Caminó por el mundo observándolo a medias. Con menos perspectiva o puede que con una distinta. Eusebio Sempere (Onil, 1923-Alicante, 1985) nació con un problema en el ojo izquierdo que le acompañó toda su vida y que le auguraba un futuro incierto en la pintura. Percibía vagamente la profundidad espacial y los volúmenes y dedicó su obra a ambos.
El precursor del arte cinético en España, "él mismo, la vanguardia", como lo definió el ex ministro de Cultura Javier Solana, tuvo la virtud de absorber lo nuevo en un mundo que se guiaba por las técnicas antiguas. Hijo de padres humildes, su familia vivía gracias a una pequeña fábrica de muñecas de cartón, lo que dicen despertó en él una inquietud por las formas, por cómo se componían. Estudió bellas artes en Alicante y aunque estas se quedaban paradas sin mencionar a Picasso, a Klee o a Kandinsky, él los asumió como una fe verdadera.
Por eso, cuando en 1948 recibió una beca de 3.000 pesetas para irse a estudiar a París, no lo dudó ni un segundo. Agarró la maleta y se fue a la ciudad donde el arte hervía. Volvió llenó de formas, de figuras, absorbido por la geometría. Años más tarde viajaría a Estados Unidos, donde pasó seis meses. Este viaje, a mediados de los sesenta, provocó un cambio en su obra. Los collages surgieron con fuerza completando una trayectoria ya de por sí extensa.
Todas sus inquietudes, sus acuarelas, sus gouaches, sus relieves luminosos... se encuentran ahora en el Museo Reina Sofía de Madrid. La exposición Eugenio Sempere, comisariada por Carmen Fernández y Belén Díaz y que se puede visitar desde el 9 de mayo al 17 de septiembre, recoge toda su trayectoria, de 1949 a 1981, a través de 164 obras, una gran parte de ellas provenientes de colecciones privadas. "Su obra es fruto de una rigurosa investigación sobre la geometría, el movimiento, que se caracteriza, desde la composición y la forma, por una poética basada en el dominio de la línea, la luz y el color", asegura Manuel Borja-Villel, director de la institución.
Borja-Villel hace hincapié en la luz. En cómo el pintor y escultor era definido más como "un electricista y un carpintero, más que como un pintor". "Dotó de movimiento y luz a la geometría. Trabajó con elementos normativos que se podían repetir asilados de la singularidad de la pincelada. Sempere es un gran artista, una figura solitaria en un país donde se recrea la historia por tópicos o lugares comunes", asegura en rueda de prensa.
Puede que porque este país se le quedó pequeño por lo que se largó a Francia en los cincuenta. Sería allí, tal y como asegura una de sus comisarias, donde expuso sus relieves luminosos y un manifiesto "en el que habla de la luz como elemento para construir un diálogo poético a través del tiempo". De ayer y de su presente, ya que en su uso de la luz se aprecia a los clásicos.
"Posteriormente, como se aprecia en la muestra, aparecen acuarelas abstractas que tienen que ver con la obra de Wassili Kandisky y de Paul Klee", añade. París le enseñó a los grandes y al volver a España comenzó a trabajar en la pintura en soportes de gran tamaño. La geometría ya le había conquistado por completo. Luego llegó el viaje a Estados, los collages y el metal (expuso en Nueva York su serie de estructuras móviles en varillas de este material).
Volvió a España, a su Alicante, y en 1975 le diagnosticaron la enfermedad de Charcot. Poco a poco su cuerpo se fue paralizando. Acudió a todo tipo de médicos, llamó a los mejores especialistas pero en 1983, cuando le dieron el Príncipe de Asturias, su mente andaba sola. Murió en 1985, durante unas pequeñas vacaciones. Francisco Fernández Ordoñez, entonces presidente del Banco Exterior que había trabajado junto a él, aseguró, modificando a Valéry que la pintura de Sempere "es lo que queda de un cuadro cuando se retira de él lo que no es pintura".
"Voy a contarle lo que más desearía: reunir toda la obra, encerrarla en un sitio y al final destruirla", le aseguró a su amigo Andrés Trapiello años antes. En vez de eso se la donó en su totalidad a su ciudad, a Alicante, donde varias de sus estatuas dan la bienvenida a los viajeros del aeropuerto y ellos la cubrieron bajo los techos del Museo del siglo XX de la Casa de la Asegurada.
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