Existe cierto consenso a la hora de considerar El Garrotín de los Smash como el punto de partida de lo que un tiempo después se conocería como rock andaluz. Y a Triana como la piedra angular sobre la que se levantaría el edificio del nuevo estilo. Pero creo que esta definición, siendo cierta, se queda corta.
Ni Smash ni Triana hacían rock andaluz. Hacían rock, sin más. Rock progresivo, si se quiere. Intentaban ser como Jimi Hendrix o como King Crimson, pero no se limitaron a ser meros imitadores, pues para hacer música como Hendrix o los King Crimson ya estaban ellos, sino que le aportaron su propia forma de entender la música. Y no sólo por la parte del flamenco, sino también por la de la copla y hasta de la música nacionalista española (no andaluza) de Granados, Falla o Albéniz.
Las influencias en la música son como esas pruebas que se presentan ante el jurado en las películas de tribunales y el juez ordena no tenerlas en cuenta. Tarde. Es imposible que no se tenga en cuenta lo que se conoce. Muchos críticos de la época consideraron la primera Sinfonía de Brahms como la décima de Beethoven. Y eso que el de Hamburgo nació varios años después de muerto el maestro de Bonn. Pero para Brahms era imposible deshacerse de lo que tanto había estudiado y amado.
A Jesús de la Rosa lo rechazaron en Los Bravos cuando buscaban un sustituto para Mike Kennedy, que iniciaba su carrera en solitario. Tenían, le dijeron, demasiado acento andaluz. Y a Eduardo Rodríguez Rodway, que traía bajo el brazo el aval de los grandes éxitos de Los Payos, le dijeron en las discográficas que la música de aquella primera maqueta de Tabaca, el antecedente inmediato de Triana, era “música de las montañas” antes de cerrarle las puertas en las narices.
Hoy, sin embargo, nadie intenta ser como Los Bravos. Pero el legado de Triana es innegable. No sólo en los grupos que aún hoy hacen aquella música que la crítica en Madrid bautizó como rock andaluz cuando hubo que hacerle un hueco a la movida madrileña, caso de Medina Azahara, que aún sigue dando conciertos cada semana, Zaguán, Malabriega, Taifa y otros, sino también en numerosos artistas que tienen un peso específico en el panorama y la historia musical de España e incluso más allá de nuestras fronteras: desde Alejandro Sanz a Manolo García, de Antonio Orozco a Estopa o Los Planetas, o en el mismísmo Innuendo de Queen, por ejemplo.
Lo de Smash fue casi una prueba. Julio Matito cantaba rock en el inglés, y sólo cuándo él callaba se arrancaba Manuel cantando con su voz desgarrada y su guitarra de palo su garrotín flamenco. Triana se convirtió en un clásico nada más nacer. Sin ayuda de las discográficas, que resultaron arrolladas por el éxito imparable de una banda de melenudos, en una época en la que tener los pelos largos ya lo convertía a uno en sospechoso, y que el grupo se ganó a pulso en la carretera y a través del boca a boca.
Triana hacía fusión, un concepto que hoy está más que consolidado pero que entonces era algo todavía inexplorado
Triana hacía fusión, un concepto que hoy está más que consolidado pero que entonces era algo todavía inexplorado, cantaba rock en español (y a Jesús de la Rosa, procedente de Nuevos Tiempos, bien que le costó), lo que también supuso entonces una novedad, y su irrupción fue como la de los romanos en tierras de bárbaros. Construyó una enorme y firme calzada que muchos comenzaron de inmediato a recorrer y que todavía muestra una fortaleza y lozanía ejemplares, y cuyo trazado, en el peor de los casos, ha sido aprovechado para construir las modernas autopistas.
Hoy se habla de fusión en la música como algo absolutamente normalizado. En ciertos contextos, viene a ser casi un género en sí mismo. Luis Cobo, El Manglis, acaba de sacar un disco (My Indian Heart), que es la segunda parte de su proyecto Manglis Compás Machine, en el que quien fuera guitarrista de Guadalquivir y acompañara a Triana tocando la guitarra eléctrica durante años mezcla la música de la India con los ritmos flamencos. Chano Domínguez, considerado uno de los pianistas de jazz más importantes del mundo en la actualidad, afincado en Nueva York, sigue haciendo, dicho por él, lo mismo que cuanto tocaba los teclados en Cai, fusionando el jazz y el flamenco, aunque con todo el conocimiento nuevo que estos años de trabajo e investigación le han proporcionado. Y hay muchos, muchísimos ejemplos, prácticamente infinitos, de cómo la música foránea (puede ser rock, jazz, étnica o de cualquier tipo) se puede combinar con la de raíz española (el flamenco, la copla, la clásica…) de manera exitosa.
Y quien mostró el camino fue Triana.
Ignacio Díaz Pérez es autor de Historia del Rock Andaluz, editorial Almuzara
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