Vivió a rienda suelta. Nadie fue capaz de domar a aquel animal racional que era Lou Andrea-Salomé (1861-1937), la filósofa que no quiso cambiar el mundo sino su propio destino. De una inteligencia feroz, creyó en la educación igualitaria y se cuestionó todo aquello que hacía distintos al hombre y a la mujer.
Su vida fue una concatenación de naufragios provocados. Destrozaba a cada hombre que se le acercaba, ya que ningún se acercó tan sólo por el interés que despertaba su mente. Se enamoraban y pretendían someterla con el matrimonio y ella se negaba una y otra vez a dejar de ser libre e independiente.
Se puede decir que su educación comenzó gracias al predicador Hendrik Gillot, que tras la muerte del padre de Lou le mostró a los clásicos y le dio clases particulares adentrándola en el mundo de la filosofía. Tenía 25 años más que ella, estaba casado y tenía hijos de la edad de Lou pero no tardó en pedirle matrimonio. Ella no dudó ni un segundo y se prometió no caer en el instinto animal que era el sexo ni en ningún sentimiento que le acompañase. Así lo muestra Lou Andreas-Salomé, el filme que se estrena este viernes 27 de abril y que recoge la vida de la filósofa rusa más importante de su tiempo a través de lo que le contó a su biógrafo en los últimos meses de su vida.
Comienza por ese primer desencuentro amoroso y continúa con la extraña y fantástica relación que mantuvo con los filósofos Paul Rée y Friedrich Nietzsche. Entre los tres surgió una fortísima amistad que llenaban con charlas sobre la religión, el papel de la mujer, el conservadurismo, la libertad. El problema apareció cuando entre ellos dos se generó una lucha por el aprecio de Lou y cuando ella les propuso vivir como "camaradas", nunca como mujer de ninguno.
Antes de irse los tres a Berlín, Lou y Nietzsche acudieron a la casa familiar del segundo a pasar unas semanas. Fue durante aquel tiempo, cuando la hermana del filósofo alemán vio que las intenciones de Lou cruzaban las barreras morales de la época, cuando se desencadenó la pedida de mano por parte de él. Ella volvió a negarse y se fue. Le dejó loco, agonizante, desquiciado. Fue rechazado por la fuerza de unas convicciones filosóficas que había introducido él.
Rée, en cambio, permaneció al lado de Lou y cumplió su promesa de vivir en comandancia en Berlín. Pero al cabo de poco tiempo apareció en la vida de la intelectual el profesor de lingüística Carl Friedrich Andreas. Pese a su constante rechazo al matrimonio, también había dicho que no a Reé, vio en el profesor al hombre perfecto para tener un matrimonio que no le excluyese de la sociedad pero que le permitiese ser libre. Reé se fue y nunca se volvieron a ver. Lou se había prometido no amar a nadie y hasta entonces lo estaba cumpliendo a rajatabla.
Pero apareció René (Rainer) Maria Rilke, un poeta quince años menor que ella y que derribó gran parte de su pensamiento. Se engancharon por los huesos. Ella le enseñó ruso, a Lev Tolstói, a Aleksandr Pushkin y le provocó sus mejores poemas. Aunque sólo se mantuvieron como amantes unos años, en el filme incluso llegan a asegurar que fue con el primer hombre con que mantuvo relaciones sexuales, se cartearon hasta la muerte de Rilke y él la usó como musa durante toda su edad adulta.
También aparece en esta película la relación estrechísima entre Lou y Freud. Se conocieron y al poco tiempo la rusa ya estaba totalmente enganchada al psicoanálisis. Tanto que, en 1915, en la ciudad alemana de Gotinga, montó una consulta como psicoanalista. Su amistad duró toda su vida y ambos se vieron influenciados por el trabajo del otro. "Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizá la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su vida", asegura el padre del psicoanálisis sobre Salomé.
Ella murió en 1937. Se la llevó un fallo renal. Lo hizo en Gotinga, de donde no se había querido mover. A los pocos días, la Gestapo entró en su casa, cogió su obra y la quemó. Querían que la racionalidad de sus ideas sobre la independencia de la mujer y la sexualidad fuesen, sólo, una cortina de humo.
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