera de ellas se inicia, precisamente, poco después del tratado de Cateau-Cambresis, cuando el monarca español decidió poner en marcha una gran armada de más de 100 navíos y 14.000 hombres para recuperar la ciudad de Trípoli, perdida en 1551.
Alejadas de su objetivo inicial por una serie de imprevistos, la armada española arribaría en febrero de 1560 en Djerba (conocida como Los Gelves en España), una isla situada frente a las costas de la actual Túnez, y no muy lejana de la ciudad de Trípoli. Las tropas españolas, comandadas por Álvaro de Sande, no tardaron en tomar el control de la fortaleza insular, aunque a costa de sufrir numerosas bajas.
Aquel éxito, sin embargo, daba paso a una fase que se convertiría en el gran reto de los intentos españoles por hacerse fuerte en la costa africana: la defensa de la posición en un entorno hostil, rodeado de enemigos y con un difícil abastecimiento desde territorio español. "La mayor parte de la documentación muestra que el mantenimiento de la posición de la isla de Djerba, tomada en 1560 por Sande, se hizo muy difícil desde bien pronto", explica Laborda.
Rodeados desde mayo por tropas turcas, con apenas 3.500 hombres de armas, Sande se esfuerza en una desigual lucha para mantener la plaza recién conquistada, mientras espera la llegada de ayuda. Tras más de dos meses de asedio, la guarnición española se quedó sin reservas para subsistir y se vio forzada a salir a plantar cara a las tropas turcas, con el corsario Dragut al frente. Aquella intentona, no obstante, dio lugar a una aplastante derrota, después de que los hombres de Sande decidieran abandonarle en pleno campo de batalla y optaran por rendir la plaza.
Las fuertes pérdidas de barcos y hombres, muchos de los cuales fueron posteriormente exhibidos por las calles de Estambul, causaron una enorme impresión en la Corte española. "El desastre consternó a la Corte y a toda Europa. Nunca en su historia había sufrido España un revés militar de esta magnitud", asegura el historiador Henry Kamen.
La conquista de Vélez de la Gomera
Mejores resultados obtuvieron las tropas de Felipe II en su nueva aventura en las costas africanas, en esta ocasión con el fin de hacerse con el control del peñón de Vélez de la Gomera, aún hoy perteneciente a España. Fue en 1564 cuando el rey ordenó la toma de una plaza ubicada frente a las costas de Marruecos -entre las ciudades de Ceuta y Melilla-, que ya había estado bajo el control español entre 1508 y 1522.
A finales de agosto de 1564 parte desde Málaga más de una centena de embarcaciones que tienen como fin la recuperación de la fortaleza levantada en aquel peñón, desde el que era posible controlar un tramo de costa africana que era muy utilizado por los piratas berberiscos que recurrentemente atacaban los intereses españoles.
Aquellas operaciones en la costa africana solían enfrentarse a un problema común: la dificultad de la operación de desembarco, ante el hostigamiento de las fuerzas enemigas. Para sortear este obstáculo, las fuerzas comandadas por García de Toledo optaron por alejarse de Vélez de la Gomera para tomar tierra.
Este movimiento resultó exitoso, aunque enfrentó a las tropas españolas a otra contrariedad también frecuente en las aventuras bélicas en África: el traslado de las tropas y el armamento por un terreno adverso, donde el calor y la falta de agua suele convertirse en un enemigo casi tan peligroso como el ejército rival.
El traslado de hombres y armamentos en un terreno adverso, caluroso y escaso en aguas era un reto para el ejército español
Con todo, los hombres de García de Toledo consiguen avanzar hasta avistar Vélez de la Gomera y toman una posición elevada desde la que las fuerzas españolas asedian el peñón, debilitando la resistencia musulmana y provocando que el 6 de septiembre los defensores de la fortaleza de Vélez opten por rendirse.
El peñón de Vélez de la Gomera, nuevamente en manos españolas, quedaría defendido por una guarnición de 350 hombres a cuyo frente se encontraba el capitán Diego Pérez Arnalte.
Tanto Los Gelves como Vélez de la Gomera son paradigmáticos del tipo de posiciones que la Monarquía Hispánica pretendía lograr en el Mediterráneo africano: más que la toma de ciudades importantes, para cuyo control carecía de recursos, el ejército español prefería controlar puntos estratégicos en la costa, relativamente fáciles de defender y que permitan la vigilancia del terreno circundante.
Objetivos frustrados, triunfos efímeros
Tras la jornada de Vélez de la Gomera, las empresas de conquista dejan paso a acciones defensivas y, en especial, a la defensa de la isla de Malta, asediada por la armada turca en 1565, y en cuyo auxilio salieron las fuerzas del Imperio hispánico, ya que aquella isla representaba, en cierto modo, el principal bastión que impedía el acceso del enemigo turco hacia el Mediterráneo occidental.
Varios años después, la invasión turca de la isla de Chipre dio pie a la formación de una Liga Santa, en la que España tenía un papel preponderante y que sería la artífice de la importante victoria de Lepanto en 1571.
Este éxito sirvió de aliciente para la Corte de Felipe II, que emprendió en los años siguientes alguna de sus campañas más ambiciosas contra el enemigo turco y sus aliados en el norte de África.
En la mente del emperador estaba por aquellos años la conquista de Argel, como ya había estado entre los objetivos de su padre, Carlos I. Esta ciudad, hoy capital de Argelia, representa para los monarcas hispanos del siglo XVI "uno de los puntos de mayor trascendencia del Mediterráneo", según Laborda.
En 1541, Carlos I había comandado una expedición a Argel que concluyó en un rotundo fracaso para las fuerzas hispanas y en la que incluso llegó a correr peligro la vida del emperador.
Felipe II diseñó un plan de ataque para tomar Argel, pero el proyecto quedó pospuesto sucesivamente
Tras aquel desastre, habría que esperar a los primeros años de la década de 1570 para que la ciudad argelina volviera a convertirse en objetivo de España. En noviembre de 1571, apenas un mes después de Lepanto, Felipe II quiere aprovechar la delicada situación turca y encarga la preparación de una armada para la conquista.
Álvaro de Bazán, encargado de pergeñar aquella empresa, proyecta una conquista doble, con una primera toma de la ciudad de Larache antes de tratar de hacerse con Argel. Para ello, se estiman necesarios unos 65.000 hombres y se calcula un presupuesto de más de 750.000 ducados para las vituallas y los sueldos de la gente de guerra.
En los planes formulados aquellos años, las autoridades españolas también tienen en consideración las tensiones que parecen existir entre los habitantes locales y los turcos y se plantean estrategias para utilizarlas en favor de los intereses españoles.
Pero lo cierto es que el entusiasmo inicial que siguió a Lepanto poco a poco se fue enfriando y el estallido de nuevas dificultades en Flandes provocaron que los planes de conquista fueran pospuestos una y otra vez y que, finalmente, la toma de Argel acabara convertida en papel mojado.
En cambio, por aquellos mismos años, Felipe II obtuvo el que se puede considerar el mayor éxito de sus campañas africanas. Fue en Túnez en 1573 donde el monarca español se propuso, nuevamente, recuperar uno de los territorios africanos que habían estado bajo dominio de su padre.
Lo que seguía estando por entonces bajo control de las fuerzas españolas era la fortaleza de La Goleta de Túnez, que, como explica Laborda, "es un enclave de gran importancia para el control del Mediterráneo. Se trata del cierre natural del puerto de Túnez, por lo que su historia está indefectiblemente unida a la de ese otro lugar".
Es a partir de esta plaza desde donde se organiza la conquista de Túnez, una acción comandada por el hermanastro del rey, Juan de Austria. Tras desembarcar cerca de la ciudad el 9 de octubre de 1573, el capitán de las tropas españolas emprende una ofensiva rápida, conocedor de que la ciudad tunecina se encontraba mal defendida.
Este primer movimiento estaba liderado por una avanzadilla de 2.500 hombres, que conseguirá penetrar en la ciudad sin necesidad de lucha armada. El 11 de octubre el grueso de las tropas españolas con el infante Juan de Austria a la cabeza hacía su entrada en Túnez, de la que habían huido buena parte de los defensores turcos y también de los habitantes locales.
Tras esta conquista, las fuerzas españolas volvieron a enfrentarse al complejo reto de establecer cierto vasallaje sobre la ciudad sin desplegar allí las fuerzas necesarias para asegurar el éxito de esta misión. Para ello, las fuerzas españolas adoptaron una serie de medidas poco usuales en otras empresas en África: iniciar la construcción de una fortaleza en plena ciudad y el intento de atraerse a la población local, intentando hacerles ver que, pese a compartir religión, los turcos eran su verdadero enemigo.
La rápida pérdida de Túnez a manos turcas agita los temores a una nueva invasión musulmana de España
Antes de partir, Juan de Austria dejaría en Túnez una guarnición próxima a las 8.000 personas para proteger una conquista que se consideraba clave para garantizar la protección de España ante el recurrente temor a una nueva invasión musulmana.
Todos estos esfuerzos, en cualquier caso, resultaron en balde, puesto que, aislados y sin posibilidad de auxilios externos, los militares españoles en Túnez acabaron cediendo a la presión de una gran flota dirigida por el sultán otomano Selim II, que tomaría tanto la ciudad como La Goleta en 1874.
Aquella pérdida agitaría de nuevo los temores ante la amenaza otomana, como reflejaría el cardenal de Tarragona cuando en una carta escrita un año después se preguntaba "¿y si España se pierde, si nos perdemos nosotros y lo que tenemos?".
Como observa Laborda, aquel miedo a una invasión musulmana era lo que había sido durante todo el siglo XVI el principal impulsor de la acción española en las costas mediterránea de África, pero "la creación de una especie de cinturón de seguridad en el Mediterráneo fue un deseo tan largamente acariciado como poco efectivo".
A estas alturas, no obstante, si España se mostraba incapaz de mantener la lucha en el Mediterráneo, el Imperio otomano experimentaba dificultades similares, necesitado de dar respuesta a cuestiones internas. Así, a partir de 1578, ambos países firman una serie de sucesivas treguas que acabarán determinando a la postre el fin de aquel largo enfrentamiento.
Como observa Jordi Nadal en su obra España en su cénit, a partir de entonces, los que habían sido los dos grandes imperios de la época se daban mutuamente la espalda: "Una gran época termina así para el Mediterráneo".
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