Pocos días antes de que arranque la Feria de Abril en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla viene a la cabeza una de las míticas frases con las que Paco Rabal, en la serie de televisión Juncal, coqueteaba con el edificio que abriga el albero hispalense. En ella, el inolvidable personaje le saludaba cada mañana a la Maestranza: “¡Buenos días, mi reina! ¿Has dormido bien? Y yo que me alegro”.
Hubo un tiempo en que si el coso maestrante tuviera voz le hubiera contado noches de pesadillas y preocupación. Para ser más concreto, hace un siglo. Exactamente. Feria de Abril y el coso de la Real Maestranza de Sevilla no siempre tuvieron esa relación monógama de exclusividad. Durante dos temporadas una de las ferias taurinas que sostiene la tauromaquia se desarrolló en dos cosos vecinos. Por un lado, naturalmente el mencionado y archiconocido templo que disfrutamos en la actualidad y, por otro, la silenciada Monumental de Sevilla que se levantó en la periferia del barrio de San Bernardo.
Un coso a las afueras
La historia de este coso entronca directamente con el sueño de la figura de Joselito el Gallo. Al monstruo del toreo nacido en Gelves se le atribuyen múltiples valores taurinos. El hombre que cerró el toreo del siglo XIX y abrió el del XX. Su poderío, su evolución, su competencia con Belmonte y el indiscutible mando para cambiar las características de la cabaña brava y con ello la representación artística del toreo. Durante su reinado, apenas 8 años desde la alternativa en Sevilla a su fallecimiento en el ruedo de Talavera de la Reina (Toledo) en mayo de 1920, las razas predominantes de Veragua y Cabrera fueron cediendo hacia la nueva bravura de Vistahermosa, bien por la rama de Saltillo o la de Ibarra.
José Gómez, Gallito, que es como se anunciaba en los carteles, llevó su visión hacia la exposición del nuevo espectáculo hacia las masas. Las primeras décadas del siglo XX se significaron por la aparición de los movimientos sociales, el pueblo comenzaba a tener voz en la sociedad. Se ganaban derechos tan insólitos como la obligación del descanso dominical, protección del trabajo de mujeres y niños, se regula el derecho de huelga, entre otros. Mientras, Ortega y Gasset escribía La rebelión de las masas para dejar constancia de su tiempo.
En aquel contexto, los toros evolucionan con paso firme por el camino que le convierte en un espectáculo de masas. Y de ahí nace la visión de crear recintos con mayor aforo y precios más económicos. Joselito entendió la necesidad de socializar la fiesta popular por antonomasia del país. Estuvo involucrado en la ampliación de la Plaza de Toros de Barcelona. Aunque no la viera terminada, ni mucho menos, fue uno de los impulsores –incluso implicado en el diseño- de la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas. Y dentro de ese movimiento se zambulló de lleno en la construcción de la Monumental de Sevilla. Un coso que podría reunir a más de 23.000 aficionados en torno al toro. Algo revolucionario en el momento. Un salto cuantitativo sustancial si tomamos como referencia los 13.000 que, aproximadamente, que puede juntar la Maestranza. Asientos más amplios y cómodos, accesos más seguros, dependencias modernizadas a su tiempo…
Los biógrafos del rey de los toreros hablan de este episodio como uno de los más dolorosos y complicados de su vida. La socialización de la Fiesta se topó con todos los inconvenientes que la clase acomodada sevillana de la época supo y pudo poner para mantener la exclusividad taurina en torno a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Que contaba con el mismísimo monarca, Alfonso XIII, como Hermano Mayor.
Pero, en un derroche de empeño e imponiendo la fuerza que entonces tenía el torero sevillano, el proyecto arrancó en 1915. En asociación con el empresario de Dos Hermanas José Lissén Hidalgo escogieron un descampado en la actual calle de Eduardo Dato y que entonces se rotulaba Monte Rey. Allí se edificó el nuevo templo taurino diseñado en estilo neoclásico por los arquitectos José Espiau y Muñoz y el ingeniero Francisco Urcola Lazcanotegui.
El proceso vivido desde el comienzo de las obras hasta el festejo de la inauguración estuvo lleno de incidentes. La polémica en la sociedad sevillana estaba servida. Los influyentes maestrantes incluso acusaron al Ayuntamiento de favorecer las obras empeñados en mantener el monopolio taurino de la ciudad.
Los empresarios del nuevo coso anunciaron la celebración del primer festejo para la Feria de Abril de 1917. La división llegó también a los propios toreros. Eran los tiempos de José y/o Juan. Es decir, Gallito y Belmonte tomando partido. El primero apostaba por su Monumental y Belmonte se declaraba permanecer fiel a la Maestranza.
A primeros de abril, la rutinaria revisión de la nueva construcción dio como resultado la aparición de grietas y el hundimiento de parte del graderío. Aquel año, por primera vez, Joselito no toreó en la Feria de Abril. Aunque cuentan los cronistas del momento el esfuerzo que la empresa maestrante puso por contratarle in extremis.
Mucho se ha escrito sobre la exigencia de las pruebas a las que fue sometida la nueva estructura de la Monumental. Leyenda o realidad, se cuenta que se sometió a unas pruebas de carga muy por encima de la norma hasta que la construcción cedió. Hay quien podría ver como el poder de las cases altas sevillanas movían todos los hilos a su alcance. En definitiva, la sombra de la mano negra.
La Guerra de 1919 y la reconciliación de 1920
En la naturaleza de Joselito la palabra rendición no se contempla, y así un año después, en junio de 1918, Joselito, Curro Posada y Fortuna lidian reses de Contreras en el festejo que arrancaba la historia taurina del coso. Aquel año, se dan festejos casi todos los domingos y para la Feria de San Miguel Joselito organiza la enésima despedida de los ruedos de su hermano Rafael el Gallo en una tarde histórica con los tendido a rebosar.
La temporada de 1919 presenta la primera Feria de Abril dual. Festejos que coinciden en el tiempo en ambos ruedos. La guerra es total. Quien torea en uno no lo hace en el otro. Las dos ferias de abril dejan a Joselito, Valerito, Sánchez Mejías, Camará y Fortuna en la Monumental. Entre ellos se combinan para sumar nada menos que seis festejos. Mientras en la Maestranza, Juan y Manolo Belmonte, Gaona, Saleri II, Pacorro y Rafael el Gallo se anuncian para dar cuatro festejos en días coincidentes. La sorpresa es la aparición de Rafael el Gallo. Hermano de Joselito y que supuestamente se había retirado unos meses antes. Imagino que pequeñeces para el Divino Calvo, que hizo de la excentricidad un arte. Dicen que eso supuso un enfrentamiento entre hermanos de nivel superlativo.
Aquella temporada la guerra se mantuvo a lo largo del año y se agudizó en la Feria de San Miguel, ya en septiembre. El resultado esperado fue de ruina. Demasiados festejos para una ciudad que entonces contaba con apenas 200.000 habitantes. En un tiempo que, según cuenta Paco Aguado en su libro Joselito el Gallo. El rey de los toreros (Espasa), prácticamente sólo interesaban el propio José y Juan Belmonte. La afición sevillana fue privada aquel año de ver el choque de titanes en directo.
La temporada de 1920 supuso el cese de las hostilidades y la aceptación de la coexistencia. La misma empresa se hizo cargo de ambos cosos y Gallito volvía a la Maestranza mientras Belmonte debutaba en la Monumental. Aquel año la Feria de Abril celebró tres festejos en la Monumental y dos en La Maestranza. Este último además celebró los dos festejos extraordinarios de la época. El domingo de Resurrección y la corrida a beneficio de la Cruz Roja de la que cuentan que fue la propia reina Victoria Eugenia quien pidió a Joselito que toreara. Todos los festejos se los repartieron José y Juan, junto a Chicuelo, Sánchez Mejías, Valerito y Manolo Belmonte.
Cerrojazo a la Monumental
El festejo a beneficio de la Cruz Roja se celebró el 29 de abril y fue la última vez que Sevilla vio a Joselito. El 16 de mayo de ese mismo año un toro de la Viuda de Ortega le esperaba en Talavera para poner fin a su vida. Bailaor cerró la edad de oro del toreo y golpeó a un país que no daba crédito del infortunio.
Ese mismo día la Monumental de Sevilla celebró una novillada menor. Luego en junio una modesta corrida de toros con Freg, Dominguín y Valencia I, y ya en San Miguel El Gallo, Manolo Belmonte y Granero celebraron el último festejo.
Ya nunca más se volvió a abrir. Sin Joselito el sueño se apagó. Su socio Lissen Hidalgo acusó la derrota en la I Guerra Mundial de Alemania donde tenía negocios y él sólo carecía de fuerza para mantener el impulso. El edificio quedó abandonado hasta su derribo.
En la actualidad apenas queda algún vestigio oculto en la voracidad del crecimiento de la gran ciudad. Pero los nostálgicos pueden observar la Plaza de Toros de Pamplona que se inauguró en 1922 con sus mismos planos. Este año, si el imaginario personaje creado por Jaime de Armiñan se paseara por la puerta de la Maestranza justo antes de que arranque la feria de abril y le preguntara por su calidad de sueño, quizá la respuesta tendría un poco de todo. Le hablaría de que echa de menos por supuesto a José y Juán, a Chicuelo, a Martín Vázquez, a Márquez, a Pepe Luis y Manolo Vázquez. Que lleva 18 años sin oler a Romero, y que espera a Morante para septiembre.
Pero también le diría que Sevilla mantiene la personalidad de ver los toros como nadie. De callar mientras el toro y torero hacen. De emocionarse cuando toca. Y de vivir cada tarde como si fuera la última. O quizá la primera.
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